¿Alguien recuerda el seísmo en el mundillo aficionado cuando, tras la traducción de Nunca me abandones, se publicaron unas declaraciones de Kazuo Ishiguro negando que fuera ciencia ficción? Yo mismo escribí un fandomsplaining al reciente premio Nobel, de ese que empieza y termina en tu microburbuja de confianza y que, con el transcurrir de los años, te permite echarte unas risas; esa intensidad, esa pedantería. Quizá por la distancia y las canas, de un tiempo a esta parte miro con ternura los desgarros de vestiduras #FIAWOL cuando otro escritor se atreve a poner en duda que su nueva obra sea ciencia ficción, fantasía o terror teniendo elementos para ello, y la califica como distopía, ucronía, proyección deliverativa… Esa emanación de enojo socializado-“no tienes ni puta idea de lo que estás hablando. Ahora te explico lo que has escrito” sin importar los detalles que pueda haber detrás, como si siempre existiera una visión única del asunto y los matices fueran innecesarios. Total, ya no entran en esas dos frases que deben formar el mensaje. Como si términos como ciencia ficción, fantasía o terror fueran etiquetas con un nombre adecuado para catalogar todo lo que comúnmente sus aficionados situamos en su interior. Como si no hubiera problemas para calificar no ya obras que se mueven en la frontera, si no títulos abiertamente tenidos como tal y que hablan de historias alternativas, poderes mentales, futuros a cinco minutos vista…
En este sentido es una pena que aquella lectura tan certera sobre los “géneros que manchan” establecida por Julián Díez en su desaparecido blog, Soria de los palabras, se haya perdido. Exponía con elocuencia la tiranía de la ciencia ficción sobre cualquier otro género. Cómo, por poner un ejemplo, una historia de asesinos en serie repleta de escenas truculentas, persecuciones y suspense escrita desde un monólogo interior, por el simple hecho de que el psico-killer fuera el clon del narrador, se convierte en ciencia ficción. El terror, el thriller o el rollo criminal quedan automáticamente supeditados a esa etiqueta, sin importar el nivel de especulación.
Desde esta óptica se entiende por qué he disfrutado tanto de Lo raro y lo espeluznante. Una colección de ensayos en los cuales Mark Fisher se sirve de un puñado de obras, literarias, cinematográficas, musicales, para delimitar dos términos de recorrido crítico difuso: lo raro (weird) y lo espeluznante (eerie). Dos sensaciones de máxima trascendencia narrativa tal y como atestiguan la fascinación por el relato Lovecraftiano, la relevancia del extrañamiento en la literatura contemporánea, textos divulgativos como los que Ismael Martínez Biurrun ha escrito en esta web… Dominantes en una miríada de ocasiones, marcando de manera inapelable la recepción por parte del lector/espectador.
Fisher sitúa la línea de salida de su discurso en el unheimlich freudiano, esa inquietante perplejidad que surge de lo familiar, para acercarse a dos fenómenos vinculados. Lo raro vendría a ser lo que en ese entorno no debería existir y, sin embargo, se sustancia, invade lo cotidiano y produce un extrañamiento. Mientras, lo espeluznante tendría su origen en paisajes más desprovistos de un carácter humano y se manifestaría bien por una ausencia, lo que debería estar y sin embargo no está, bien por una presencia, hay algo donde no debería haber nada.
El desarrollo de esta clasificación es, quizás, el punto más delicado del libro. Fisher no es sistemático. Llena de sentido ambos términos a través de 13 ensayos de una decena de páginas que funcionan a modo de pinceladas alrededor de una serie de títulos y visiones narrativas muy diversas que detallan aspectos complementarios de lo raro en la primera mitad del volumen y, ya atravesado el ecuador, lo espeluznante. El resultado, un poco popurrí desligado, carece de la rigurosidad que puede demandar el público más cercano al ámbito académico. Por contra, abre las puertas a una audiencia menos interesada en la completitud y sensible a un análisis menos exhaustivo, a una seducción más ligera.
Para no eternizarme en la descripción, voy a centrarme en uno de los capítulos más familiares para el público de ciencia ficción: el que aborda cómo emerge lo raro en la película El mundo conectado, de Fassbinder, y en una de las mejores novelas de Dick, Tiempo desarticulado. Una conexión de lo más pertinente puesto que este telefilm alemán rodado a mediados de los 70 adapta Mundo simulado, de Daniel F. Galouye. Un escritor que comparte elementos con el Dick de los 50 y los 60 y que en esta novela da vueltas a una cuestión de actualidad: ¿vivimos en una simulación?
