Como ya comentaba hace unas semanas, siento un creciente desapego por mi colección de viejunidades de cf por tener el sencillo problema de resultar ilegibles. Es natural, por supuesto, que haya libros que se salven de la quema por razones prácticas o sentimentales. Nueva Dimensión y el resto de antologías, por supuesto. Ultramar, que compraba ilusionado en los quioscos de mi barrio. La segunda Nebulae y Super Ficción de Martínez Roca eran las otras colecciones cuyo precio se podía permitir de vez en cuando mi paga quincenal de adolescente. Pero es esta última la que conservo con mayor cariño, pese a sus muchos defectos: traducciones deficientes, textos mutilados, la presencia de algunos títulos apestosos…
Tardé algún tiempo en darme cuenta de la razón. Y resultó ser tan simplona como que me gustaba su apariencia. Ese negro mate, la tipografía de palo grueso chocante, y las imágenes extrañas, coloridas de aerógrafo, de un peculiar estilo que yo calificaría como «minimalismo futurista naif», que firmó Horacio Salinas Blanch.
No digo en absoluto que fuera mejor que los grandes portadistas de la época (Garcés, Chichoni, Aguilera…), pero todos los demás han sido ampliamente reconocidos, mientras que el trabajo de Salinas Blanch me da la impresión de que sólo ha cobrado su verdadera importancia, sólo ha realzado su estrafalario encanto, con el paso de los años. En una ocasión pensé incluso en buscar algún original suyo, por si estuviera al alcance limitado de mi bolsillo; no lo había, ni tampoco prácticamente ninguna información, salvo que nació en 1954 (es decir, era muy joven cuando empezó con estas portadas: la primera es de 1976, las anteriores de la colección son de David Pelham, compradas a Penguin), apenas hizo algunas otras ilustraciones para Argos Vergara, y no hay ni rastro de él.
Pero también descubrí que, sorprendentemente, el trabajo de Salinas Blanch ha llamado en los últimos tiempos la atención de bastante más gente, en particular en el extranjero, como representante destacado del retrofuturismo. Vincenzo Natali, el director de cine canadiense con películas como Cube, ha publicado varias de sus portadas en twitter. Hay galerías enteras dedicadas a él en tumblr e instagram. Incluso he encontrado alguna obra hecha «en homenaje a Salinas Blanch», como esta posible portada de Stranger Things o este cartel de Blade Runner. Etcétera. Naveguen la red ustedes mismos.
A partir del 101 de la colección Super Ficción, cuando Alejo Cuervo se hizo cargo, se prescindió de Salinas Blanch para emplear ilustraciones de grandes nombres anglosajones que, a decir verdad, entonces a todos nos parecieron más modernas y comerciales. Hoy, sin embargo, colgaría de mi salón con mucho mayor placer una de estas escuetas fantasías multicolores de Salinas Blanch que una ilustración hiperrealista de Michael Whelan o Jim Burns.
Pese a este fetichismo, este volumen en concreto que hoy vengo a comentar admito que no recuerdo haberlo leído en su momento. Martínez Roca publicó varias antologías con material selecto de nombres destacados pero que no eran las «canónicas» que se habían publicado en USA como «Lo mejor de…». En el caso de Jack Vance, la correspondiente apareció en dos tomitos en Bruguera (Lo mejor de Jack Vance y Estación de Abercrombie), realmente excelentes, y prácticamente pioneros de la edición de este autor en castellano.
Porque Vance tardó una cantidad anómala de tiempo en ser conocido en España. Desde que comenzó su carrera a principios de los cincuenta hasta la mitad de los años setenta, apenas se tradujo algún volumen suelto; por ejemplo, la primera novela de Los Príncipes Demonio en la antigua Nebulae. Fue precisamente un seleccionador de olfato tan fino como Carlo Frabetti el que dio el paso albergando en volúmenes de las antologías Ciencia Ficción de Bruguera una de sus trilogías, la de Durdane. Para ser un autor popular de space opera, este olvido resulta especialmente llamativo, y se convirtió en un filón para las editoriales de los años ochenta, en particular Martínez Roca, Ediciones B y Ultramar, que sacaron en rápida sucesión la práctica totalidad de su obra con buena acogida por los lectores. Vance, que había sido considerado un segundón consagrado a la cf aventurera, se vio favorecido por un contexto en el que quizá ya no era tan importante que la cf fuera «digna», para distanciarse de los ya fenecidos bolsilibros.
