Isserley conduce por las carreteras de Escocia buscando algo que el resto de la gente acostumbra a evitar: autoestopistas. Con un cuidado extremo observa a los que se encuentra en su camino, da un par de pasadas por delante y, si cumplen sus requisitos, se detiene a recogerlos. Se pueden imaginar que poco importa el destino: siempre van en su misma dirección. Sin embargo su suerte no está todavía echada. Comienza entonces un análisis más exhaustivo. ¿Viven en familia? ¿Tienen trabajo? ¿Alguien los echará en falta si decide “llevárselos”? Mientras se inicia una conversación llegan los únicos fragmentos en los que el narrador se aleja de Isserley para centrarse en lo que observan sus “presas”; unos párrafos en los que somos más conscientes de sus singularidades. Su peculiar apariencia física; ese cuerpo recorrido por incontables cicatrices que apenas acierta a disimular; un busto generoso, siempre a la vista a modo de anzuelo; su directa y un tanto pueril forma de manejar la charla. Entonces, de vuelta a Isserley, llega el juicio definitivo. El momento de decidir si son o no apropiados; si existe o no riesgo en tomarlos; si debe apretar el botón escondido en el salpicadero del vehículo para dormirlos o si debe dejarlos en algún arcén de las Highlands sanos y salvos.
Este es el inicio de Bajo la piel. El relato de una práctica que se repite una docena de ocasiones, contada con la misma asepsia con la que su narrador observa los actos y pensamientos de Isserley. Hay mucha frialdad y claustrofobia detrás de su rutina y los rituales a los que se aferra en una realidad en la que debiera haber sido una presa y donde, sin embargo, medra como un eficiente depredador. Asimismo es un baluarte para sus compañeros, un trabajador indispensable del que dependen sus congéneres pero al que observan como un bicho raro. Llegar hasta su posición implicó demasiados sacrificios.
En su soledad, Isserley vive esta condición en la ambigüedad que existe entre la opresión y el placer. En los intersticios que hay entre la sumisión a su labor y los pequeños espacios de libertad que ha aprendido a disfrutar. Con el dolor de la que sabe que ya no es del todo uno de los suyos y que jamás llegará a pertenecer de nuevo a ninguna comunidad. Ese aislamiento crea las condiciones que conducen al personaje hacia el conflicto y la posterior catarsis. Un sendero donde no hay grandes transgresiones pero sí un continuo forzar pequeñas convenciones mientras navega en uno de los terrenos en el que la ficción prospectiva rinde algunos de su mejores frutos: la otredad.
Isserley es un curioso híbrido entre alienígena y humano. Su apariencia, sus hábitos, sus motivaciones, su manera de observar la realidad, no son ajenas a nuestra experiencia, pero continuamente se contrastan con detalles que la confieren extrañeza. El más evidente, su total carencia de empatía con el género humano, siempre contrapuesta a su cercanía con el resto de mamíferos. Ese “fracaso” a la hora de “vernos” sólo como un medio para conseguir su fin es el disparador de toda una serie de analogías, a veces un tanto pueriles (los derechos de los animales, la crueldad a la hora de utilizarlos). Otras tienen mucha más enjundia como cuando toca todos los sacrificios que Isserley hace para escapar de la alienación y conseguir un poco de paz interior.
La lucha contra algunas de las facetas más obscenas de nuestra sociedad de consumo; la manera en que contribuimos a mantener los comportamientos más reprobables que tanto censuramos cuando no consideramos nuestra implicación en ellos; el cinismo del que sabe que tiene que pagar una serie precios para mantener las fracciones de libertad de las que todavía dispone, aparecen de una u otra manera reflejados en este lúcido y sofocante relato que veremos próximamente en el cine de la mano de Jonathan Glazer y con Scarlett Johansson en el papel de Isserley.
Lástima que Bajo la piel se me haya hecho un tanto larga. Una vez desnudado el personaje, apenas hay mucho más que descubrir, de ahí que las últimas 100 páginas me hayan sobrado un poco. Sus claves ya habían quedado al descubierto y la resolución planteada por Faber queda un tanto forzada. Pero es una elección que puedo llegar a entender. No así las contadas ocasiones en las que el narrador se sale de las descripciones objetivas de la crisis existencial por la que atraviesa Isserley, y puntúa más de la cuenta alguna idea. Me parece una pequeña traición a la sutil e insidiosa alegoría que es la obra en casi toda su extensión. Aun así, Bajo la piel es una de las muchas novelas que demuestran que la mejor ciencia ficción de la década pasada estuvo fuera de las colecciones de género.
