Uno de los fracasos editoriales más sonoros de la ciencia ficción en España fue el intento de P&J por recuperar el espíritu de las colecciones de bolsillo a finales de los 90. El gatillazo detrás de Mundos Imaginarios fue de tal magnitud que, tras la primera tanda de seis libros, la segunda remesa de novedades, ya impresa, no llegó a distribuirse en España. Se envió directamente a Sudamérica para, años más tarde, retornar a través de un puñado de librerías de ocasión. Vista con la distancia de las casi dos décadas transcurridas, la persona detrás de Mundos Imaginarios, Marcial Souto, cuidó la selección de títulos y autores: había buenas colecciones de relatos de los 50 y 60 (Sturgeon, Aldiss, Zelazny), novelas inéditas de grandes escritores (Dick, Silverberg, Sheckley), Mario Levrero. Sin embargo su criterio se estrelló con la cruel pérdida de popularidad de las colecciones de ciencia ficción y su distancia respecto al apetito de los nuevos lectores. Quizás con el público de los 60 y 70 su gusto clásico habría sobrevivido. Con el cambio generacional, la catástrofe estuvo servida.
Entre los títulos figuraba la reedición de El viaje del Beagle espacial, libro principalmente recordado por ser una de las posibles inspiraciones de Alien. Las semejanzas entre el guión escrito por Dan O’Bannon y dos de los cuatro relatos de este fix-up (“Black Destroyer” y “Discord in Scarlet”) le permitieron a A. E. Van Vogt denunciar a la 20th Century Fox por plagio y, tras un acuerdo económico, hacerse con un suculento talón económico. Aparte de este interés colateral, averiguar por uno mismo cuánto de Alien puede haber en sus páginas, poco más bueno puedo decir sobre él. Tras leerlo en tres cuartas partes (no pude con la última historia), no me duele en prendas incluirlo dentro de la categoría de antiguo, en las antípodas de lo clásico.
Las narraciones reunidas por Van Vogt fueron publicadas entre 1939 y 1950, principalmente en Astounding salvo la segunda de ellas, “War of Nerves”, aparecida en una revista menor de los 50: Other Worlds. Son fieles a las expectativas generadas por los productos de la factoría Campbell, Jr.: aventuras espaciales de una expedición científica que se las ve y se las desea para sobrevivir al ataque de los bichos y a sus desavenencias internas. Como aditamento incorpora en el relato más tardío una buena dosis de poderes mentales, tratado desde el peculiar toque pseudocientífico de van Vogt.
Cada pieza cuenta con dos protagonistas. La parte humana, la más pródiga en detalles, está dominada por Elliot Grosvenor, el nexialista del Beagle; un virtuoso en un área del conocimiento ideada por Van Vogt para reunir todas las ciencias. Sus compañeros (físicos, químicos, biólogos, sociólogos…) pueden tener una visión más profunda y exhaustiva de sus respectivos ámbitos, pero en su especialización han perdido su habilidad para abarcar cualquier cuestión desde otra posición que no sea la de una mirada muy limitada. Sin un acercamiento más holístico, se toman a Grosvenor como una extravagancia del sistema al que intentan quitar de en medio.
Además Grosvenor goza de dos evidentes cualidades: la empatía de una alpargata (compartida por sus compañeros de expedición), y un respeto por los derechos humanos equivalente a las de todos aquellos prohombres que dedicaron sus vidas a experimentar médica y psicológicamente con sus semejantes, sin su permiso, por el sacrosanto bien de la humanidad. Ahí le tienen, por ejemplo, sugestionando hipnóticamente a todo aquel que se le pone por delante. Por la causa.
Grosvenor se ajusta a la fantasía übermensch de Van Vogt, el tipo que por abarcar un poco de todo, contar con un cierto talento para el vuelo especulativo y disponer de un propósito elevado, se ve en la obligación de tomar el rol de guía a sus semejantes, una panda de incapaces con tendencia a agravar los problemas. Un sueño restringido a la publicación en papel… hasta que algunos “afortunados” la hicieron realidad gracias a iniciativas como el grupo sigma.
El otro protagonista de El viaje del Beagle espacial son las criaturas, seres que reciben algo de atención por parte del narrador omnisciente al relatar sus acciones y motivaciones. En general son depredadores con deseos de acabar con la tripulación y propagarse por el universo gracias a las posibilidades del Beagle. Dada la falta de carisma de sus víctimas (que, además, caen en sus fauces como fruta madura), pueden resultar más atractivos para al lector. Sobre el asunto del plagio, quizás el hecho que la criatura de “Discord in Scarlet” se moviera por la nave sin freno acechando a los tripulantes (y los secuestrara para poseerlos y gestar en su interior a sus descendientes; algo que quedó fuera del montaje final aunque formara parte del guión que se rodó) concitara el miedo de la productora y propiciara que mejor 50000 dólares sin juicio que a saber cuánto después.
Tiene bemoles que la historia de grupo de científicos enfrentados a un BEM (y a ellos mismos) rollo “Who Goes There?“, seguramente con sus antecedentes en la literatura pulp, con una atmósfera, un tono, un grupo humano y los rasgos de la criatura opuestos a los vistos en la película, pueda verse como una copia. De hecho, el comportamiento estúpido de la tripulación, en especial en “Black Destroyer” cuando tratan a un depredador que ya ha matado como si fuera un lindo gatito, parece más próximo a los momentos más absurdos de Prometheus o Alien Covenant.
Independientemente de estas cuestiones, el primer y el tercer relato terminan siendo demasiado iguales (el segundo es un peñazo), están protagonizados por los típicos personajes acartonados con la profundidad de un folio, la imaginación de las descripciones no hace honor a lo que uno espera de las historias de BEMs y se hacen demasiado prolijas. Cuando la narración debiera acelerarse, golpear al lector con alguna sorpresa, se vuelve discursiva y previsible hasta extremos difíciles de describir salvo, quizás, las contadas apariciones de las ideas del historiador-sociólogo del Beagle. Elucubraciones sobre el desarrollo histórico, fieles representaciones de cómo el status-quo interpreta cualquier intento por alterarlo.
Más allá de estas nociones del pensamiento conservador, queda explicado por qué no he llegado a terminar esta aventurilla espacial cuya recuperación no me ha merecido ni el supuesto interés arqueológico.
El viaje del Beagle espacial, de A. E. van Vogt (P&J, col. Mundos imaginarios nº8, 2000)
The Voyage of the Space Beagle, 1950
Trad. de Rafael Urbino
Rústica, 320 pp.
Ficha en la Tercera Fundación
Aunque sucumbe a algunos detalles rancios, me parece esta una reseña injusta por parte de alguien con igual o más prejuicios que no sabe entender el valor de lo propuesto por el autor sobre el comportamiento de la humanidad frente a la resolución de problemas desconocidos.