Gigamesh recogió más adelante el testigo, pero algún mal resultado comercial y el progresivamente reducido atractivo de su obra inédita o tardía terminó por eliminarle del catálogo. Y ahí está, casi toda su mejor obra disponible, si bien es cierto que tengo dudas sobre su viabilidad comercial; las editoriales amantes del pulp no pueden pagar sus derechos, y no sé si resultará de interés para lectores de hoy que no sean viejales como yo que tienen las ediciones de finales del siglo XX. Pese a lo cual el culto por Vance, incluso en territorios académicos, no deja de mantenerse en Estados Unidos.
Esa interrogación sobre su vigencia es la que me llevó a afrontar esta antología. Que no la leyera antes es extraño, porque Jack Vance fue durante muchos veranos una cita obligada para mí: algo así como mi Agatha Christie playero espacial, con su formato bolsillo, libros que al reabrirlos al cabo de los años dejan caer unos granos de arena. También es posible que la fuera dando de lado porque ya conocía de otras fuentes «La polilla lunar». En cualquier caso, empecé a disfrutar seriamente del volumen, con un gozo desacomplejado y seguramente difícil de compartir, revisitando esas descripciones de combinaciones de colores disparatadas, ropajes rococós y comidas que hacen que nitrogenar cosas parezca algo de menú del día.
Porque a su sencillez narrativa en su caso sí puede aplicársele el tópico de «aparente, pero trabajada». Lo excéntrico de sus ambientaciones, lo imaginativo de sus tramas y una prosa más que interesante dan forma a un tipo de relato que realmente tiene un encaje difícil en el panorama de la cf de hoy: es demasiado exigente para el consumidor de space opera adocenado, demasiado aventurillas para el lector que dice no de antemano a nada con aspecto de western interestelar.
Mi impresión, en particular tras revisar este volumen, es que el aprecio por Vance revivirá en cuanto se dé con la literatura de cf el paso que se ha dado en el cómic, por ejemplo, y los artesanos originales, imaginativos y constantes reciban el crédito que merecen.
Y hasta aquí llevaba escrito cuando todo empezó a torcerse ya de forma definitiva, hace casi de dos meses. Había leído algunos cuentos, pero en un arranque quise dejar encarrilado el tono del artículo. Lo hago así en muchas ocasiones, lo cual lleva a continuos retoques a medida que me adentro en el volumen en cuestión.
Y entonces lo dejé, no recuerdo nada de esos cuatro cuentos que leí, los primeros, salvo que al menos uno de ellos me pareció excelente, además, claro, de «La polilla lunar», un clásico que tenía muy presente, un relato fascinante, de una sensorialidad embriagadora.
Pero no he sido capaz de volver a este libro. De hecho, no he leído mucho en estas semanas, salvo picoteos: libritos de ensayo, novelas policiacas poco extensas y nada exigentes, revistas de historia. Pero, desde luego, lo que no he podido hacer concretamente era volver con un libro de cf.
El tema es, precisamente, el de la vigencia. Por un lado, del tipo de cf, más próxima a la literatura maravillosa que a la fantástica (por usar los términos de Todorov), de la que Vance es para mí el mejor representante, el más puro, el que ha sido capaz de sintetizar mejor cualidades literarias con la desvergüenza propia de nuestros modestos orígenes.
Pero tampoco con literatura prospectiva: visiones futuras a corto plazo en las que no se toma en cuenta cuál va a ser el cambio real.
Es algo que pensé muchas veces, tengo algún apunte por ahí al respecto, pero no creo haberlo puesto por escrito de forma ordenada. Me preguntaba: ¿qué pasará con la ciencia ficción cuando se produzca un acontecimiento de ciencia ficción? ¿Podría el género sobreponerse al descubrimiento de vida extraterrestre, al de la teletransportación o al de la velocidad más rápida que la luz? ¿No se convertiría casi toda la producción de cf en ucronías evocadoras pero inútiles, ingenuas, como nos parece ahora casi todo lo publicado en los años treinta?
