En la literatura reciente hay dos óperas primas que han sido adaptadas al cine por directores consagrados, con medios faraónicos: el primer caso es el de El marciano, de Andy Weir, con versión de Ridley Scott, y el segundo caso, más reciente, es la novela Ready Player One, de Ernest Cline, que acaba de llegar a nuestras salas de la mano, nada menos, que de Steven Spielberg. Eso debe ser el vértigo de un escritor.
El gancho particular de la novela de Weir era la magnética personalidad de su protagonista y el nivel de detalle con que recreaba –o creaba– el reto de la supervivencia en Marte; en la de Cline, el gancho particular no es el tejido distópico en que se desarrolla la historia, ni la personalidad del protagonista –más colorida en la novela que en la película–, sino la red de referencias que lo interconecta todo, que lo define todo, que le da sentido a todo. Se puede decir así: Ernest Cline ha hecho de la cultura popular la materia prima de sus novelas (lo mismo pasa con la reivindicable Armada, la novela que sigue a Ready Player One).
El ambiente distópico de la historia es un añadido más; hasta se podría decir que lo es sólo de pasada. Con sus trailers puestos uno encima del otro, el futuro imaginado es una excrecencia del nuestro. Wade Watts, el protagonista, malvive en uno de ellos con los restos infelices de su familia desestructurada, y asimila la realidad virtual como sustituto balsámico de la vida real. Es ahí donde es feliz. Esa es la doble clave de Ready Player One: los peligros del escapismo y el homenaje constante y desacomplejado a la cultura nerd, a la cultura pop de los 80 y 90, o, en otras, más certeras palabras, a la cultura. Punto. Sin adjetivos. La vida es gris en esta historia, en este vistazo rápido al futuro, pero al menos tenemos nuestros referentes, parecen decirnos. (Hasta el personaje que interpreta Mark Rylance aparece con un aire al Jimmy Page actual).
Steven Spielberg no ha dirigido una gran, gran película, ni ha contado una historia particularmente memorable. Pero ni falta que le hace. La razón de ser tanto de la novela como de la película es celebrar sus referencias, conspicuas unas, arcanas otras; su razón de ser es esa canción de amor a una cultura que para muchos es el telón de fondo activo de sus vidas, sobre el que se imprimen sus vidas. Y el juego referencial es un regodeo continuo en la identidad que esa cultura confiere. (En este sentido, el mismo Cline le debe mucha imaginería y algo de su idiosincrática sensiblería a Steven Spielberg. Sus novelas son cultura popular homenajeando a la cultura popular).
Por otra parte, Steven Spielberg ha sabido adaptarse a las formas de este nuevo cine digital con una obra que, sin ser una gran película, consigue emocionar no con las relaciones humanas, sino con las referencias culturales. Cada uno tendrá las suyas predilectas, pero ver al Gigante de Hierro (esa delicia opacada por Toy Story), el Delorean corriendo otra vez, o el gesto del puño alzado como en el plano final de El club de los cinco es un festival de nostalgia en ese contexto de competitividad enfermiza.
La historia tiene dos planos narrativos: la de la realidad virtual y la de la realidad real que sustenta, o de la que nace, esa realidad paralela, supuestamente mejorada, del videojuego OASIS en que se dan cita los personajes con sus avatares y donde tiene lugar la competición por la búsqueda de las tres llaves que llevarán al botín. El salto de un plano a otro está equilibrado, cosa que no siempre pasa en este tipo de estructuras. Película tan política como Los archivos del Pentágono, Ready Player One retrata la naturaleza perversa, fanatizada por el lucro, de las grandes corporaciones. Y muestra también el sufrimiento de la gente que no es parte de ellas. La textura misma de las imágenes refleja esa confrontación.
En este sentido, Spielberg ha sabido orquestar una película complicada de hacer por sus múltiples frentes abiertos: el CGI (o las imágenes generadas por ordenador), el intrincado diseño de producción, los infinitos guiños a la cultura pop (para desgranarlos en sucesivos visionados), la dirección de actores, la elección de una fotografía sucia, o la música de Alan Silvestri –ya en sí mismo un icono de la cultura pop por su banda sonora en Regreso al futuro–, que liga a la perfección con ese mundo de velocidades contrapuestas: la trepidante de la realidad virtual y la emocionalmente aletargada de la prosaica realidad real. Y Spielberg ahí, al frente de la orquesta, tensando la máquina. Dosificando el ritmo. Tocando todas las teclas.
