Llega el momento de confesar que todo lo que sé, incluyendo valiosas lecciones vitales que aún hoy sigo a rajatabla, las he aprendido de los tebeos. ¿Política? El pitufísimo, ¿geografía, gastronomía, otras culturas? Las aventuras de Astérix y Obélix, ¿arte contemporáneo? El cuadro que se comió París, ¿deporte? Gatolandia ’76 ¿las neurosis de la vida moderna? La semana más larga. Con estas sólidas bases intelectuales y educativas, el manga no iba a ser menos, y si en la anterior entrada les deslumbré con mis amplios y profundos conocimientos acerca del shogunato Togukawa no es porque me lo copiara de la wikipedia como suelo hacer habitualmente (aunque también…), si no porque antes me había leído otro estupendo manga histórico, el exitoso y laureado Ōoku, de Fumi Yoshinaga, un ucronía ambientada en el período Edo, que vendría a ser el complemento en plan melodrama de época de la BBC a las desenfrenadas aventuras de Azumi. Título en el que además confluyen felizmente la ciencia ficción y el tebeo japonés, puesto que en el año 2009 Ōoku obtuvo el premio James Tiptree Jr. en virtud de su original planteamiento de las cuestiones de género.
Si me pidieran un blurb para Ōoku lo despacharía rápidamente comparándolo al Yo, Claudio de Robert Graves, la famosa crónica en forma de folletín de la dinastía Julia durante los inicios del imperio romano, pero ambientada en el shogunato Tokugawa. Concepto al que habría que añadir un pequeño detalle ucrónico que lo cambia todo; en este Japón del período Edo una epidemia, la viruela roja, ha exterminado a tres cuartos de la población masculina, así que, tal y como ocurre cuando un país moviliza todos sus recursos para la guerra, son las mujeres las que acaban ocupando los puestos tradicionalmente desempeñados por los hombres, desde las tareas de gobierno hasta las del campo o el comercio, conservando los títulos nobiliarios en masculino sin que se produzca ningún cambio profundo en las estructuras político-sociales ni en el devenir de los acontecimientos históricos. Es más, dichos acontecimientos históricos suelen utilizarse como puntales de plausibilidad que sostienen los elementos ucrónicos de la narración, tal y como ocurre con el sakoku o cierre del país al extranjero, que en el manga se explica por la necesidad de ocultar la epidemia mortal a las potencias extranjeras, por el miedo de la shogun Iemitsu a una invasión de rudos y fortachones ejércitos europeos, a los que los miembros de la casta guerrera samurái, todas mujeres ya convertidas en altas funcionarias del shogunato, no podrían hacer frente. En este contexto, la narración girará alrededor de las intrigas políticas y el drama romántico de personas nobles y exquisitamente vestidas desarrollado en las cámaras interiores del castillo de Edo, el Ōoku, lo que era un harén femenino convertido por la magia de la ucronía en un harén masculino, en el que las shogun acaparan la escasa testosterona del país, escogiendo consortes, sementales para engendrar sanas herederas al trono y concubinas diversas para pasar el rato.
En una primera lectura Ōoku me dejó un poco descolocado, evidentemente existe una clara intención de generar reflexión en el lector hacia el papel de las mujeres en la historia y la ficción, presentando a los hombres en el rol habitualmente reservado a personajes femeninos. En esta ucronía los hombres no son más que mercancías valiosas, máquinas reproductivas o de placer que se prostituyen para dejar embarazada a toda mujer que se lo pueda pagar y donde los integrantes de familias nobles (o no tanto) pero pobres podrán entran a servir al Ōoku a cambio de un estipendio suficiente para mantener a sus familiares, desempeñando tareas de mozo, si son hijos de mercaderes u otras castas inferiores, o de concubina, si provienen de la casta samurái. Donde a lo máximo que podrán aspirar es a llevar una vida vacía como consortes, dedicados a funciones rituales y decorativas, abandonando hasta la capacidad de expresar qué y quienes son, o simplemente perdiendo la posibilidad de hacer algo más que ver pasar los días en una jaula de oro representando a un personaje vacío entre ceremonias y protocolos, intrigas y rivalidades palaciegas. Pero aparte de esto, que es un tema fundamental de la obra, por supuesto, tenía la sensación de que se me escapaba algo, puesto que, como decía más arriba, me parecía que Ōoku era una ucronía a la que no le interesaba lo ucrónico, lo especulativo. Aunque se muestra algún detalle sobre cómo afecta esta epidemia al pueblo llano, el cambio de roles de género no supone una lógica y profunda transformación en la sociedad japonesa del período Edo y sus rígidas jerarquías feudales. Hasta que investigando un poco descubrí que Fumi Yoshinaga era una autora de mangas de género yaoi, boy´s love o shonen-ai (el mundo de los matices en los microgéneros del manga es cada día más complicao y un poco peñazo también) de gran éxito como What Did You Eat Yesterday? o, sobre todo, Antique Bakery.
