Entre las pequeñas editoriales que pugnan por abrirse hueco en la ciencia ficción, fantasía y terror de España, el fenómeno que más me ha llamado la atención en estos últimos dos años es la expectación generada por Ferrán Varela y La danza del gohut. No solo consiguió dinamizar la lectura de esta novela corta en formato electrónico sino que se aupó a lo más alto de los libros vendidos en Gigamesh durante al menos dos meses consecutivos. Una hazaña a priori vedada a productos fuera de las grandes editoriales o los autores que atraen mucho público a las presentaciones. Arroja esperanza para un proyecto humilde como El Transbordador, que, también es cierto, le está costando repetir con otros autores.
La danza del gohut ha contado con un boca a oreja animado por un precio muy medido en la edición electrónica, que es la que he leído, y razonable en su equivalente en papel. Frente a otros libros amateurs, abiertamente mal maquetados, con abundantes erratas y de lectura desagradable, El Transbordador cuida sus productos con detalles que a 7 u 8 euros son una quimera. Además La danza del gohut se desenvuelve en un género, la fantasía de corte medieval, que es donde se concentra el gran caladero de lectores entre el público especializado. Y lo hace alejándose de la corriente dominante (el requetecinismo del machirulo crepuscular) para recuperar un aire clásico y un cierto humanismo sin sacrificar frescura.
La secuencia de los capítulos, con una introducción que convierte el resto de la historia en una especie de flashback, alienta el misterio, plantando una serie de enigmas (¿Quiénes son los gohuts? ¿Por qué se les persigue? ¿Por qué uno de ellos modifica el nombre de una tumba para escribir otro nombre?) a resolver más adelante. La mayoría funcionan a modo de presentación: de Leara, la tutora encargada por la familia Novon para tratar a su primogénito Gerrin, capturado por los gohut durante una cacería y cautivo varios años hasta ser rescatado recientemente; del Plenipotenciario, el patriarca de los Novon y cabeza visible de las Grandes Casas de Tiuma; del hijo pequeño de la familia, Errold, un crápula contrariado por tener que ocupar el lugar de su hermano; de una sociedad feudal que utiliza la cacería anual contra los gohut como medio para legitimar sus estructuras de poder… Y, sobre todo, del misterio detrás de la desaparición de Gerrin.
Los detalles fluyen mediante las conversaciones que Leara mantiene con todos los personajes, salvo la que se refiere a la estancia de Guerrin entre los gohut, desvelada en primera persona en una conversación que expone ese modus vivendi. Este capítulo, el más extenso, ejerce de clímax; por lo que supone de revelador y porque lo que viene después es más bien una resolución ya anticipada por la introducción. Varela idea una serie de experiencias en la encrucijada entre El último samurai y Un hombre llamado caballo, contada con vigor; lo que me parece más significativo que la originalidad o no de la historia.
Es en este punto donde el oficio de Varela, su control sobre la historia y cómo el mundo fluye a través de los personajes, sus acciones, sus pensamientos, acusa una cierta atonía. La completa dominancia del diálogo, transformada en soliloquio en su fulcro, convierte La danza del gohut en una historia que cuenta mucho mientras que sugiere y evoca poco. Y esto en un género tan necesitado de estimular la imaginación me ha distanciado del relato. Una falta de relieve evidente en el amaneramiento en los diálogos, con parlamentos artificiosos y alargados para sobreincidir en determinadas cuestiones desde únicamente dos registros: los “humanos”, prácticamente indistinguibles entre sí más allá de los temas de los que hablan, y el gohut.
Me ablandan la mirada ciertos detalles, caso de la contraposición de la férrea sociedad jerárquica de Tiuma frente al impulso vital, a ratos suicida, y la equidad de los gohut. Un contraste que me ha recordado una novela tristemente olvidada: La atalaya, de Elizabeth Lynn, premio Mundial de Fantasía de 1980, toda una celebración de la lucha contra las convenciones. Igualmente, me reconcilia con la labor de Varela su acierto con el formato y su dominio del flujo del relato. Motivos por los cuales ya tengo en mis manos El arcano y el jilguero. Su siguiente libro, de nuevo publicado por El Transbordador. Espero poder escribir sobre él por aquí, en breve.
La danza del Gohut (Ediciones El Transbordador, 2018)
Rústica. 116pp. 14€
Ficha en la Tercera Fundación