Leyendo Osama me he acordado mucho de mi padre. No es que yo disfrutara de una infancia trepidante, reuniones clandestinas de señores barbudos en casa, el libro rojo de Mao escondido en la Biblia familiar, mudanzas repentinas a horas intempestivas, hombres de negro rondando por el colegio o la presencia de extrañas sustancias debajo del fregadero. Pensaba más bien en sus aficiones literarias. Se trataba de un fan fatal de, entre otros, Rice Burroughs, Tolkien, Vance, Verne, Spiderman y la Patrulla X (guionizara quien guionizara y dibujara quien dibujara). Yo, por aquella época, era un joven snob, peor que ahora y ya es decir, todavía más tonto y por tanto, más atrevido, que solía criticar cruelmente sus gustos cuando mi padre me devolvía un Ballard o un Clowes a medio leer, alegando que eran un rollo y que no entendía nada. Pues bien, puedo afirmar con rotundidad que, tras muchos años de lecturas, he alcanzado la lucidez lectora que poseía mi padre en la cincuentena pero con diez años de antelación; Osama es un rollo y no he entendido nada. Quién me lo iba a decir, que siempre he opinado que no es necesario entender una narración para disfrutarla y que para apreciar el buen cine hay que saber aburrirse. Ahora toca arrepentirme y tragarme mis palabras. ¡Qué amargura!
Dicho esto, bastaría con darle al botón publicar para que ustedes y yo pudiéramos seguir tranquilamente con nuestras vidas, pero hay una vocecilla en mi cabeza que no se calla; “las opiniones tienen que argumentarse, las opiniones tiene que argumentarse, ñiñiñiñiñiñiñi”.
He de reconocer que la culpa es mía; las traicioneras expectativas. Osama es una novela ambientada en un mundo alternativo en el cual se publican libros de a duro protagonizados por Osama Bin Laden: Vigilante, los cuales narran las hazañas del popular terrorista y sus secuaces de Al-Quaeda, es decir, se narran atentados reales de nuestro mundo real. En esta realidad paralela no existe el terrorismo y parece que el siglo XX se ha parado en unos plácidos y tranquilos años sesenta/setenta (no les digo más que Saint-Exupéry llegó a presidir Francia) en los que los conflictos geopolíticos que nos atormentan se cerraron para bien tras la II Guerra Mundial. Aunque, por otro lado, los habitantes de ese otro mundo no ¿disfrutan? de los mismos adelantos tecnológicos que ¿gozamos? nosotros. En esta realidad paralela, Joe, un detective privado varado en Vientián (Laos), recibe la visita de una señorita que le encarga encontrar al misterioso y elusivo escritor Mike Longshott, el autor de dichas noveluchas baratas protagonizadas por Osama Bin Laden.
Este planteamiento tan posmoerno mola y tiene su punto, recuerdo el famoso 11-S circulando por el metro a las diez de la noche, con las celebérrimas imágenes de las torres emitiéndose una y otra vez en los monitores de los andenes, la sensación de haber penetrado en una continuidad diferente, en una irrealidad apocalíptica de película de catástrofes, elevada a la enésima potencia porque nadie sabía que iba a ocurrir el día siguiente. Era como si, de repente, nos encontrásemos suspendidos en el aire, un segundo antes de precipitarnos en el vacío. Pero aunque la idea me gusta mucho, el desarrollo de Osama deja algo que desear en mi opinión.
