En 1985, el grupo de noise experimental japonés Hanatarash celebró un concierto en el club Tokyo Super Loft, durante el cual el cantante Yamantaka Eye (futuro fundador de los Boredoms) irrumpió en escena atravesando la pared de la parte posterior del local a los mandos de una excavadora. A continuación, arrancó parte del armazón de protección antivuelco del vehículo para lanzárselo al público, manipuló un martillo hidráulico como si fuese un guitar hero de la obra y finalmente varios miembros de la audiencia lograron evitar que arrojara un cóctel molotov sobre lo que quedaba del escenario; un caos de escombros, metal retorcido, amplificadores y la propia excavadora, cuyo combustible se derramaba por el suelo. Yamantaka fue detenido y así terminó otro típico concierto del alegre mundo del japanoise; en el cuartelillo.
Con esta obra cumbre de la performance, Hanatarash no hacían más que continuar con una venerable tradición del rock antes de que se convirtiera en un espectáculo de estadio para toda la familia, es decir, el ruidaco y la provocación escénica como representación del exceso, la pasada de rosca como impactante recurso expresivo y la destrucción como acto creativo. Equivalente a un corte de mangas al opulento mercado del ocio y el entretenimiento de su época, el concierto de la excavadora sería el reverso, mostrenco, povera y peligroso, del colorido j-pop de los ochenta, la edad dorada de las idols. Y leyendo el manga Hellstar Remina, la obra maestra de Junji Ito, enseguida me vinieron a la memoria Hanatarash, su excavadora y la poética de la sobrada.
En Hellstar Remina, Junji Ito lleva al más delirante extremo una de sus habituales estrategias a la hora de desarrollar sus argumentos. Es decir, plantea una premisa absurda que roza lo ridículo (peces andarines, espirales que invaden un pueblo…), fuerza la rosca hasta el límite, cuando aquello parece que no da más de si, lo machaca con un martillo hidráulico, para finalizar arrojando un cóctel molotov sobre el conjunto, dejando un muñón negro y retorcido ante el lector que todavía se pregunta qué demonios acaba de leer. En este caso, Ito nos cuenta la historia de un astrónomo, el profesor Ooguro, que descubre un planeta errante que se aproxima a la Tierra. El profesor bautiza dicho planeta con el nombre de su hija, Remina, y la muchacha se convierte en una celebridad a su pesar. Es importante señalar que Remina es lo que en Japón se conoce como tarento, hombres o mujeres jóvenes, por lo general atractivos físicamente, que no poseen ninguna habilidad artística en especial y que llegan a la fama mediática, sobre todo televisiva, por alguna relación romántica o acontecimiento peculiar. Lamentablemente, el planeta (o extraterrestre con forma planetoide) Remina no es el inofensivo pedrusco interestelar que parecía en un principio, sino que estamos ante un Godzilla cósmico, el elemento disruptor que irrumpe en la órbita terrestre causando el caos y la destrucción. Algo que, comprensiblemente, desata el terror entre la población, una excelente excusa para que los seres humanos nos entreguemos a (otra) espiral de violencia desquiciada.
“-¿Quién demonios era ese tío que quería asesinarte? -El presidente de mi club de fans”.
El fondo, o al menos la chispa que anima Hellstar Remina, es una excesiva y nada sutil sátira de la fascinación del público por las celebridades. Por supuesto, en un principio responde al particular mundo del famoseo en Japón, los tarento e idols, producto extremo del capitalismo postindustrial, personajes públicos que funcionan como organizadores y recipientes de los deseos, ansiedades y aspiraciones de los consumidores. Imágenes públicas omnipresentes que a su vez alimentan la industria del cotilleo, generando una especie de relación enfermiza que se manifiesta incluso en agresiones a los objetos de su deseo por parte de los admiradores más trastornaos. Estas celebridades han de mantener una imagen impoluta, puesto que representan a multitud de marcas comerciales que los esponsorizan, y a la vez, y quizá esto sea todavía más importante, simbolizan modelos e ideales de comportamiento para las masas. Pero, paradójicamente, al mismo tiempo son escrutados sin compasión por los tabloides en busca de escándalos que ese mismo público consume ávidamente, o criticados cruelmente por los fans en foros de internet. Y cualquier desliz, sobre todo si eres mujer, puede convertir tu exitosa carrera en una pesadilla.
