El supremacismo anglosajón de H. P. Lovecraft es un tema ampliamente tratado. Lo que difícilmente podía pensar es que esta postura, más allá del terreno de la no ficción, sirviera de abono para una novela como Territorio Lovecraft, escrita hace tres años y recién publicada en España por Destino, con traducción de Javier Calvo. Matt Ruff se nutre de esa xenofobia, compartida por parte de la población blanca de EE.UU., y del pulp clásico de Weird Tales, para alimentar la maquinaria de un conjunto de historias entrelazadas que comparten personajes y acontecen en unos años 50 del siglo pasado cuando la mentalidad segregacionista estaba grabada a fuego en el ADN del país.
Además de la primera historia, “Territorio Lovecraft” es el epítome de las otras siete incluidas en el libro. Su protagonista, Atticus Turner, regresa a Chicago para encontrar que su padre se ha desplazado hasta un misterioso condado de Nueva Inglaterra particularmente hostil para los afroamericanos, empujado por descubrir el posible origen de la familia de su difunta esposa. Acompañado de su tío George y su amiga Letitia, inicia un viaje hacia el poblado de Ardham para caer en las redes de una logia de hombres blancos regentada por los Braithwhite, Samuel, el padre, y Caleb, su hijo, descendientes del hombre que a finales del siglo XVIII orquestó un macabro ritual durante el cual murieron todos los celebrantes. Este misterio, la salsa del pulp entre el horror y el weird, durante muchas páginas parece una cuestión menor si se lo compara con las muestras de racismo explícito e implícito a lo largo y ancho de la geografía de Territorio Lovecraft.
De regreso a Chicago tras una estancia en Florida, ya en Indiana, supuestamente fuera del dominio de las leyes de Jim Crow, el coche de Atticus sufre un percance y el primer mecánico que encuentra rehúsa atenderle. Esa misma noche, mientras conduce por las carreteras de Illinois, un policía lo hostiga sin venir a cuento y le arrebata su Guía del viaje seguro para negros, la versión del The Negro Motorist Green Book que edita su tío. Ambos encuentros apenas son un adelanto de las afrentas a las que Atticus y el resto de personajes negros se verán expuestos, con una sensación de peligro bastante, muy superior a las situaciones provenientes del repertorio de fantasía oscura. Los cultos a mitos de tiempos pretéritos, las casas encantadas, los sueros que mutan el cuerpo, los portales que se abren a otros lugares del universo… suponen casi siempre una amenaza de menor entidad que las turbas de blancos aplicando al pie de la letra el manual de tácticas del Klan porque una familia de afroamericanos ha llegado a su vecindario.
Los vínculos entre las perspectivas racial y genérica trascienden el simple cambio del color de la piel de los protagonistas de los relatos de Weird Tales. Ruff se aplica a fondo sobre ese imaginario para remodelarlo a voluntad y trastocar su significado. A veces desde una postura muy convencional y facilona, centrada en la dominación blanca y la resiliencia al cambio, como en “Los sueños de la casa qué” (y que terminó por dinamitar los cimientos del bipartidismo en EE.UU.). Otras penetra hasta el tuétano en la propia naturaleza de las historias, caso de “Hippolyta trastorna el universo”, el hipnótico viaje de la tía de Atticus a través de un portal a otro lugar del universo para descubrir el destino de una serie de personajes que rodeaban a uno de los grandes villanos de Territorio Lovecraft.
Ruff se sirve del potencial de las revistas y cómics de los años 30 para estimular la imaginación y el futuro profesional de sus lectores para mostrar cómo Hippolyta se estrelló con el techo de cemento armado levantado sobre su cabeza, por la segregación y la desigualdad económica. Asimismo la necesidad de identificación de esa parte de la población que leía los textos pero adolecía de modelos más cercanos a su realidad (la diversidad nunca fue una de las virtudes de los relatos de la época), se palia de forma entrañable gracias a un fanzine creado por el hijo de Hippolyta, Horace, en el cual una mujer de color vive aventuras donde no existen las cortapisas que bloquearon a su madre.
No sólo el fondo se ha adaptado a los modos contemporáneos. Los diálogos y la acción priman sobre la descripción y la caracterización de personajes se impone a la atmósfera. Además Territorio Lovecraft tiene ritmo y, a pesar del reparto coral, la composición de cada relato ayuda a sobrellevar una fragmentación a todas luces engañosa. Desde la primera a la última página es evidente la existencia de un hilo conductor y una unidad argumental.
Estas virtudes no maquillan la mayor carencia de la obra: la mitigada potencia de la fantasía oscura cuando la faceta genérica pasa a dominar el argumento. Que en varias historias un elemento esencial aparezca tan desvaído frente al vigor de esa visión crepuscular de unos EE.UU. de xenofobia exacerbada, le hace perder a Territorio Lovecraft algunos puntos. Si no cruciales, si los suficientes para llegar a recomendarlo sin duda alguna. Tampoco ayuda una edición que, me temo, hubiera necesitado una última corrección para pulir ciertas cuestiones de estilo. Aunque nada de eso llega a ofuscar las cualidades de un libro que veremos próximamente adaptado por HBO.
Territorio Lovecraft (Destino, Col. Áncora & Delfín nº1458, 2019)
Lovecraft Country (2016)
Traducción: Javier Calvo
Rústica. 448pp. 18 €
Ficha en La web de la editorial