Como creo que ya he mencionado en otra reseña, dichos mangas yaoi o boy´s love o shonen-ai, son tebeos románticos sobre relaciones homosexuales entre hombres dirigidos a un público femenino, que pueden incluir o no contenido sexual explícito. Según algunas teorías, el éxito de este subgénero en Japón se debería a que estas obras ofrecen una vía de escape a los roles tradicionales de género asignados a hombres y mujeres en la sociedad japonesa, roles rígidamente definidos en una sociedad estrictamente jerarquizada. En los mangas shonen-ai las relaciones amorosas se desarrollan en planos de igualdad, incluso entre personajes de muy distintas edades, un espacio donde los hombres expresan sus emociones y conflictos sentimentales libremente y no se ven atados por la convenciones sociales y en los que las lectoras no tienen que verse reflejadas en personajes femeninos que perpetúan un rol y unas actitudes amorosas con las que no se ven identificadas. De este modo, en Ōoku se despliega la otra capa de significado que yo era incapaz de ver, la razón por la cual a Yoshinaga no le interesa la especulación, sino mostrar los efectos devastadores de un sistema social extremadamente rígido, ritualizado y jerarquizado. En el manga propiamente dicho, este sistema siempre produce infelicidad y desgracia a los personajes, como se muestra de forma exquisitamente trágica en lo que para mí es el momento cumbre del manga, la historia de la shogun Tsunayoshi, quien, encerrada en una burbuja ajena a la vida real, promulgando leyes absurdas para un país que desconoce y completamente destruida en lo personal por el sistema político y social que ella misma encarna, sólo encuentra alivio y salvación (aún sólo temporal) gracias al amor y la entrega en momentos íntimos en los que las jerarquías y los roles de género desaparecen disueltas por el amor. Es en estas escenas donde más brilla Yoshinaga, momentos de una tristeza intensa y desoladora, gélidamente emotiva, mediante a su elegante, limpísimo y exquisito trazo.
En los primeros volúmenes, este impecable y pulquérrimo dibujo de Yoshinaga me resultaba quizá demasiado frío, pero de nuevo se trataba de una apreciación equivocada por mi parte, dicho grafismo es simplemente el reflejo de un mundo cerrado en sí mismo, representando con fría precisión geométrica las relaciones rígidas y ritualizadas que se establecen entre los personajes, resaltando los momentos emotivos mediante la ralentización del tiempo, concentrándose en las expresiones de los personajes a la vez que libera el diseño de página y de viñetas. Por lo demás, la narración es impecable, el culebrón fluye muy bien y siempre resulta interesante y ameno, puesto que el ascenso de las diferentes shogun permite a la autora renovar personajes y temas continuamente, engarzándolos en la trama principal de la epidemia, mezclando las cuestiones de género con la intriga política, el carácter del gobierno en el shogunato visto como un mundo aislado y ajeno a los problemas de la población, la narración de la vida cotidiana de palacio, o la irrupción de los médicos extranjeros invitados por el shogun en su afán de encontrar una cura a la viruela roja. La pega, advierto, quizá es la dificultad para el lector de manejar multitud de personajes y sus títulos nobiliarios o clanes a los que pertenecen, a veces cuesta seguir un poco el quién es quién.
Finalmente señalar un aspecto negativo acerca de la edición norteamericana de Viz que es la que estoy siguiendo; la decisión de traducir el japonés con el que está escrita la obra al inglés isabelino me parece completamente desacertada. Aparte de lo pedregosa e incómoda que resulta la lectura, suena extrañísimo que en Japón todos los personajes, desde las shogun hasta los prostitutos más tiraos, hablen como en una obra de Shakespeare. No sé si el japonés del manga resulta una lectura tan incómoda como el inglés de la traducción, si el japonés antiguo es muy diferente al moderno, o si se podría haber adaptado con un lenguaje igualmente rígido y formal pero menos árido, porque esta traducción creo que perjudica el disfrute de la lectura, donde cuesta horrores navegar a través de la anticuada sintaxis y los innumerables “thy”, “thee”, “thou”, “prithee”, “´tis”, etc. Una razón importantísima para suplicar desde aquí la publicación de Ōoku en castellano.
Ōoku: The Inner Chambers, de Fumi Yoshinaga. Viz Media LLC, 2005. (大奥, Hakusensha, 2004).
Premio Japan Arts Media Festival en 2006. Gran Premio Osamu Tezuka en 2009. Premio James Tiptree Jr. en 2009. Premio Shogakukan en 2011.
Traducción de Akemi Wegmüller.
Serie en curso, 19 volúmenes publicados hasta la fecha. Rústica, 220 pp. 9€-15€