No sabría decir si desconfío más de una novela escrita a cuatro manos o de una inconclusa tras la muerte de su autor y terminada por otro. Desde hace unos años no me acerco a este tipo de “colaboraciones”, pero con Los viernes en Enrico’s he hecho una excepción; no podía dejar pasar la recomendación de Ekaitz Ortega. Además es fácil obviar esta reticencia cuando todavía no has leído un libro de Don Carpenter y la persona elegida para revisar y pulir el manuscrito tras su muerte fue Jonathan Lethem.
Aunque hay algunos personajes con más protagonismo que otros, Los viernes en Enrico’s puede considerarse una novela coral. Carpenter relata la vida de un grupo de escritores en los EEUU desde finales de los 50 hasta comienzos de los 70 en un entorno blanco de clase media acomodada y un tanto monolítico donde ya se adivinan las grietas de la contracultura. Un mundillo espejo de la generación beat, plagado de creadores a la busca de ganarse la vida y/o hacerse un nombre en el siempre complicado, y muchas veces incomprensible, mundo editorial.
El inicio es idílico y marca un poco el contrapunto del resto de Los viernes en Enrico’s. La novela se abre con la historia de amor entre Charlie Monet y Jamie Froward, dos alumnos de los estudios de literatura en una universidad de San Francisco. Charlie, veterano de Corea, trabaja como aparcacoches mientras lucha por encajar en una novela sus memorias como prisionero de guerra. Jamie, diez años más joven e hija única de una pareja en permanente colapso, se siente atraída por su manera innata de ver la literatura. El esplendor de ese primer amor, emocionante y cálido, enfrentado a una diferencia de edad y experiencias, apenas supone el punto de partida de estos dos personajes entorno a los cuales orbitan los demás; en su mayoría introducidos en la segunda parte de las seis con las que cuenta la novela. Un acto en el que la narración comienza a crecer y marcar su verdadera dimensión.
El punto de inflexión viene con su mudanza a Portland, donde Charlie inicia su trabajo como profesor de escritura. El microcosmos de personalidades reunido a su alrededor es un pequeño reflejo del mundo literario de la época. El admirado Dick Dubonet, la estrella del momento después de haber publicado un relato en la Playboy; Linda McNeill, su musa beatnik con la que vive una relación llena de altibajos; su amigo Marty Greenberg, un escrito con ínfulas que busca escribir una narrativa más elevada. Sin embargo el tipo llamado a coprotagonizar la novela es Stan Winger, un ladrón de poca monta y escritor incipiente; el elemento exótico, enamorado primero de Linda y después de Jamie, fiel representante de la sensibilidad pulp.
Con sus vidas, sus conversaciones, las lecturas mutuas de sus relatos, los contactos que se ayudan a establecer, sus fiestas… desfilan sus deseos y apetitos, sus debilidades, miedos e inseguridades. Una sucesión de pequeños triunfos y agrios fracasos, de erosión por la rutina cotidiana y pequeñas inyecciones de ilusión, a veces cristalina, otras turbia, siempre interconectada con los éxitos, decepciones, promesas y cesiones de sus carreras literarias. Es en esta sinuosa carretera de montaña donde Los viernes en Enrico’s exhibe su fortaleza como vehículo del espíritu y las ambiciones de un grupo de creadores. Cómo soportan las inclemencias de las vidas cotidiana y profesional.
Esta lección de anatomía y fisiología de un mundo vívido ya desaparecido se ve condicionado por un estilo heterogéneo donde no es raro encontrar párrafos escritos con la plasticidad de una mala novela de a duro
Jaime lo observó por detrás. Charlie tenía un hermoso trasero, decidió por enésima vez. Para ser un hombre. Unas bonitas nalgas cuadradas y grandes, no demasiado grandes, ni demasiado cuadradas, sólo un buen culo.
No es lo más habitual, pero es un ejemplo de la indulgencia de la que el narrador omnisciente utilizado por Carpenter anda necesitado. Más cuando puntualmente cae en una misoginia incomprensible, que nada tiene que ver con la realidad machista donde el papel de la mujer estaba sojuzgado a los hombres. Tanto Linda como, sobre todo, Jamie demuestran unas ansias de libertad que las conducen a una vida ajena a sus dependencias iniciales. Es cuestión del tono de contados momentos como cuando especula sobre la distancia que una noche Linda mantiene con Dick porque tiene la menstruación.
Tal cual.
Puesto en la balanza, como me reconozco más como un lector de personajes, estructura o cómo los temas florecen a través de la historia y de relato, Los viernes en Enrico’s me ha parecido una novela valiosa. Los herederos de Carpenter tuvieron buen ojo en poner el manuscrito en manos de Lethem para hacerla llegar a las librerías casi dos décadas después de la muerte de su autor.
Los viernes en Enrico’s (Fridays at Enrico’s, 2014), de Don Carpenter y Jonathan Lethem
Ed.Sexto Piso, 2015. Traducción de Javier Guerrero
Rústica con sobrecubiertas. 400 pp. 20€
Reseña en El cultural