Recuerdo el revuelo en los foros de Cyberdark cuando el editor de La Factoría de Ideas, Juan Carlos Poujade, anunció una nueva traducción de Todos sobre Zanzíbar. El run run sobre los problemas de ciertas ediciones de Acervo, esa sospecha de mutilar textos subidos de tono o con un cierto gusto por las palabras malsonantes, alentaron reediciones del premio Hugo de John Brunner o de Incordie a Jack Barron. Pues bien, cuando Todos sobre Zanzíbar llegó a las librerías a mediados de 2003 lo hizo con la misma versión de Jesús Gómez utilizada por Acervo en 1978, y la afirmación de que no había sido necesario traducirlo de nuevo: habíamos leído una obra íntegra que hacía justicia al original. De un plumazo, la editorial que un par de años antes había puesto en circulación una traducción de Nebulae Primera Época de una novela del mismo autor, pasaba de puntillas sobre esta tropelía y ganaba el discurso de la reedición necesaria. Diecisiete años más tarde verifico que Poujade nos metió el enésimo gol por toda la escuadra.
Para el estándar de su época, la traducción de Jesús Gómez era meritoria. Basta acercarse al texto original para apreciar su trabajo sobre las voces o la terminología. Lejos de entregarse a la habitual tarea de aliño “quito o reformulo a lo bestia lo que me cuesta llevar al castellano”, Gómez estuvo a la altura del reto en bastantes facetas. Es de suponer que el trabajo editorial de Domingo Santos, por entonces director de la colección de Acervo, tuviera algo que ver. No puedo decir lo mismo de las oraciones más enrevesadas; hay en este libro frases que no se entienden o quedan muy por detrás del original.
Como la placa hembra de forma monstruosa de una prensa de troquelado explosivo, el entorno sobreimpuso a la personalidad de Donald Macerdo, del mismo modo que una mano apretada sobre masilla deja resaltes entre los dedos, la marca de su estructura circular.
Like the monstrous shaped negative-plate of an explosive forming press the environment clamped itself on the personality of Donald Hogan, as a hand clenched around a lump of putty will leave the ridges between fingers, the imprint of the cuticular pattern.
En una filosofía empresarial donde el subempleo, el contrato bajo palabra y la chapuza fueron un estándar, una nueva traducción de Todos sobre Zanzíbar era mucho más complicado que pasar un ejemplar de Acervo por el OCR e imprimir, tal cual, aquella edición con 25 años a su espalda. Esperemos que Jesús Gómez o sus herederos recibieran el justo pago por su labor.
Esta es una de las razones por las cuales he batallado más de la cuenta con este libro. Incluso he llegado a saltar al original para desistir a las 30 páginas y regresar a la traducción. El efecto del confinamiento (leí la novela entre abril y mayo) empantanó mi ritmo de lectura hasta el punto de avanzar tan despacio que estuve a un tris de dejarlo. Sin embargo, esta falta de fluidez en su primera mitad no me impidió participar de la fascinación por una novela que comprende la realidad de su tiempo como ninguna otra en la ciencia ficción de los 60 y los 70. Las turbulentas relaciones sociales, económicas y políticas dentro de EE.UU. y entre EE.UU. y los países en vías de desarrollo, quedan retratadas en todo su volcánico esplendor a través de las acciones de sus dos protagonistas centrales, Norman de la Casa y Donald Macerdo (Norman House y Donald Hogan). Ambos participan de los procesos de descolonización y neocolonización que podían verse en África y en el sudeste asiático, debidamente ficcionalizados a través de su vínculo con Beninia y Yakatang. Dos países que al inicio se ven en la lejanía, desde una ciudad de Nueva York asediada por los conflictos raciales primos-hermanos de los de finales de los 60, para ocupar el centro del escenario cuando de la Casa y Macerdo se desplazan hasta ellos.