Al primer cuarto de la novela, vi mis expectativas reducidas a cenizas. Esto no era la enloquecida historia que mi calenturienta imaginación esperaba, yo pensaba que me encontraría con una demenciada amalgama de The Illuminatus! Trilogy de R.A. Wilson y Robert Shea y The Power of Nightmares de Adam Curtis. Pero todo lo contrario, enseguida me quedó claro que esto era Alta Literatura; Joe viaja a París siguiendo la pista de Longshott y se dedica a fumar y beber sin parar, a vagabundear sin rumbo en un ambiente onírico-policíaco, a recibir una somanta de palos por los consabidos hombres de negro y entablar conversaciones de besugo plagadas de clichés de género negro con diversos personajes que tienen una relación muy tenue con la realidad. “Ok, no hay problema, reajustemos las dos neuronas a El hombre en el castillo de Dick, La caza del carnero salvaje de Murakami y la enésima deconstrucción del género negro”, me dije mientras agitaba suavemente una copa de Dom Perignon; “Ajá, evidentemente Joe, como el nombre indica, es un personaje-baúl, vacío, sin identidad, transitando por pastiche de texturas de género negro, jumjum, curioso, los extractos de las novelas de Longshott parecen frías crónicas periodísticas y este mundo del demiurgo Tidhar una ficción barata. ¡Ah, qué ironía!” (encendiendo un Romeo y Julieta).
Para cuando ya estaba yo con el modo pretencioso a toda máquina, Joe encuentra una pista por casualidad y la ACCIÓN se traslada a Londres. Más bares, perdón pubs, más bebercio, más conversaciones de besugo, un tiroteo, más vagabundeo sin rumbo. “Ah, mira, esto es un diálogo de Casablanca, ¡referencias a mí!”, “¿a qué me han timado y el malvado supervillano del título al final no sale?”, “ah, claro, claro, el terrorismo es la irrupción de otra narrativa en la dialéctica del materialismo histórico”. El estilo de Tidhar, pelín relamido y con tendencia a sobreescribir, tampoco ayudaba demasiado. Un detalle que puede resultar insignificante pero que, a mi parecer, ejemplifica muy bien como escribe Tidhar; en un momento dado, Joe vuelve al hotel y se encuentra la cama hecha. El narrador encuentra este hecho mundano digno de mención, “alguien había hecho la cama”, escribe, en plan rollo misterioso. Pero es que cuando llegas al hotel por la tarde las camas (casi) siempre están hechas, las hacen las camareras de piso, no “alguien”. El ambiente onírico está ya más que cargado, no hace falta agobiar más.
A esas alturas ya sospechaba que esa curiosa sensación de que cualquier cosa me interesaba más que lo que estaba leyendo, era aburrimiento. Venga, que no queda nada, me dije, un arreón y terminamos. Joe viaja a Nueva York, asiste a una convención de fans de los libros de Osama muy graciosa (¡algo es algo!), más bares, más besugos, más de lo mismo. Pasa una cosa mágica, viajamos por el tiempo y el espacio, un emotivo recuerdo a las víctimas, un señor y una chica nos lo explican todo y venga, coge el bolso que nos vamos.
Reconozco que en otras reseñas he puesto bien o muy bien novelas que no tienen apenas argumento, o el mismo es muy leve, o en los que la propuesta principal resultaba ser un mcguffin que acaba diluyéndose, perdiéndose en los recovecos de la narración. Obras que te lo ponen cuesta arriba, o que, directamente, te niegan el saludo. Que soy muy putilla del estilo y me gustan obras en las que, en resumidas cuentas, predomina el cómo se cuenta sobre el qué se cuenta. Pero es que tampoco he encontrado en Osama pasajes que me hayan emocionado, o asombrado, o entretenido por lo menos, ni he aprendido nada sobre mí mismo o el mundo. Y es que una vez terminada la novela, si me hubieran preguntado cuál era el discurso de Osama, de verdad, no habría sabido qué decir; ¿una obra sobre la identidad y la pérdida en un mundo de ficciones populares deconstruidas?, ¿sobre el terrorismo como disrupción pulp, que ha convertido a los noticieros en una mezcla de El Mundo Today y la literatura de a duro? ¿vivimos en el mejor de los mundos posibles o nos arrojaríamos sin dudar a los entumecedores paraísos artificiales de las ficciones populares? Todavía no lo sé. O quizá la explicación sea mucho más sencilla, simplemente Osama me ha aburrido mucho porque no llego a su nivel o por cualesquiera razones que en el fondo desconozco, y lo único que estoy consiguiendo con esta reseña es justificar a posteriori una apreciación subjetiva de mi subconsciente, un ejercicio banal y sin sentido y encima quedando como un gañán. En fin, la misma conclusión a la que llegaba mi padre pero sin darle tantas vueltas; este libro es un rollo, no entiendo nada.
