Ha pasado una década desde la publicación de Nunca me abandones, aquel fabuloso ejercicio de voz narrativa que más que una historia de clones funcionaba como alegoría sobre cómo se mantiene bajo control la sociedad occidental. Una novela construida, como suele ser norma en Ishiguro, a partir de un narrador que marca el tono y su devenir desde la primera a la última línea. Ese rol preponderante del narrador, cómo su elección determina hasta los aspectos más insospechados de su obra, vuelve a ser una de las señas de identidad de El gigante enterrado, su esperada nueva novela. Un trasunto de juglar relata cómo una pareja de ancianos britanos abandonan su guarida subterránea en busca de su hijo. Su modo de vida, el paisaje de la Inglaterra de la Alta Edad Media, la manera de orientarse en ese entorno… se enfocan desde una perspectiva actual y, casi diría, naif. Un discurso ajustado para lo que al principio parece una fantasía medieval adosada al mito artúrico, en el interregno entre la caída del Rey y la creación de los reinos sajones. Pero a medida que pasan las páginas y su senda se tuerce, el tono cambia de la mano de la mirada crepuscular y fantástica a ese mundo detenido en el tiempo.
La acción sucede en una comarca cubierta por una niebla dentro de la cual acordarse el pasado se antoja una quimera. Los personajes tienen momentos de lucidez durante los cuales reciben fugaces destellos de hechos olvidados para, minutos después, apenas recordar nada. Centrados en conservar su modo de vida y satisfacer sus necesidades primarias, mantienen una paz mental apenas rota por esos pequeños fogonazos en los cuales vislumbran sentimientos, rostros o vivencias de días pasados y sus choques con criaturas amenazadoras.
La pareja conoce en su periplo todo tipo personajes entre los cuales destacan un valiente joven objeto del miedo de sus semejantes; un caballero sajón enviado a territorio britano para terminar con un dragón; y Sir Gawain, el anciano al servicio de Arturo en su juventud y determinado a ser quien dé muerte a la bestia. Sus encuentros y desencuentros mientras pasan la noche en una aldea amedrentada por el ataque de unas criaturas desconocidas, se topan con los soldados a las órdenes de un caudillo britano obsesionado por la llegada del caballero sajón, entran en un monasterio cuyas entrañas encierran misterios macabros, oscurecen el devenir de El gigante enterrado. La naturaleza del viaje de los protagonistas, con la faceta exterior en todo momento subyugada a la interior, se preocupa de enseñar los dobleces de cada uno mientras se muestran o se ocultan sus intenciones y sentimientos. El miedo al otro, el terrible pasado oculto en los márgenes del camino, los engaños que padecen y cometen conducen El gigante enterrado por una zona de penumbra creciente hasta terminar en un último acto muy amargo, ya en la oscuridad plena.
La aparición del libro en 2015 vino acompañada por una polémica estéril y un tanto estúpida a raíz de la aversión de Ishiguro hacia el término fantasía para clasificar esta novela. Una controversia prima hermana de la vivida diez años antes con su rechazo de la etiqueta ciencia ficción para Nunca me abandones. El origen está de nuevo en lo limitador de las etiquetas y el prejuicio frente a la fantasía que domina el imaginario colectivo. Aunque los elementos artúricos son evidentes, y parte del argumento bebe de la leyenda de Beowulf, el tipo de narración emparenta El gigante ahogado más con la fantasía alegórica de Dino Buzzati o Italo Calvino que con las fantasías medievales de Marion Zimmer Bradley, Stephen R. Lawhead o, dando un salto a la exploración histórica, Bernard Cornwell. O los lugares habituales sin los cuales ya no se sabe escribir una crítica sobre un libro de fantasía: Tolkien y Juego de tronos. Y Shrek.
En este contexto, El gigante enterrado es una novela polisémica sobre la memoria y el olvido, cómo interaccionan entre sí y la manera en que este último, lejos de contribuir a la sanación, apenas sirve como dique de contención donde los sentimientos se maceran y se infectan. Una triste historia sobre el miedo al cambio y a la muerte, y lo doloroso que resulta poner en orden los asuntos antes del fin. Incluso contiene una tierna historia de amor maduro, hermosa y devastadora. No obstante, por encima de cualquier otra lectura, funciona como puro relato. Un viaje lúcido y atormentado que se sobrepone a pequeños detalles que no terminan de funcionar, caso de lo caprichoso de ciertas elecciones argumentales (cómo los recuerdos vienen y van a conveniencia del autor) o narrativas (por qué los capítulos centrados en Gawain se relatan en primera persona). Quizás un escalón por debajo de Nunca me abandones o Los restos del día, pero con sobradas virtudes como para auparse entre las traducciones más destacadas del año.
El gigante enterrado (Anagrama, Col. Panorama de narrativas 935, 2016)
The Buried Giant (2015)
Traducción: Mauricio Bach
Rústica. 368pp. 20,90 €
Ficha en La web de la editorial
Nota: Para interpretar la novela recomiendo este excelente texto de Javier Avilés, que además la relaciona con el resto de la narrativa de Ishiguro.
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