Estas historias vehiculares figuran en los capítulos encabezados por el epígrafe “Continuidad”. Vienen acompañadas de otros tres segmentos cuyo entrelazamiento compone el collage de Todos sobre Zanzíbar. Por un lado tenemos “Contexto” y “Las cosas que pasan”. “Contexto” está copado por fragmentos de la obra de Chad Mulligan; un antropólogo pop que hubiera hecho las delicias en el plató de La Clave y que también figura en “Continuidad” dada su relación con de la Casa y Macerdo. Lejos de limitarse a lo meramente historiográfico, sus textos abundan en facetas sociológicas, filosóficas o políticas enfocadas desde un cinismo acorde a su personalidad. Mientras, “Las cosas que pasan” terminan de glosar ese futuro cercano en aparente colapso, pero sin llegar a precipitarse hacia él, mediante teletipos, locuciones de radio, secciones de reportajes…
La asimilación de esta ingente cantidad de información es, en primera instancia, inabordable. Brunner tampoco lo pretende. Busca sugerir el shock de futuro en el sentido en que fuera formulado por Alvin Toffler dos años después de publicarse Todos sobre Zanzíbar. A través del bombardeo y la agregación de capas y fragmentos se evoca un impacto tecnológico y sociológico que genera una desorientación inmisericorde en un lector obligado a convivir con ella. Un objetivo factible cuando dejas de intentar de integrar cada pieza y te sumerges en el cuadro general.
El último plano narrativo se posiciona entre “Continuidad”, “Contexto” y “Las cosas que pasan”. “Viendo primeros planos” está compuesto por semblanzas del día a día de varios personajes. Secuencias entre lo narrativo y lo descriptivo, un tanto erráticas comparadas con las de los dos protagonistas, pero tremendas en su labor de representación de una realidad acogotada por una superpoblación que ha llevado a la inmensa mayoría de estados de la unión a regular una serie de políticas eugenésicas. Este entramado legal controla el número de hijos por familia y la calidad de su material genético, y lleva a una serie de parejas a desenvolverse en los márgenes del sistema, en una marginalidad no siempre exitosa.
Esta cuestión se realimenta con el programa de mejora genética en el cuál se ha embarcado Yakatang, un régimen a caballo entre comunismo y nacionalismo y enfrentado a una resistencia armada apoyada por EE.UU. La maniobra contrarrevolucionaria típica de la guerra fría se amplia con la aparición de una figura científico-mesiánica que pone este país en la punta de la investigación genética al anunciar una serie de medidas que eliminarán los caracteres “problemáticos” e impulsarán el acervo genético más allá del límite de lo sobrehumano. Este detalle quebranta las equivalencias de Yakatang con la descolonización de Indonesia, la caída de Sukarno y la subida al poder de Suharto. El científico responsable, Sugaiguntung, parece durante muchas páginas el típico megalómano entregado de pies de cabeza a su gobierno hasta que Donald Macerdo lo conoce y lo sitúa en el mismo plano que el presidente de Beninia, Obomi, cuyo plan de mejora para su país introduce la faceta utópica en la novela desde su mismo comienzo. Avejentado y exhausto tras años de evitar caer en la espiral de violencia que asola a las naciones africanas, aprovecha el tiempo de paz que le queda para asegurar que su singularidad perdure más allá de su muerte.
El motivo detrás del éxito de Obomi es el flanco especulativo más débil de un argumento en el que ocasionalmente John Brunner se arroja en brazos de lo naif (Suiza como ejemplo a seguir en el comercio mundial). Pero cuando se revelan estas debilidades, apenas son cartuchos disparados al aire entre las decenas que han acertado en el centro de la diana. Todos sobre Zanzíbar funciona como un inmenso cuadro impresionista creado por cientos de pinceladas cuya acumulación componen un dramático retrato donde nada se ha dejado al azar. Basta fijarse en los nombres de los protagonistas: Norman de la Casa (House en el original) termina regresando a sus orígenes en ese viaje a África para llevar a cabo el plan de Obomi y salvar su país. Mientras, Donald Macerdo (Hogan en el original) también tiene ese apelativo al hogar (Hogan significa casa en navajo). Un lugar y un estado mental que nunca debería haber abandonado y del cuál es sacado por fuerzas ajenas a él.
