Para el lector español, justo es decirlo, Olga Tokarczuk es una autora desconocida. No puede decirse que inédita, pero casi: si echamos un vistazo a nuestro mercado editorial, solo encontraremos dos novelas suyas —una de ellas de aparición más o menos reciente— y algún que otro cuento perdido en antologías de alcance minoritario. Sin embargo, en su Polonia natal, Tokarczuk es todo un referente cultural y político. Muy implicada en el activismo verde en un país ennegrecido por el producto de sus minas, ha escrito un buen puñado de libros y ganado unas cuantas veces el premio Nike, uno de los más prestigiosos galardones literarios nacionales. Mi primer contacto con su obra fue precisamente a través de una de esas modestas antologías, editadas gracias a las subvenciones de institutos de cultura afanados en hacer llegar muestras del trabajo de los artistas patrios a todos los rincones del globo. “Velada literaria”, aparecido en Opowiadania (Páginas de espuma, 2008), da una vuelta de tuerca a “La dama del perrito” —Chéjov es uno de los referentes Tokarczuk—, con detalles que recuerdan al existencialismo de finales de los 40. Me pareció una de las narraciones más interesantes del volumen, e inmediatamente tuve curiosidad por encontrar algo más de su autora. Fue así como topé con Un lugar llamado Antaño en una librería online de segunda mano. Editado por Lumen y ya descatalogado, su precio era ínfimo (algo raro en los libros de la colección Palabra en el tiempo) y las pocas críticas que encontré hablaban de novela fantástica y de realismo mágico en clave polaca. Aquello fue más que suficiente.
No sé qué tienen los escritores polacos con el realismo mágico, pero lo cierto es que muchos de los más destacados creadores contemporáneos (Stasiuk, Tokarczuk, Huelle) han trabajado el género de una u otra forma. Parece pertinente afirmar que Polonia es un país que se presta a la mitificación: a lo largo de su historia ha sido conquistado, ocupado e incluso borrado del mapa no pocas veces, su lengua ha sido silenciada y prohibida, su pueblo empujado al exilio y a la muerte. Pese a todo, Polonia ha sabido mantener su identidad; de hecho, esta alteración permanente en sus fronteras ha servido para reforzar su carácter atemporal, y territorios hoy desaparecidos (Galicja es el más claro ejemplo) sobreviven aún en la memoria colectiva de muchos polacos como la tierra de sus antepasados. Visto así, es más fácil entender que la literatura tienda a representar Polonia como un lugar legendario. Pero son los elementos que definen ese espacio idealizado (el paisaje, el clima, las formas de una casa, la taberna y el quiosco, la plaza del pueblo, un modelo de automóvil o una marca de cigarrillos) los que inmortalizan el mito.
Un lugar llamado Antaño suele considerarse la obra más representativa de este paradigma. Hay incluso quien se aventura a afirmar que es el Cien años de soledad de las letras polacas, y lo cierto es que, al margen de comparaciones, parecidos no le faltan. Antaño, como Macondo y también Comala, es a la vez un no-lugar y todos los lugares, un aleph, el centro del universo. La novela presenta las vidas (“tiempos”) de varios habitantes de un típico pueblecito polaco, centrándose especialmente en las sucesivas generaciones de la familia Divino[1]. Pero no solo recorre el camino de estas gentes a lo largo de la Historia, sino la de todo lo que respira y alberga vida en su interior: el bosque, las casas, el pueblo mismo. Escenas de cotidianidad donde lo real y lo fantástico conviven en armonía y en las que los sucesos que sacuden el país —dos guerras mundiales, la ocupación rusa, la independencia— son una bruma difusa que pasa de largo, como si no tuviera que ver con Antaño. Porque el verdadero protagonista es el Tiempo en sí mismo: el martilleo incesante e imparable que acaba machacándolo todo, ya sea mediante una guerra, la locura o el simple peso de los años apilados uno sobre otro como la leña que alimentará las llamas. Esto se hace evidente tanto en la traducción literal del título (que vendría a ser «Antaño y otros tiempos») como en la estructura del libro (todos los capítulos se llaman «Tiempo de Alguien» o «Tiempo de algo»). De este modo, a medida que pasamos las páginas, somos testigos de cómo los hombres van y vienen… pero Antaño permanece.
Antaño siempre permanece. Me chocó un poco el empleo de lenguaje bíblico, pero es preciso entender que tratándose de Polonia es algo ineludible, que suprimirlo ofrecería una visión falaz. Ya de inicio, no obstante, las menciones a Dios y a las Escrituras se entremezclan con referencias a los misterios de la cábala, las leyendas populares y el imaginario puramente fantástico, lo que relativiza su peso en el texto y a la vez da autenticidad al universo creado por Tokarczuk. No quiero engañar a nadie: ha sido una lectura accidentada, un viaje ajetreado que me ha hecho pasar por distintos estados de ánimo. Abrí el libro con curiosidad, devorando las primeras páginas. Pronto, sin embargo, se me hizo un pelín cansina la sucesión de capítulos cortos, muchos de los cuales no ocupan más que un párrafo. Se cuentan tantas cosas, todas ellas tan mundanas y dispersas, aparentemente desconectadas, que es difícil seguir un hilo o detenerse en esto o aquello. Hasta que le cogí el tranquillo y dejé de prestar atención al tiempo histórico para centrarme en el de los personajes; algunos me cayeron más simpáticos que otros, pero confieso que no logré encariñarme con ninguno en especial. Como a tres cuartos ya todo va como la seda, y el punto y final me pareció satisfactorio.
En conjunto, guardo un buen recuerdo de la novela. Creo que a cualquier lector que guste de narraciones enmarcadas en el realismo mágico y derivados, o simplemente tenga interés por ese tipo de historias que transcurren a lo largo de grandes periodos de tiempo, la encontrará de su agrado. A los que, como yo, vayan tras las huellas de ese país legendario que es Polonia, no puedo dejar de recomendarles los Cuentos de Galitzia de Stasiuk[2]: la esencia de estos relatos me ha parecido más auténtica, atrayente y fascinadora, y la considero una obra ineludible para todo el que quiera contactar con tan fascinante cultura. En cualquier caso, es imposible negar que la novela de Tokarczuk sea una rara avis, y ojalá haya planes de reeditar Un lugar llamado Antaño en un futuro no muy lejano. Sirva este breve comentario de llamamiento para sacarla del olvido.
Un lugar llamado Antaño (Lumen, 2001)
Prawiek i inne czasy (1996)
Traducción: Ester Rabasco Macías
Tapa dura. 256pp.
[1] Siempre hago un inciso para comentar algo de la traducción, y quiero apuntar que no se ha utilizado el alfabeto polaco y que la mayoría de apellidos y topónimos se han traducido para lograr una mayor inmersión en el texto.
[2] Cuentos de Galitzia, de Andrzej Stasiuk (Acantilado, 2010).
Enhorabuena a reseñador y webmaster, no por la anticipación en sí (a Tokarczuk acaban de darle el Nobel), sino porque eso demuestra que C no es una web de reseñas más, de esas que se limitan a escribir sobre lo que se pone de moda, sino un espacio preocupado por la literatura sin fronteras.