Estamos ante un libro realmente peculiar. Un intento por parte de un escritor serio, con fama de culto y exquisito, por escribir ciencia ficción. Circunstancia, cuando menos, sorprendente. No porque sea el primero en hacerlo; sólo hay que ver las novelas aparecidas el año pasado de autores como Roth, Ishiguro o Casariego, sino porque es un esfuerzo consciente y explícito; Cunningham tiene como modelos tanto a Virginia Wolf como a Ursula K. Le Guin y de esta extraña mezcla sale Días memorables, un libro realmente memorable pero que también pose un cierto aire de extrañeza.
Desde luego, el punto de partida es tan caprichoso como interesante: un fix up de tres novelas cortas cuyo único punto en común son la poesía de Walt Whitman, como eje explicativo del mundo, y la ciudad de Nueva York, una ambientada en el futuro, otra en el presente y otra en el pasado.
Hasta cierto punto, creo que este libro desconcertará a muchos de sus posibles lectores. La prosa de Cunningham es delicada, poética y muy trabajada, un gusto para todo buen lector pero quizás demasiado alambicada y compleja para los degustadores más frikis de ciencia ficción. Por otro lado, el último cuento, el ambientado en el futuro, es tan, tan ciencia ficción que más de un lector serio no habituado al género parpadeará sin acabar de cogerle el truco. En cierta forma, estamos ante un libro un tanto artificioso y donde las reglas que el autor se ha autoimpuesto –Walt Whitman y Nueva York– le producen unas limitaciones más pejudiciales que beneficiosas –y de hecho hace trampa, en el ultimo relato, el del futuro, Nueva York solo aparece en las primeras páginas–.
“En la máquina” es el cuento ambientado en el pasado. Para ser exactos en la Nueva York de la segunda mitad del XIX, en plena Revolución Industrial. Es un sutil y ambiguo cuento de fantasmas a lo Henry James, de esos en que las cosas que pasan pueden estar explicadas tanto de una forma sobrenatural como perfectamente lógica.
Lo más notable de todo es la ambientación del Nueva York obrero, de la alineación del trabajador ante la máquina que diría Marx, de los niños esclavos y los sueldos de hambre, de una ciudad que aún no es lo que conocemos pero que empieza a mostrar atisbos de su futuro rol.
El protagonista principal es Lucas un niño obrero de una metalurgia neoyorkina que se ve obligado a aceptar este trabajo ante la muerte en accidente de su hermano mayor. Con un padre impedido y una madre desquiciada, Lucas acepta el puesto de su hermano y se convierte en el único sostén de su familia. Pero no estamos ante un relato social de realismo duro y trágico; algo de esto hay pero el carácter del propio Lucas ya indica que estamos alejados de este registro. Lucas es un niño esquelético y poco desarrollado, a la par que hipersensible. Su fascinación por Walt Withman es tal que se ha aprendido de memoria sus versos y le surgen a borbotones de sus labios de forma inconsciente para perplejidad de los que le rodean. Además Lucas se siente atraído por Catherine, la novia de su hermano, y, en un momento dado, empieza a creer que el fantasma de su hermano ha poseído la máquina prensadora donde ambos trabajaron e intenta comunicarse con él.
Todo en este cuento es extraño y evocador, no hay moraleja ni una crítica muy acerba a la explotación obrera. El encuentro de Lucas con el mismísimo Walt Whitman tiene algo de epifanía religiosa acentuada por el desgarrador y poético final.
“La cruzada de los niños” está ambientado en el Nueva York actual, en su lado más sórdido y oscuro. Cat, su protagonista, es una psicóloga que trabaja para la policía de Nueva York: su misión es atender las llamadas de todos los locos que amenazan con algún tipo de atentado terrorista y decidir cuales son reales y cuales imaginarias. Estamos en el post 11S y la paranoia que se ha instalado de modo permanente en el día a día de los norteamericanos es el principal protagonista del cuento. Cat se culpa a si misma de la muerte de su hijo cuando sólo era un bebe y la amenaza de un nuevo grupo terrorista formado por niños acabará por desequilibrarla del todo.
Nunca sabemos muy bien quién o quiénes han ideado la cruzada de los niños. Whitman es utilizado aquí como parte del lavado de cerebro que sufren los jóvenes terroristas suicidas y, a nuestro pesar, casi acabamos por entender sus acciones vista la podredumbre de la civilización occidental. Un cuento complejo y duro, con un final chocante y distinto; su mensaje es un tanto nihilista o fatalista y su parte especulativa escasa (ya hay grupos terroristas que utilizan niños suicidas). Aún así resulta fascinante tanto por lo bien dibujado que esta el personaje de Cat como por las implicaciones que hay detrás del nuevo grupo terrorista.
“Cual belleza” es el relato de ciencia ficción futurista que cierra Días memorables. Su protagonista es Simon, un robot con Inteligencia Artificial que trabaja de incógnito en una Nueva York convertida en parque temático. En un momento dado del relato, las I.A.s son declaradas ilegales y se procede a su exterminio. Simon, ayudado por una E.T. de aspecto reptiliano, decide huir en busca de su fabricante, algo que no es fácil ya que gran parte de los E.E.U.U. se han convertido en un yermo radioactivo debido a un accidente nuclear. A lo largo de toda la historia van apareciendo los diferentes clichés de la ciencia ficción de los últimos 100 años: E.T.s incognoscibles pero amistosos, robots e I.A.s, un paisaje post apocalíptico con tribus mutantes, manipulación genética, viajes espaciales, ambientación cyberpunk distópica,… Quizás éste sea un defecto de “Cual belleza”: hay demasiadas cosas en esta coctelera que hace que el resultado final sea un poco exagerado. Por otro lado, la historia está más que vista: el robot que busca la trascendencia, el convertirse en humano y que lo consigue al final gracias a la bondad y a la ética, por absurda que sea. “El hombre bicentenario” de Asimov, aunque parezca estar en las antípodas de un escritor tan cuidadoso como Cunningham, es la referencia directa más clara. Aunque, igualmente, hay mucho aquí del Spielberg–Kubrick de la película I.A.. En cualquier caso, y a pesar de los dicho, este cuento me ha gustado especialmente por lo bien dibujados que están los personajes y por la sensación de extrañeza que desprenden estos E.E.U.U. del futuro: todo parece comprensible y a la vez ininteligible, como probablemente será el futuro para nosotros. Y eso, creo yo, no es algo que los escritores de ciencia ficción hayan conseguido habitualmente.
En este caso, Walt Whitman aparece como parte del programa de Simon que le confiere más humanidad y al igual que el Lucas de “En la máquina”, los versos del poeta salen de su boca a chorros en los momentos menos oportunos.
En fin, un libro que es más valioso por sus partes que por el conjunto final pero que, a pesar de todo, es uno de los mejor escritos publicados durante el 2005. Y esto, en este increíble año, no es poco.