Ya he comentado en alguna ocasión mi admiración por el trabajo con los clásicos de Valdemar. Ha conseguido crear un (cierto) mercado más allá de los 20 títulos en perpetua reedición, recuperando nombres mayores o menores, más o menos populares, en unas ediciones que se reciben con una cierta expectativa, ya sea para leerlos o simplemente coleccionarlos. Mientas, la ciencia ficción continúa de cara a la pared y con las orejeras de burro bien puestas, abonada a un terreno donde más allá de una docena de nombres y un puñado de títulos extra, existe un yermo en el que se han visto sepultados una serie de escritores principales y secundarios, en un maridaje uniformador; desde el presente, sin un buen bagaje, resulta complicado discernir la relevancia de unos y de otros. Especialmente si escribiste sobre todo relatos, y agravado por haber permanecido alejado de los mentideros del fandom. Tal es el caso de Robert F. Young. Young desarrolló su carrera desde un cierto anonimato, fiel al formato breve hasta el punto que sus únicas cinco novelas comenzaron a aparecer cuando pasaba de los 60, la primera publicada en 1975 directamente en francés (la lengua en que está escrita). The Worlds of Robert F. Young fue su primera colección de relatos y abarca siete años de carrera literaria, los que van desde 1955 a 1962. Algo que no tiene mayor misterio; su primera edición fue en 1965.
Sin haber leído nada fuera de ese intervalo, es difícil hacerse una idea de lo representativos que pueden ser, pero invitan a abrir la cuestión de si el olvido en que ha caído es merecido, como el enésimo buen artesano perdido entre líneas de la historia de la ciencia ficción, o si en la escritura de relatos llegó a estar en la categoría de los Matheson, Sheckley, Bradbury… En estas páginas hay cuentos potentes que se zambullen dentro de la ciencia ficción de los cincuenta y ponen sobre la mesa las inquietudes de aquellos años, desde la fiebre por el consumo a la hipocresía detrás de los EE.UU. de los suburbios, pasando por otras cuestiones más personales como el origen del arte y las tensiones sobre su creación o su relación con la sociedad en la que emerge. En este sentido, la crítica de liberalismo económico evidente en una mayoría de cuentos ponen a Young como un narrador próximo a los valores de Sheckley, Pohl o Kornbluth, quizás sin su contundencia y filo, fiel a un trazo más melancólico cercano a Bradbury.
“The Dandelion Girl” es quizás el cuento más renombrado. En él, mientras un marido pasa sus vacaciones en un paisaje bucólico sin su esposa, conoce a una joven presunta viajera temporal. A lo largo de varias tardes, se encuentran y conversan para terminar enamorándose. Sin embargo, al cuarto día ella no se presenta y el hombre, desolado, regresa a la ciudad para enfrentarse a la incomprensible ausencia de su nuevo amor, acompañada de un sentimiento de culpa por la traición a su mujer. En esta secuencia, sin incidir demasiado, Young enhebra una hermosa historia de tintes románticos y la caída en el desencanto de una relación con el paso de los años en un marco de viajes en el tiempo cuya veracidad no se revela hasta el desenlace. Un final bien plantado que demanda de una cierta ingenuidad, muchas veces ligada al encanto naif de estos relatos que, en ocasiones, no consiguen escapar del momento en que fueron escritos. No es el caso de este “The Dandelion Girl”. Mantiene la capacidad de emocionar y el vuelo atemporal de los grandes clásicos de la ciencia ficción.
No es el único cuento de The Worlds of Robert F. Young con sentimiento de culpa y bucle temporal. “A Drink of Darkness” le da un giro a las historias de alcoholismo dentro de una familia, escrito desde una sensibilidad más próxima al fantástico. Mientras, en un aire más jocoso, “The Girl who Made Time Stop” desarrolla el frenético noviazgo de un hombre con una mujer a la que acaba de conocer y cuyas intenciones terminan explicándose en el contexto de una divertida contienda entre alienígenas. En sus entresijos, funciona como una vuelta al desconcierto de los hombres de la época ante unas mujeres que se están desprendiendo de los valores tradicionales, en un reverso pelín calzonazos de “La séptima víctima” de Sheckley o “La chica de los ojos hambrientos” de Leiber.
