El joven y prometedor autor Nicolás Casariego nos lleva en Cazadores de luz a un futuro no muy lejano donde las diferencias sociales están llegando a su máxima expresión, con una sociedad estratificada hasta límites insospechados en la que el nivel social de cada persona se ve reflejado por la primera letra de su apellido: cuanto más lejano de la Z y más cercando a la A mejor será su posición. Además el capitalismo ha impregnado todas las facetas de nuestra vida. Cada persona se ha convertido en vendedor y comprador y todo son transacciones, incluidas las relaciones de pareja. Todos quieren tener más crédito para ascender en el escalafón social y así poseer más comodidades y más crédito. Pero una vez que se consigue ascender un peldaño en esa escalada nadie se detiene a disfrutar sino que vuelve a comenzar ese círculo vicioso sostenido por el capitalismo más agresivo. Aquéllos que no aceptan este enfermizo juego residen fuera de las ciudades; son los habitantes de las zonas rurales, cuyas condiciones de vida son mucho más duras. Allí los más aptos intentan ir a la ciudad para introducirse desde abajo en su psicótica espiral consumista mientras el resto sobrevive como puede.
Si paramos un momento esta reseña y releemos lo comentado hasta ahora nos damos cuenta fácilmente que, exceptuando el asunto de los apellidos, es una descripción perfecta de la sociedad occidental actual y su relación con respecto a lo que perversamente se denomina “tercer mundo”. Al situar la narración en el futuro, Casariego dulcifica esa mirada al espejo para poder decir que lo que vemos reflejado no somos nosotros ni nuestra sociedad, sino una sociedad ficticia con personas ficticias con intereses muy distintos a los nuestros. Para facilitar aún más este autoengaño del lector, impone un tono frío y distante, evitando que empaticemos con ninguno de los personajes, ni tan siquiera con el protagonista, Mallick, un ingeniero de ventas, que trabaja para una megacorporación. De hecho es uno de los mejores ingenieros de ventas de su empresa, y vive acomplejado porque a raíz de una deficiencia ocular es incapaz de distinguir los colores. Los percibe como distintos tonos de una escala de grises. Y eso en una sociedad donde la imagen lo es todo, y la cromoterapia, manipulando distintos juegos de luces, una práctica habitual en cualquier tienda o vivienda, es un defecto muy grave.
Esta percepción en escala de grises del protagonista es la excusa que emplea Casariego para que el gris impregne toda la obra, para que olvidando los colores llamativos de la sociedad futura veamos la mezquindad de las personas que la componen, de lo superficial de sus relaciones y del vacío de sus vidas. Este vacío en la vida de Mallick empieza a llenarse en cuanto se enamora. Esto origina que cada vez encaje menos en la sociedad, pierda competitividad en su puesto de trabajo y haga que se replantee su vida, todo ello envuelto en una trama de corrupción entre empresas, con una entramado cercano al thriller más clásico. Pero sólo es la envoltura para ir mostrándonos cómo cuando el protagonista decide vivir su vida, y que los demás no la vivan por él, tiene que rechazar esta sociedad. Y en el último giro de la novela, Casariego nos ofrece un final que si bien sería feliz para el Mallick que conocimos al principio de la novela, es amargo para el Mallick que dejamos en la conclusión.
Cazadores de luz recupera la esencia de la ciencia ficción, que es el mostrarnos la sociedad actual y retratarnos a nosotros mismos, independientemente que el marco sea el futuro, u otra galaxia.