Una de las contradicciones más fascinantes a la que nos expone la ficción es nuestra atracción por la figura del villano. Cómo personajes con características deplorables, además de dominar la narración hasta el punto de eclipsar a sus némesis, en muchas ocasiones se convierten en la razón básica por la cuál el lector/espectador se siente atraído por la historia a niveles difíciles de explicar. Más cuando, analizadas racionalmente, esas características que lo convierten en seductor se sentirían deleznables si se presentaran en alguien real. Esa disociación con la que convivimos sin estridencias, origen de situaciones tan curiosas como que personajes públicos de una pretendida moral intachable como Barack Obama afirmen sin rubor que su personaje favorito de una serie como The Wire sea Omar Little, es la base de la cual Chuck Klosterman parte en El sombrero del malo. Un ensayo que explora la figura del villano en la cultura popular, la actualidad mediática y nuestra cotidianidad.
Klosterman, avezado periodista de quien Es Pop ya había publicado Fargo Rock City, planifica El sombrero del malo con ingenio. Aborda los temas a tratar desde una docena de ensayos de entre 15 y 20 páginas más o menos estancos, iniciados muchas veces desde una anécdota, una lectura o alguna observación personal. Los acompaña de una breve introducción y una especie de conclusión donde Klosterman toma presencia con, si cabe, mayor hincapié. Expone cómo llegó a interesarse por las ideas guía de este libro y, en un giro inesperado, incluso se sitúa como sujeto de análisis. Es su manera de acercarse a la miseria del ciudadano de a pie, quien alejado de las primeras planas puede comportarse de manera pareja a los que acusa de miserables o aúpa a su propio panteón de villanos personales.
Esta subjetividad impregna la caracterización de la legión de villanos reales y de ficción incluida en El sombrero del malo. De hecho la alineación en alguna ocasión puede suponer un hándicap. El libro surge de donde surge y el 90% de los casos están extraídos de la cultura popular y la actualidad mediática del imperio. Esta idiosincrasia estadounidense, nosotros somos el centro del universo y sólo existe aquello que se desenvuelve dentro de nuestras fronteras, tiene la ventaja de haberse convertido en el protagonista central del circo de tres pistas mundial, pero también el inconveniente de requerir un conocimiento más allá de lo evidente en ciertos aspectos. Que en un momento Jerry Seinfeld, Instinto básico o Patrick Bateman figuren en igualdad de condiciones que Monica Lewinski, Lebron James o los Eagles puede ser un gancho. Que el foco esté ocupado por Andrew Dice Clay, los N.W.A., la imagen hosca de Kareem Abdul Jabbar o el show de Larry David Curb Your Enthusiasm puede ser harina de otro costal. Klosterman no abusa de su presencia y salvo unos pocos, generalmente los más conocidos, el resto hace aportaciones puntuales ligeramente contextualizadas para que los legos no se sientan desplazados.
Para describir la estructura de cada capítulo, merece la pena observar cómo se aborda la idea central en uno. “Más fácil que escribir a máquina” bascula alrededor del vigilantismo y cómo mientras en el campo de la ficción es capaz de concitar la atención y despertar sensaciones contradictorias, el mundo real es harina de otro costal. Expone la idea con dos obras de ficción relativamente previsibles (El justiciero de la noche y Batman) y las conecta con el caso de Bernhard Goetz. En 1984, Goetz hizo un Paul Kersey al disparar a cuatro jóvenes con los que se topó en el metro de Nueva York. La comparativa se centra sobre todo en las características que concitan la atención en cada caso/personaje, y en el peso que el escrutinio de los medios de comunicación para hacernos aborrecer algo que en el atril del guionista está siempre bajo control. La manera en la que lo moralmente obsceno, como herramienta de estudio o simple disfrute, cuando las víctimas y los verdugos son ficticios es admisible y muy difícil de tragar cuando su presencia no sólo es tangible sino que se extiende durante tanto tiempo que no queda rincón de su realidad sin ser examinado hasta el más ínfimo detalle.
Klosterman aúna en su discurso erudición y agudeza, además de una ironía con toques iconoclastas bastante controlados. Lejos de dejar caer su hacha sobre árboles podridos, sopesa los factores positivos siempre que puede encontrarlos (Kanye West), mientras que acierta a revelar los aspectos más oscuros de personas y personajes generalmente bastante laureados. Esta inteligencia, unida a la habitual edición de Es Pop Ediciones, me ha animado a acercarme a Fargo Rock City y a Matarse para vivir, de próxima edición.
El sombrero del malo (Es Pop Ediciones, 2016)
I Wear the Black Hat (2013)
Traducción: Óscar Palmer Yáñez
Tapa blanda. 288pp. 17,95 €
Ficha en la web de la editorial