La atención concitada por El director en los días previos a su lanzamiento fue abrumadora. Los breves vistazos a su contenido, su promesa de dejar al descubierto las presiones sobre la prensa de los poderes político y económico era tan elocuente como el absurdo run run creado por la elite de columnistas proveniente de El Mundo; promotores del enésimo efecto Streisand por ver su labor arrojada a los pies de los caballos. Supuestamente. Durante unos días vertieron improperios contra su antiguo compañero y director mientras aclaraban que el libro en cuestión tampoco era gran cosa, como si ambas posturas fueran conciliables. Y en cierta forma lograron lo que buscaban. Dos meses después de su publicación, El director ha superado los 40.000 ejemplares distribuidos. Y los que vendrán.
¿Qué he encontrado en mi lectura? Ajeno a estas promociones, diatribas y ataques de cuernos, me vi ante un texto bastante alejado a lo anunciado: las memorias de un año en la vida profesional de una persona que no estaba preparada para ejercer la función para la cuál se le había contratado y, entre encendido y lastrado con todo el idealismo de quien ha vivido alejado del poder, se da de bruces contra la realidad de sus dinámicas. La historia de un ejecutivo enfrentado a la crisis de su medio y, creyéndose capaz de cambiar en soledad la inercia de un entorno esclerótico, termina devorado.
El día a día de Jiménez desde que le ofrecieron el cargo hasta que fue despedido es atractivo. Las dinámicas dentro de la redacción, los entresijos de un periodismo de investigación siempre ligado a filtraciones interesadas, los roces con una cúpula corporativa obsesionada con adular al gobierno o al IBEX35, cómo mejorar la difusión del diario… establecen un sólido relato desplegado desde una sencillez de lo más efectiva. En esta cotidianidad es donde se encajan los detalles vergonzosos que arman la disección de los órganos más putrefactos de nuestra democracia caso de los denominados Acuerdos. El pacto tácito entre una mayoría de medios de comunicación y las grandes empresas en el cual estas pagan un sobreprecio por la publicidad a cambio de una información eminentemente positiva de sus actuaciones.
La secuencia de noticias elegidas por Jiménez para la primera plana de “su” periódico, la batalla para sacarlas adelante, cargan de verosimilitud su testimonio mientras establecen un panorama crepuscular: el de un periodismo atenazado por el poder, acogotado por la fragilidad a la que le ha dejado expuesta la crisis económica y su incapacidad para adaptarse a la nueva realidad impuesta por internet. En este escenario el ex-director tampoco ahorra en comentarios sobre la quiebra de la propia deontología profesional mientras salda cuentas con periodistas propios y ajenos (desde el oportunista de David Gistau al hipócrita de Francisco Marhuenda, pasando por plumillas que continúan en el diario como el trepa de Francisco Rosell ola intrigante Lucía Méndez), enumera las fallas encontradas y se explaya sobre su intención de paliarlas. Un aspecto al que otorga especial relevancia y termina de redondear la idea que subyace detrás de cada página: El director es el alegato de defensa de su año al frente de El Mundo.
El relato se cuenta desde una primera persona sencilla, clara y directa. Sorprenden las numerosas citas, en muchos casos de conversaciones de las que no existe grabación. Como aclara, esto es posible gracias a un diario de su labor redactado con vistas a escribir un libro sobre su experiencia al frente de El Mundo. En este sentido el carácter autobiográfico es incuestionable. No estamos ante un texto periodístico donde se hayan confrontado fuentes o testimonios. El director reúne una vivencia con todas las limitaciones implícitas en el posible sesgo del relato. Y tal y como establece su discurso, esa pretendida verosimilitud funciona. Ayuda el idealismo que alimenta cada acción y que en ocasiones deja a Jiménez como un pagafantas de dimensiones Ned Starkianas, tal y como atestigua su escasa habilidad para crear un grupo de apoyo a su alrededor, el consiguiente aislamiento en su función y la manera en que fue defenestrado.
Se puede llegar a justificar que, como todo alegato, este relato se establece de manera interesada. Sin embargo abundan en él también detalles menos medidos, pedantes, mediocres. Jiménez peca de ser un narrador escasamente ocurrente en los fragmentos en los que busca ser ocurrente. Tiene dejes de tardoadolescente de ego frágil, caso de las veces que alude a su tiempo en Harvard o los 20 años de corresponsal en el extranjero, más por fardar que por acotar lo que cuenta con un mínimo sentido. Además resulta del todo incomprensible el uso de apodos para una serie de profesionales que estuvieron junto a él. Su utilización devalúa el contenido de su recuerdo (¿miedo a demandas por contar su verdad?).
Si estas debilidades no molestan, y se tiene en cuenta que detrás de El director hay una perspectiva intransferible, el libro depara un panorama sintomático de la quejumbrosa maquinaria de la prensa en España y sus múltiples retos. Por cierto, un tirón de orejas a la edición de Libros del K. O. Inexplicablemente, el libro carece de un índice onomástico, una ayuda imprescindible para su consulta y que muestra el escaso cuidado a lo que debe ser la función editorial. Valiente en la selección de material, profesional en el aspecto, pero sin ese plus que termine de redondear/afilar la utilidad del texto.
El director (Libros del K.O., 2019)
Rústica. 296pp. 18,9€
Ficha en la web de la editorial