Osama, de Lavie Tidhar (Premio World Fantasy 2012, finalista BSFA y Campbell Memorial 2012)
276 pág – Idioma inglés
PS Publishing Ltd – Septiembre 2011
Ebook kindle – 4,49 €
Me surge la duda de si Tidhar no habrá tirado por tu primera pregunta y escrito un ejercicio de extrañamiento de presente a través de iconos pop, un poco a la manera de Gibson en Mundo espejo/Pattern Recognition.
Algo de eso hay, porque sí que existen paralelismos entre Pattern Recognition y Osama (básicamente los protagonistas de ambas novelas son personajes baúl, pero por motivos diferentes y vagan por esos mundos de dios en busca de un mcguffin que, finalmente les recompensa con un conocimiento espiritual), pero no exactamente así. El mundo noir que habita Joe es extraño para el propio Joe (de ahí el exagerado ambiente onírico), pero cuando Joe toma opio y visita nuestro mundo “real” es como si pusieran a mi bisabuelo en pleno Times Square en nochevieja, que le da un patatús vamos. El extrañamiento que siente Joe es porque no está en su mundo, y aún eso no queda nada claro.
Ya en serio, yo creo que he entendido la novela y en dos de las tres preguntas que hago está la clave, pero es que es tan elusiva, tan de esconder sus cartas, tan indefinida, tan sobreescrita, tan ambigüa…, que me ha cansado y aburrido la verdad, . Y eso que, precisamente debido a eso, este es material para el lucimiento crítico, pues menudas críticas hay por el internecs de lucidas y lúcidas sobre Osama, es una novela tan humo y espejos que el crítico puede verter casi lo que quiera que el texto lo aguanta todo. Y no sé porqué, eso me ha irritado.
El primer párrafo me ha hecho reír bastante. :-)) Pero te agradezco que no lo dejaras ahí. Buena reseña; me da un poco de miedo porque yo cada vez me aburro con mayor facilidad (mejor dicho, me canso pronto de cosas que antes no me molestaban) y tengo comprado el libro desde hace un tiempo ya. A ver si encuentro por ahí otra reseña, elogiosa, que me devuelva el ánimo de leerla antes de que se le pase el arroz.
Gracias por los elogios, pero esto es simplemente una declaración de impotencia y seguramente ahora viene alguien y me explica Osama con capón incluido.
Leí varias reseñas después de terminarla, por lo perplejo que me había dejado y, por lo general, ha gustado mucho, “a truly work of art”. Aunque es una novela caramelo de reseñar, como digo en el otro comentario, es un texto que aguanta toda la retórica que le quieras echar. Yo, como me aburrí leyéndola, tiré hacia la sinceridad.
Y sí, yo también me aburro con más facilidad, pero creo que es el colmillo retorcido y el callo lector, que te va insensibilizando; “esto ya lo he leído en otra parte”, “esto me suena de otra cosa”, “esto lo ha sacado de aquí y de allá”, “esto lo he leído mil veces” y claro, así no hay manera.
Bueno. Ya no soy yo solo. Había leído críticas elogiosas y tiene premios prestigiosos, pero yo avanzaba, a duras penas, en la novela y me parecía un truño absoluto.
Quiere ser una novela negra escrita por un Raymond Chandler puesto de LSD. Pero se queda en cuatro tópicos gastados por un lado, y por el otro el señor Tidhar tiene que tomar mucho tripi todavía para acercarse si quiera un poco a un Dick.
Y pensar que el premio mundial de fantasía lo ganó en su momento Bosque Mitago…
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