Creo que no avancé en esa idea porque no pensaba que realmente en mi tiempo de vida fuéramos a llegar a ver un auténtico acontecimiento de la imaginería de la ciencia ficción. De hecho, creo que desde 1950, cuando digamos que el género cuajó como formato, tras el añadido del modelo de F&SF y Galaxy al dominante de Astounding que diera un primer impulso diez años antes, sólo se han vivido dos acontecimientos capaces de condicionar la visión del futuro y convertir a parte del género en un sueño caducado: la llegada a la Luna y la existencia de una red global de comunicaciones. Los móviles, la consulta de la actualidad en internet, la recepción instantánea de noticias llegadas de cualquier sitio del mundo, el fraccionamiento de la sociedad en comunidades de intereses mucho más fuertes y homogéneas que las comunidades nacionales o generacionales, son fenómenos que dejan un regusto obsoleto en la mayor parte de la ciencia ficción clásica, en la que hay gente del año 2.300 que va por ahí con libros de papel, habla por teléfonos fijos o hace consultas a ordenadores grandes como armarios de tres cuerpos que solamente pueden tener grandes empresas, estados o multimillonarios.
Ahora nos enfrentamos a un obvio punto júmbar de la historia, a un momento que tal vez sea decisivo. O no. Todos hablamos de posibles cambios políticos y económicos, y es natural. Pero esos cambios no alterarían la sustancia de la sociedad, no volverían obsoletos los textos de cf. En cambio me llama la atención que nadie quiera afrontar variaciones antropológicas mucho más profundas en nuestra forma de vida, que no creo seguras, pero tampoco me parecen remotas. Me refiero a un escenario en el que el coronavirus se cronifique, sea como una gripe mortal siempre presente, capaz de golpear regularmente incluso a los que la pasaron ya, y además una puerta para nuevas enfermedades similares.
Sería el fin de las concentraciones de gente, del deporte profesional, de cualquier espectáculo de masas. Una sociedad refugiada casi todo el tiempo en sus hogares y que salga lo imprescindible, fuertemente protegida. Un mundo desconfiado, con un tipo de relaciones sociales totalmente distinto, con viajes a interacciones personales reducidas al mínimo, en el que posiblemente se desarrollara de inmediato la realidad virtual, en el que surgirían nuevos trastornos psicológicos, con una robotización de la producción industrial, aplastante, con el sector cultural íntegramente orientado a internet. Un mundo donde los médicos serían, como en Salud mortal de Gabriel Bermúdez, una elite tecnocrática de poderes descomunales. Una sociedad donde la diferencia definitiva entre acomodados y supervivientes se cifrara en tener una casa cómoda en la que pasar el 95% del tiempo sin tener que pagar alquiler ni hipoteca; en términos de espacio, la primacía de los metros de espacio, en lugar de preocupar los kilómetros de distancia a los puestos de trabajos.
Puede ser que con nuevos tabúes, una nueva mojigatería quizá, y creencias adaptadas al nuevo escenario; o en cambio las nuevas circunstancias pudieren impulsar familias con múltiples miembros, poligamia, poliandria, matrimonios grupales, cualquier escenario que suponga un círculo de confianza mayor; es posible que tener animales de compañía se convierta en un lujo obsoleto, o bien pudiera ser que pasaran a convertirse una necesidad imprescindible. Puede que la renta universal sea una caja depositada semanalmente por un dron en la puerta de quienes lo necesiten, con un paquete de arroz, otro de legumbres, un pan de molde, fiambre enlatado, pescado congelado, unas piezas de fruta de temporada, leche y huevos; carne roja, aceite, harina y azúcar una vez al mes. Tal vez la obesidad mate más gente que el virus, y los snacks y chocolates, todos esos productos que son de repente los que ahora escasean en el supermercado, reciban un trato equivalente al del tabaco. Igual en cada casa nueva pasa a haber una sala de gimnasio tan asumida como hoy lo son el baño y la cocina. Etcétera.
Yo no digo que esto vaya a ocurrir. Sólo que no me parece descartable, que es un escenario que me ronda la cabeza, tan distinto que inhabilita todos los demás. Creo que sólo hay dos libros que se parezcan un poco a este fenómeno sutil pero irreversible que puede aguardarnos: Apocalipsis suave, de Will McIntosh, y Ora:Cle, de Kevin O´Donell, que por cierto no me parecen novelas excelsas ninguna de las dos, pero sí contienen semillas de esta posible nueva realidad. Y en un mundo como ese, seguramente, yo volveré más que nunca a Jack Vance en busca de esperanza, de sueños, de ideas lejanas y distintas. Mientras otra mucha ciencia ficción quedará atrás, testimonio de otra era, porque esa ciencia ficción, la que a mí más me gustaba, en realidad siempre habló el presente. Pero en tanto pienso en qué va a ocurrir, no, perdón, no pienso en ello, sólo está alojado en un rincón de mi cerebro sin manifestarse pero sin dejarme respirar en paz, me resulta muy difícil leer cf. No es que el futuro esté ya aquí, el tópico que se gastaba incluso el otro día Babelia para, por primera vez, ¡oh aleluya!, dedicar la apertura del suplemento a la ciencia ficción; es que justo ahora es cuando menos sabemos dónde está, y cualquier especulación literaria no puedo sino verla a través de las gafas de nuestra actual incertidumbre.