Y aunque algunos tramos palidezcan en comparación con la novela, su traslado a imágenes es excelente. Más que lucirse tras la cámara, Spielberg se luce como creador de un mundo entero dentro de otro que está a la vuelta de la esquina. El mundo digital en un entorno distópico, ficción dentro de la ciencia ficción. Por ejemplo: revisitamos El resplandor en un homenaje, sentido y valiente, que se puede interpretar como una micro pieza de fan fiction inserta en una obra que es, en sí misma, fan fiction a la enésima potencia. Esta micro pieza es Spielberg siendo un personaje más de su película: Watts conduce un Delorean en la misma medida en que Spielberg recrea el Hotel Overlook del amigo-maestro Stanley Kubrick. Los leves toques de humor sobre las películas de miedo ayudan a des-solemnizar un homenaje que se podría haber visto lastrado por un exceso de gravedad en el tono. Pero por suerte no es así. Una crítica inteligente al escapismo. Porque nunca se rechaza del todo con el maniqueísmo más o menos esperable de estas situaciones bipartitas.
Un último apunte: nunca he sido un gran partidario del CGI. Los efectos especiales no me dicen gran cosa. Pero en este caso, como en la recreación del Hotel Overlook –entre otras– Spielberg aprovecha sus ventajas. Que las tiene. Porque vemos a los avatares moviéndose con su diseño perfecto, pero sabemos que son parte de esa realidad escindida de los videojuegos. No nos están vendiendo un mundo nuevo enteramente así; nos están vendiendo las vías de escape de un mundo enfermo. Ahí sí me resulta fácil de aceptar el diseño de personajes digitales (peinados, vestimentas, disfraces, complementos, etcétera). Toda una película así, no. Por suerte, Spielberg ha firmado una de sus mejores películas (de los últimos años), recogiendo, con saber hacer y sentido común, el guante lanzado por Ernest Cline con su trepidante ópera prima, superando los logros nostálgicos de la Super 8 de J. J. Abrams.
Yo de Spielberg cero cerito.
Pero por aquello de discrepar (que discrepen otros en este caso):
https://aussiesta.wordpress.com/2018/04/07/the-zizekian-horror-of-spielbergs-ready-player-one/
Propone una lectura interesante, sin duda. No estoy de acuerdo en algunas cosas, pero está bien argumentada.
Yo creo que no hay que tomarse tan a pecho el sistema de referencias como hace el autor de este texto. No hay contracultura porque es el canon personal de uno de los personajes de la historia. Ya está. Y tampoco creo que la prosa de Cline sea la propia de la postadolescencia (Young Adult), sino el reflejo fiel del habla de un chaval de la edad de Wade Watts.
Saludos!
No he leído el libro, sin embargo, quitando la sobrecarga de referencias culturales, el exceso de CGI y la historia paralela entre el videojuego y la realidad, la historia me pareció muy pobre y llena de clichés. Los personajes me parecieron insípidos y forzados, con frases sosas y poco inteligentes y con un carácter que seguro identifica a adolescentes no mayores de 15 años.
Es la típica historia en la que un héroe que no pide serlo se ve obligado a enfrentar el bien y el mal, con un villano que representa un ente mayor al tiempo que descubre el amor verdadero y la amistad sincera junto al valor del trabajo en equipo. Para que al final todo se resuelva gracias a la fuerza del amor, resaltando valores como la justicia y la humildad ante la soberbia y avaricia.
Increíble que en pleno 2018 el público de Hollywood siga sorprendiéndose por una historia que existe desde hace más de 50 años solo por el hecho de que le agregaron nostalgia de la cultura con la cual crecieron y una exagerada cantidad de efectos especiales que me parecieron muy poco convincentes.
No se si ya no tengo gusto por estas historias infantiles o será que recién vi Blade Runner: 2049 y me pareció una verdadera joya del arte cinematográfico como tal, tanto en guión, personajes, fotografía, banda sonora, narrariva, efectos especiales y adaptación. Ninguno de estos juicios de valor me pudo cautivar en Ready Player One.
Eso sí, mi sobrino de siete años la disfrutó mucho, aún sin conocer las referencias que tocaba, pues al final es un fanático de los videojuegos y creo que es el único atractivo que nos vende dicha película.
Claro. Esa es la otra lectura que se puede hacer de la historia.