Este humor colorista, un poco tontorrón pero siempre con una vuelta inesperada, también se deja sentir en “Written in the Stars”, de lo más apropiado para estos tiempos de juicios a Javier Krahe y Willie Toledo, o en una vertiente más social y económica en “Flying Pan” o “Added Inducement”. Estos dos abren la batería de relatos que representan algunas de las facetas más absurdas de la complacencia eisenhoweriana, y las ideas de progreso alrededor del consumo y el prestigio basado en la posesión. La cumbre de esta vacuidad apoyada en la fascinación por lo banal y lo transitorio alcanza su cumbre en “Emily and the Bards Sublime”, una joya sobre la conservación de un bagaje cultural ajeno a las modas de la que ya habló largo y tendido Julián Díez en uno de sus Fracasando por placer (y que me ha llevado a mi hasta este libro).
Ampliando mi visión como joven turco apenas un poco más joven, “Emily and the Bards Sublime” muestra también un poco el, siendo fino, clasicismo en la composición de relatos de Young. Su alineación de bardos ya deja a las claras su fidelidad a un canon con un cierto aroma a naftalina. Sin embargo esta ligera falta de arrojo, evidente también en una forma convencional, garantiza un armazón donde el desenlace acostumbra a ser efectivo… siempre que se aprecien estas cualidades.
La atracción por los vehículos de “Emily and the Bards Sublime” se lleva un paso más allá en “Romance in a Twenty-First-Century Used-car Lot“. Con seguridad el cuento más atrevido al situar al lector ante un mundo donde las personas son coches y las tiendas que visitan, los objetos que compran, las relaciones que mantienen… se abordan desde esta perspectiva. Lo que podría parecer un claro antecesor de Cars (Pixar) se revela más bien como un reverso oscuro de American Graffiti cuando una de sus protagonistas, la joven Arabella, sufre el cortejo y una posterior agresión sexual sorprendentemente cruda, impulsada por todo el artefacto metafórico que traza la cuestión a través de unas imágenes explícitas sin caer en lo gratuito. También es un texto que hubiera agradecido un poco más de concisión. Esta mirada tenebrosa al capitalismo y sus relaciones de poder alcanza su clímax en “Little Red Schoolhouse“, sobre una aterradora instrumentalización de la maternidad, de máxima actualidad con la controversia alrededor de la maternidad surrogada.
Como en cualquier testimonio de su tiempo, parecen inevitables las dificultades para reintegrarse de los soldados que han dejado atrás parte de su vida y su cordura. “The Stars are Calling, Mr. Keats” relata la difícil estancia de un veterano piloto de naves espaciales forzado a abandonar su profesión para convivir con la familia de su hermano, alienado en la más absoluta dependencia, abocado a la precariedad económica y emocional. Su única fuente de alegría llega a través de un extraño pájaro alienígena al que enseña a recitar poemas, y que será causa de una desavenencia con su hermano. Desde la sencillez y la ternura, Young construye una historia que recuerda la amargura de “Las estrellas desafiantes” de Brown.
Me falta hablar de otro hilo conductor: el acto de crear, siempre desde un humanismo muy bradburyano, rozando el antimaquinismo en el certero “Production Problem” (otra historia de viajes en el tiempo), o un camino más ambicioso en “Goddess in Granite“. Este último ofrece una composición muy en la línea de autores de este siglo como Ken Liu, estableciendo dos planos narrativos que se realimentan emocionalmente mientras establecen una tensión orientada a disparar un clímax transformador. En el primero, un alpinista afronta la tarea de escalar en solitario una vía no explorada en una construcción alienígena con forma de mujer. Mientras asciende a través de una pared vertical muy complicada, apretado por un día menguante y la creciente falta de oxígeno, rememora la vida que le ha llevado hasta allí, desde su relación con su madre o su mujer a su carrera como escritor, ahogada tras su éxito inicial y convertida en una búsqueda insatisfactoria. El por qué del objetivo casi suicida se expone al final, sin embargo su revelación queda atenuada respecto a otros cuentos, un poco tragada por un escenario majestuoso cuyo relato parece mucho más convincente que unos recuerdos en comparación livianos.