Nota: Creo recordar que la primera vez que leí a alguien recomendar este libro fue a elucas en los viejos foros de Cyberdark, en algún momento de 2002. Una muestra más que en el fandom había y hay muchos patrones de lector.
Bajo la piel (Anagrama, Col. Panorama de narrativas 494, 2002)
Under the Skin (2000)
Traducción: Cecilia Ceriani y Txaro Santoro
Rústica. 336pp. 15 €
Ficha en Lecturalia
A mi me pareció una maravilla (la leí gracias a la misma recomendación que comentaas). Me trajo al recuerdo los ladrones de cuerpos de Finney pero con más mala baba. Despues de esta me lei Petalo Carmesí, que me gustó también, aunque un poco menos (aunque literariamente es probable que sea superior). Luego he perdido la pista a Faber, pero me pareció un autor a tener en cuenta. A ver si con la peli…
Otro que la leyó por la misma recomendación en cyberdark. Aunque hace ya unos cuantos años que la leí y que mi memoria es un asco a estas alturas, a mí me decepcionó. Me pareció que el elemento de cf era tan de serie Z, que si hubiera aparecido en una novela “de género”, la hubiésemos puesto verde sin contemplaciones. La primera parte, con Isserley en plan la chica de la curva existencial, si me gustó, pero ya digo, en cuanto aparece la cf se me hundió.
Por otro lado, no veo a la Tía Buena Oficial del Universo en el papel de Isserley a no ser que pase por varias horas de maquillaje. Si no recuerdo mal, la desgraciada protagonista es deforme y feúcha, y se camela a los autoestopistas gracias a unas grotescas tetas, rasgos que no me cuadran con la Johansson y que son claves en la historia.
Me llegas a soltar lo de es buena literatura pero mala ciencia ficción y te llamo Barceló.
Sí que hay ciertos elementos de los alienígenas que requieren de una cierta complicidad si se tienen un cierto número de lecturas dentro de las fronteras del género. Lo mismo se puede decir de la risible primera lectura alegórica que se puede hacer (“uuuuuh, tratan a los humanos como animales” “uuuuuuuuuuh, hay gente que defiende los derechos de los animales y lo tratan como un loco” “Uuuuuuuuuuuh tengo que empezar a comer más brecol y menos vaca”) Es un ejercicio que no me supone mucho problema si hay más en la narración y el personaje de Isserley y su modo de vida me atrajeron lo suficiente como para no prestarle atención.
También reconozco que hay otras cosas por las que me cuesta mucho más pasar. Mismamente errores científicos de bulto en otras novelas que entran en explicaciones pormenorizadas de esos detalles. Macho, nadie te manda explicar nada, pero si lo haces al menos que sea verosímil. Cada loco con su tema 😀
Y sí, Johansson más parece un gancho de cara al público que la actriz más adecuada para el papel.
A mí me gustó mucho. Recuerdo que hice una reseña y todo, pero la he perdido. Mencionaba precisamente el parecido con “El planeta de los simios” (novela mucho más mala que su película) en cuanto al mensaje alegórico, pero le concedía más peso a la superficie de esa alegoría (somos jabugo) que a su contenido. Creo que el personaje era lo más destacable con mucho, y algunos momentos realmente potentes, como el de la violación, que me parece lo mejor.
Vengo a decirle una cosa a mi yo del pasado; no tienes ni puta idea, que cruz tengo contigo. La Johansson es de lo mejor de la película, aparte de que se juega con la idea de que lo más alienígena del mundo es una estrella de Hollywood haciendo cruising en furgoneta por las calles más sórdidas de Edimburgo, la muchacha lo hace fenomenal; esa mirada perdida, esa media sonrisa, esa charla insustancial con la gente de la calle, esa mezcla de autismo y fragilidad, ese descubrir poco a poco el cuerpo y como el cuerpo, fuente de placer, es prisión y dolor para ella.
Pues eso, que no se repita y tenga que volver a enmendarte la plana.