Esta riqueza no oculta los desequilibrios de una trama sobredimensionada cuyas idas y venidas hacen que Todos sobre Zanzíbar se tambalee sobre unos pies no siempre bien plantados. Su desmesura queda en evidencia cuando, pasado el ecuador, todo queda reducido a un thriller mano a mano entre Macerdo y de la Casa. Una descompensación que Brunner corrigió en El rebaño ciego, novela de 1972 que refina la fórmula hasta llevarla a su máxima expresión. Afortunadamente de El rebaño ciego tenemos una traducción más reciente que se vio algo quebrantada por las deficientes ediciones de AJEC. El triste sino de una parte sustancial de la ciencia ficción en España que las editoriales apenas parecen preocupadas en subsanar, embarcadas como están en su mayoría en la recuperación de los títulos de toda la vida con sus traducciones de siempre.
Todos sobre Zanzíbar, de John Brunner (Acervo, Acervo Ciencia Ficción nº36, 1979)
Stand On Zanzibar (1968)
Trad. Jesús Gómez García
722 pp. Tapa dura.
Ficha en La tercera fundación
” Poujade nos metió el enésimo gol por toda la escuadra”
Bueno, de hecho el ensayo colectivo “Las 100 mejores novelas de ciencia ficción del siglo XX” fue un gol en propia meta, porque le hicimos por la puta cara (bueno, cobramos, pero yo ya me entiendo) un centenar largo de informes de lectura sobre posibles reediciones que luego quemó de mala manera.
Lo de Acervo y el famoso saldista que tenía las planchas de los títulos de Acervo y estaba siempre al acecho para contraprogramar las reediciones reimprimiendo los clásicos y poniéndolos en circulación por el circuito de los saldos tampoco es que fuera muy elegante. En Gigamesh llegamos a recibir un email todo en mayúsculas de una cuenta en plan editorialacervo@hotmail.com amenazándonos con que nos íbamos a cagar por la pata abajo si nos atrevíamos a reeditar “Sueño del Fevre” porque la ley de propiedad intelectual tal y cual. Todo muy sórdido.
Todo esto es política de tierra quemada: considerar la traducción antediluviana como un coste que te ahorras, en vez de revisarla a fondo o, qué idea tan loca, encargar una nueva traducción, que en el caso de esta novela costaría un pastón, que repercutiría en que el libro saldría a la venta dos o tres euros más caro y… Quita, quita. Así nos va. Al final, te lo acabas leyendo en inglés a la que puedas.
No me atrevo a releer esta porque me temo que me parecerá algo demodé y la traducción me rechinará y me cabrearé, pero creo que, por trascendencia y por el nada banal hecho de que supo leer perfectamente qué tipo de futuro nos esperaba, es una obra que tendría que estar siempre en catálogo. Pero no digo en colecciones especializadas, digo con edición crítica en Cátedra o con retraducción de nivel premio nacional en Mondadori, Tusquets o Anagrama.
Las prácticas de la casa darían para una serie de artículos. Las selecciones de colecciones de relatos o de novelas gracias a mensajes en foros o correos electrónicos de aficionados; las traducciones a seis manos; los derechos de los traductores en las reediciones; esos ebooks en Amazon hasta varios años después del cierre de la editorial…
Y sí, merece una edición como la que comentas. Pero esas 700 páginas pesan demasiado 🙁
Me gustaría incidir en uno de los detalles que mencionas: el hecho de que quizá Brunner fuera el primero en plasmar extensamente la idea de que el futuro sería un escenario confuso, caótico en apariencia. Y no digo decididamente extraño, que es algo en lo que ya incidieron Delany, Zelazny o Ellison antes, sino igual y a la vez distinto al presente. Esa creo que es la clave de la pertinencia continua de estas novelas. Una gran pena, estoy totalmente de acuerdo, que no puedan ser disfrutadas de la manera adecuada por el lector en castellano.