Este material, la obsesión con las celebridades visto como una psicopatología social o histeria colectiva de baja intensidad, combinado con el manejo del exceso en progresión geométrica, convierten a Hellstar Remina en un artefacto mostrenco, muy alejado de las sutilezas psicológicas que Satoshi Kon empleó para tratar un tema similar en Perfect Blue, pero por eso mismo, tremendamente eficaz. La ubicuidad de las celebridades, que aparecen continuamente en los medios de comunicación de masas, ya sea en plena calle, en el transporte público o en la intimidad de los hogares y los dormitorios mediante la televisión y los dispositivos móviles, las convierte en parte del ruido de fondo mediático, algo a lo que uno acaba por no prestar atención. Así que, en este caso, la sobrada funciona perfectamente como colleja, como la mano de hierro que te obliga a mirar fijamente algo que no querías o no eras capaz de ver, pero que está ahí. A la iluminación por el exceso.
En Hellstar Remina, Ito levanta un gran guiñol que aúna la ciencia ficción demenciada, la alegoría apocalíptica en clave pop, y la sátira de humor negro chorra típicamente japonés, dándolo todo con sus impactantes imágenes alucinadas, marca de la casa. Escenas entre las que brilla con luz propia el lametón que el planeta Remina le arrea a la Tierra antes de zampársela (no sé, por si quema o algo), que debe ser la majarada más gorda que he visto en un tebeo en muchos años. La mayoría de los personajes son marionetas furiosas y desquiciadas, manejadas por las poderosas corrientes de terror y deseo irracional que fluyen alrededor de la muchacha Remina, la típica heroína de Ito, un personaje baúl que aquí funciona estupendamente como tal, receptáculo sobre el que las masas enfurecidas vuelcan su pánico, sus ansiedades y sus deseos (es interesante apuntar que el único personaje positivo que ayuda a Remina desinteresadamente es un vagabundo, alguien que se encuentra fuera de la sociedad de consumo). El ritmo de situaciones inverosímiles es trepidante y la historia no te da descanso, ni agarraderas, ni alivio, es asfixiante, violenta y aberrante de principio a fin, la representación grotesca de un inconsciente colectivo muy jodido. Todo, por supuesto, fantásticamente dibujado por un Ito en plenas facultades, cuyo estilizado realismo hace que la imagen que arroja este espejo deformante resulte aún más perturbadora.
En resumen, un atípica sátira de horror que se alimenta de los monstruos que engendra el sueño de la modernidad y que toma la forma de una vorágine febril de intensa energía neurótica, como el célebre concierto de Hanatarash y su excavadora atravesando el muro, pero en este caso, el de nuestras cabezas.
Hellstar Remina, de Junji Ito. (Jigokusei Remina. Shogakukan, 2005).
ECC Ediciones, 2015. Traducción de Olinda Cordukes Salleras.
Tapa blanda, B/N. 296 páginas. 11,95€.
Uf, no conocía nada de Ito, y he leído casi la totalidad de la entrada asumiendo que se trataba de un libro. Al menos me ha metido las ganas locas de remediar lo primero; excelente entrada.
Muchas gracias, me alegro que te haya gustado la reseña y te haya picao el gusanillo de leer a Ito.
Tienes toda la razón, en ningún momento menciono que estoy hablando de un manga, es increíble lo metida en el culo que tengo la cabeza. Quizá pensaría (subconscientemente) que Ito era tan conocido como Ibáñez o algo así. Lo arreglo ahora mismo. Gracias!