Regresando a la interrogación retórica que formulaba al inicio de esta reseña, quizás una mayoría de estos textos carezcan del vuelo literario de la ficción breve más selecta de Bradbury o Sturgeon, o de la mala baba de Kornbluth o el Sheckley de los 50, pero este libro acierta a reivindicar el recuerdo de Young, con un meritorio nivel medio capaz de desprenderse de un regusto viejuno. Y algunas joyas como “The Dandelion Girl” o “The Stars are Calling, Mr. Keats” se mantienen entre los textos más conmovedores de la ciencia ficción norteamericana. Ya solo por ellos, merece la pena darle una oportunidad a The Worlds of Robert F. Young.
The Worlds of Robert F. Young
Wildside Press LLC, Junio 2019
228 pp. Paperback. 15,40 €
Esta antología es representativa de los primeros años de Young, pero no están todos sus mejores cuentos. En todo caso, el tono, las virtudes y defectos que señalas, son aplicables a toda su obra que conozco.
Para mí al menos tiene dos obras maestras al nivel de los mejores relatos de la historia del género: “Treinta días tenía septiembre” y “Traigo frescas lluvias”. También con los defectos y virtudes citados. He visto citado también muchas veces como especialmente destacado “Little Dog Gone”, pero la única versión en español que hay es en una traducción prehistórica y no lo he encontrado en inglés.
Young no fue un grande, pero sí creo que se le debería considerar un miembro destacado de un segundo grupo: digamos el de los Damon Knight, William Tenn, Judith Merrill o Algis Budrys. Reivindicar lo buenos que fueron en muchos momentos estos autores hoy desconocidos es lo que me parece que pondría en valor lo excepcional que fue la cf de los años cincuenta y sesenta, hoy olvidada dentro y fuera del género.
En los próximos meses espero tener por aquí textos sobre cuentos de Evelyn E. Smith, Avram Davidson y, probablemente, Damon Knight. Merece la pena el esfuerzo por conseguir sus libros e intercalarlos con lecturas más actuales. En la línea que estás defendiendo desde hace un año (sí, ya llevas un año con Fracasando por placer), hay relatos magníficos que, lejos de parecer mohosos, mantienen su vigencia. Muchas gracias por recuperar y defender esta memoria.
Acabo de ver que “Treinta días” y “Little Dog Gone” están en A Glass of Stars, otra colección de Young http://www.isfdb.org/cgi-bin/pl.cgi?658. Entre 200 y 400 euros dependiendo a qué Amazon la pidas. No queda otra que rastrear otros libros donde se han publicado para poder leerlos
Según la ficha de la ISFDB (http://www.isfdb.org/cgi-bin/title.cgi?41201) “Little Dog Gone” se publicó en la revista Worlds of Tomorrow, February 1964, que está digitalizada en el Internet Archive (como el resto de Galaxy e If):
https://archive.org/details/Worlds_of_Tomorrow_v01n06_1964-02_LennyS-EXciter/page/n134/mode/2up
Muchas gracias, porque no me acordaba de que estuvieran ahí. Confieso que mi obsesión por buscar un libro viene porque en los últimos años he regresado con fuerza al papel sobre el soporte digital. Y no sé por qué le he pillado un poco tirria a las revistas y antologías variadas frente a la colección de relatos de un autor o una antología temática. Vicios lectores.
Lo decía fundamentalmente porque me indignan esos especuladores que piden 400 euros por un libro.
Aun recuerdo los tiempos de cyberdark, con peña pagando 60 euros (y más) por libros de bolsillo que tres o cuatros años antes habían costado 6. Debo reconocer que si alguien los paga por algo así, se merece la estafa.