(Por cierto, permitidme una medallita anticlimática: escribí hace nueve años un artículo que se publicó en la revista Hélice, titulado “Cinco reyes, cinco príncipes“, en que vaticinaba que los tres grandes de la cf tradicional, Asimov, Heinlein y Clarke, darían paso a un quinteto de grandes en la consideración académica. Los seis autores que da Babelia son los cinco que yo mencionaba, es decir, Ballard, Bradbury, Dick, Le Guin y Lem, más el inevitable Asimov. El artículo en sí, como todos los que se vienen publicando en las últimas semanas con la idea de que es el momento de hablar de ciencia ficción porque, insisto, EL FUTURO YA ESTÁ AQUÍ, tiene enormes carencias; todos ellos casi indefectiblemente parecen escritos o por gente que nada más que gusta de un determinado autor, o de oídas, por encargo a gente que sabe del tema bastante poquito. En ningún medio de comunicación importante, y todos prácticamente han escrito sobre cf estos días, han aparecido mencionados La tierra permanece, Ciudad o Plop).
En los próximos meses habrá otros Fracasando por placer que escribí antes de la pandemia; soy un tipo organizado y siempre adelanto trabajo. Luego… Bueno, tengo unos meses por delante para recuperar mi capacidad de leer ciencia ficción. Mientras escribo, estoy como siempre rodeado de sus libros, y los sigo amando. Pero ya está dicho, y está bien que me lo reconozca a mí mismo: de momento no puedo enfrentarme a ellos, hay algo en mi cabeza que lo impide. No sé cómo lo viviréis vosotros. Sin duda, Jack Vance puede ser un bálsamo para muchos.
Buenos días! Me ha gustado mucho este texto. Cómo describes el proceso de escritura, tus hábitos de lectura, la relación con la propia biblioteca, etc. Salvando las distancias y sin tanta profundidad, yo también me preguntaba, al principio de lo que escribí sobre “Rendición”, de Ray Loriga, lo que le pasará al género, como tú dices, “cuando se produzca un acontecimiento de ciencia ficción”. Mi hipótesis de una sola frase era que dejaría de existir. Supongo que da pie a interesantes debates! (Esa lista de Babelia ha dado que hablar..jeje).
Saludos!
Yo creo que todo lo contrario. No va a desparecer, todo lo que se escriba será ciencia-ficción.
A ver, no dejan de ser especulaciones, pero si se da “un acontecimientos de ciencia ficción”, por usar las palabras de Julián, y los escritores y escritoras lo describen, lo narran y lo piensan, tal como se les presenta, ya no sería un despliegue de la imaginación, ¿no? Sería, hasta podríamos decir, costumbrismo. Claro, la ciencia ficción más deformante tardaría más en desaparecer, pero esa más sutil, más rutinaria, por así decir, dejaría de ser especulativa o prospectiva para ser, simplemente, como digo, costumbrista. Pero ya digo: no dejan de ser especulaciones, todo esto.
Maravilloso artículo (una vez más).
Es verdad que la pandemia afecta fundamentalmente al género, por todo lo que mencionas. A mí me resulta también muy inquietante pensar hasta qué punto impactará en el mainstream. A menos que la “nueva normalidad” acabe pareciéndose mucho a la “vieja normalidad”, los personajes de las novelas realistas tendrán que respetar nuevos códigos y se moverán en un ambiente regido por normas que ahora mismo son difíciles de definir con exactitud.
¿Supongo que, para jugar sobre seguro, en el próximo par de años habrá un boom de novelas ambientadas en las primeras décadas del siglo XXI? ¿Se pasará parte del mainstream a la ucronía, más o menos conscientemente? ¿Se convertirán las novelas pre-corona en un nuevo género? ¿Hasta qué punto irritará a los lectores detectar inconsistencias en el sistema social que se describa en las novelas (de género y mainstream) que se estén cocinando durante estos días?
Es un debate interesante. Y un poco angustioso.