Fisher inicia su exposición con los numerosos elementos visuales utilizados por Fassbinder para enfatizar lo raro: el uso de la pantalla partida, los espejos y los reflejos en prácticamente todas las secuencias del film; las persianas echadas que lejos de ocultar un mundo maravilloso conducen a una realidad tan alienante como la nuestra… La escenografía, como después acentuará al tratar Tiempo desarticulado, crea una atmósfera que da pie a un extrañamiento cognitivo en el sentido formulado por Darko Suvin. La desfamiliarización para el protagonista de saberse partícipe de una simulación, hallar el camino hacia la realidad superior, encontrar un entorno familiar y no saber si se ha llegado a la capa más externa o se está dentro de otra realidad encapsulada.
Aunque la conexión con Tiempo desarticulado se hace evidente, Fisher se cuida de caer en reiteraciones e incide en cómo la ciencia ficción le permitía a Dick escribir sobre la América de su época; esos suburbios que se han convertido en el paradigma de los 50; su manera de sublimar el descontento cuando ese lugar narrativo anegado de medias verdades, representaciones, simulacros saltaba hecho pedazos. La última parte del capítulo, cómo se pone en escena la ruptura mediante el relato del viaje de Ragle Gumm por un entorno cada vez más vacío, apenas poblado por iconos Hopperianos (la gasolinera, el restaurante de carretera), subraya la senda hacia su completa y absoluta alienación.
Este capítulo también incide en la idea que comentaba al principio. Fisher no niega que Dick escribiera ciencia ficción. De hecho apunta cómo se sirve de la parafernalia de este género para anidar sus obsesiones. Pero prescinde de los análisis manidos, despliega su interpretación en su clave y, tácitamente, sugiere por qué muchos lectores de ciencia ficción más apegados a la etiqueta manifiestan dificultades para aceptar a Dick como uno de los suyos. Y por qué, 35 años después de su muerte su obra, muchas veces tenida por desquiciada, absurda, delirante, mantiene su vigencia a pesar de sus imperfecciones.
No es el único libro que los seguidores habituales de C verán desfilar por Lo raro y lo espeluznante. Fisher es particularmente incisivo en su apreciación de Las puertas de Anubis y cómo las paradojas temporales se convierten en un vehículo para lo raro en una historia ya de por sí delirante; Conecta dos de los libros más conseguidos de Christopher Priest, La afirmación y El glamour, con “No mires ahora“, el relato de Daphne Du Maurier, paradigmas de esa nada donde debería haber algo o esa presencia donde no debería haber nada. Algo que repite con Picnic en Hanging Rock, en una visión que invita a conectarla con Furia feroz, el máximo exponente de la última etapa creativa de J. G. Ballard; Pone en valor la angustiosa traslación de Bajo la piel a la pantalla por Jonathan Glazer y cómo su sentido de lo espeluznante se relaciona con una de las primeras novelas de Margaret Atwood, Resurgir; Aporta un sentido al Lynch más desquiciado de Inland Empire (y Mullholland Drive)
Etcétera. Etcétera.
Aparte de la mirada de Fisher, donde el lector puede tomar lo que le convenza, necesite, apetezca, y descartar el resto, Lo raro y lo espeluznante funciona como una excelente guía que invita a recorrer, cartografiar y categorizar un territorio parcialmente conocido desde una óptica fresca y perspicaz. Una propuesta sugerente, más si se está dispuesto a templar las percepciones sobre narrativa bajo otros fuegos. Y martillos. A mi me ha invitado a calibrar ciertas ficciones de otra manera, caso de Les Revenants y The Leftovers, y cómo exploran sentimientos aledaños (la pérdida, el luto, la añoranza) desde la perspectiva de lo raro. No de todos los ensayos se puede decir lo mismo.
Lo raro y lo espeluznante (Alpha Decay, nº105, 2018)
The Weird and The Eerie (2016)
Traducción: Nuria Molines Galarza
Rústica. 168pp. 17,90 €
Ficha en la web de la editorial