Recuerdo mis dos años de jurado del Xatafi-Cyberdark como un festival de grandes lecturas, pero también como una sucesión de libros abandonados; por hache o por b el título X no satisfacía un estándar de calidad alcanzado por varias obras ya leídas, quedaba demasiado terreno por abarcar y un tiempo cada vez más escaso para hallar potenciales finalistas. Entre los volúmenes dejados a un lado estaba El dragón de Su Majestad, el primer volumen de la serie de Temerario. Una novela juvenil en el cual Naomi Novik recreaba las guerras napoleónicas en clave de fantasía; según mi pésima memoria, una historia de aprendizaje rollo Cómo entrenar a tu dragón que no llegó a despertar mi interés (menos después de haber caído rendido un año antes a Jonathan Strange y el Señor Norrell). Tras este desencuentro Novik no se volvió a cruzar en mi camino hasta hace unos meses. Además de un par de recomendaciones de lectores fiables, Un cuento oscuro se hizo con el premio Nebula a la mejor novela. No considero este galardón muy alejado del Hugo, pero la SFWA no es muy dada a reconocer obras de fantasía y menos cuando está escrita por alguien que no pertenece al núcleo añejo de la Asociación. Después de leerla, he encontrado suficientes aspectos atractivos como para comprender un poco tal reconocimiento. También otros que vuelven a poner sobre la mesa los problemas de los escritores contemporáneos para manejar recursos literarios caídos en desuso como la elipsis.
Naomi Novik plantea Un cuento oscuro como el relato en primera persona de Agnieszka, la joven elegida por un mago, El Dragón, para servirle durante la próxima década. Tras ser llevada a su castillo se revela su potencial para la magia, una habilidad alentada de manera tosca por El Dragón que mantiene en todo momento una actitud en el límite del acoso escolar. Como viven en un mundo de inspiración medievaloide todo queda razonablemente justificado, más cuando por medio se vislumbra una amenaza de dimensiones sauronescas. El mago es la primera línea de defensa del reino de Polnya en su lucha frente a una criatura maléfica, El Bosque. Una región corruptora en continua expansión entre Polnya y la vecina Rosya que posee a sus habitantes y se apropia de sus zonas de cultivo.
El relato en primera persona se aborda de forma consistente: tal y como Novik desarrolla las primeras páginas, con los recuerdos del pasado de Agnieszka, el retrato pormenorizado de ciertas rutinas, la descripción de los nuevos lugares visitados, aborda el resto de la novela. Este acto de coherencia conlleva un precio: la narración se enreda en fragmentos poco relevantes simplemente por el hecho de mantener una cadencia factual y temporal. Poco importa si se describe o narra un hecho nuevo y significativo o uno ya visto anteriormente más de una vez. El resultado es una novela redundante durante la primera mitad de su extensión en la cual un mismo hechizo (por ejemplo, La invocación) se nos cuenta con todo lujo de detalles cada vez que su protagonista hace uso de él. Supongo que los aficionados a la creación de escenarios les parecerá atractivo; a mi me ha hecho pasar páginas con alegría en cuanto me he encontrado con pasajes idénticos a los leídos con anterioridad.
Esta ausencia de contención, la obsesión por describir cada acción con pleno lujo de detalles sin saltos espacio-temporales, me ha parecido una rémora para dos facetas en la construcción de Novik. Por un lado la personalidad del Bosque, una criatura obsesionada con infectar cualquiera de las zonas aledañas a sus lindes, y con un plan más allá del visto en los primeros recuerdos de Agnieszka. En cuanto la protagonista gana conocimiento y adquiere una visión global, su némesis gana profundidad y pasa de ser el típico malo bidimensional a convertirse en un artefacto maquiavélico de liberar insidias y corromper hasta a los ciudadanos más virtuosos. Además, dada la ambientación eslava y ciertos aspectos de su naturaleza perversa (cómo basta un mínimo contacto para quedar convertido en uno de sus agentes, la manera de actuar a corto, medio y largo plazo, el mecanismo utilizado por Agnieszka y El Dragón para librar a sus víctimas), me ha resultado inevitable establecer una analogía entre esa acción y las ideologías totalitarias que asolaron Europa durante el siglo XX.
También quiero destacar al propio personaje de Agnieszka y el tránsito que le lleva de ser una especie de virgen vestal, entregada por su familia a una figura patriarcal haciendo honor a un pacto antiguo con la esperanza de la salvación de su pueblo, a convertirse en el vehículo del cambio en Polnya y su inevitable sanación. Un tránsito asentado sobre el duro aprendizaje con El Dragón, su acercamiento a una serie de libros prohibidos tenidos por heréticos por los sabios del reino, y un camino de sufrimiento entre lo y lo aparente. Haciendo el juego de Norman Spinrad en uno de sus ensayos más conocidos, en varios pasajes La heroína de las mil caras entra en el terreno de La emperatriz de todas las cosas. Mientras Agnieszka está cerca de lo primero, se enfrenta a un mundo masculino incapaz de comprender el verdadero alcance de su enemigo y la frustración es el sentimiento predominante, Un cuento oscuro alcanza sus mejores momentos. Cuando se entra de lleno en las hazañas de superhéroes mágicos, con la protagonista destapándose como un ser invencible capaz de sobrevivir a cualquier contratiempo en base a su entrega y pundonor, su poder subversivo llega a volatilizarse.
Estos vaivenes afectan al propio desenlace. Cómo comienza a revelarse el misterio detrás de El Bosque a través de una historia incluida dentro de la propia narración para, unas páginas más adelante, dilapidar ese potencial evocador a través de un pedestre diálogo directo entre Agnieszka y la naturaleza del mal. Un artificio tan a la contra de toda la novela como el propio capítulo final, un happy end adherido con pegamento de barra que se carga ciertos desarrollos expuestos mismamente en el capítulo anterior.
Antes de terminar, no quería dejar de apuntar mis propios prejuicios durante la lectura. Una mujer enfrentada a un mundo de hombres; un mal proveniente de fuera del mundo civilizado, fuente de muerte y destrucción para los campos de cultivo y la población de un lugar; un pasado perdido en la raíz del problema y cuyo conocimiento es esencial para su resolución… El sustrato es más viejo que la orilla del mar. De hecho hace 50 años Ann McCaffrey construyó con tales mimbres dos novelas cortas que, en 500 páginas menos, contaban lo mismo: “La búsqueda del weyr” y “El vuelo del dragón”. Sin tanto alambicamiento y con un villano plano como una pista de aterrizaje, McCaffrey logró un relato tan feminista y evocador, igual de reaccionario en su base, más ágil y efectivo. Con una economía narrativa desaparecida en combate en la fantasía actual. Eran tiempos en los cuales los autores todavía podían ganarse la vida escribiendo ficciones más breves, y existía un mercado receptivo a libros de menos de 300 páginas.
Supongo que si gusta una fantasía hiperdetallada, con su ración de conspiraciones, intrigas palaciegas y una protagonista enfrentada a un mundo que no la acepta, Un cuento oscuro puede merecer la pena. Sin embargo si se aprecia la concisión, una historia donde la elipsis desempeña su papel y no se necesita un pasaje repetido tres veces para comprender el funcionamiento de un elemento argumental, mejor mantenerse alejado de este libro.
Un cuento oscuro (Planeta, 2016)
Uprooted (2015)
Traducción: Julio Hermoso
Tapa dura. 688pp. 19,50€
Ficha en la web de La tercera fundación
Me alegra que alguien haya visto esos últimos capítulos a contradirección de toda la novela. Casi patrocinados por Greenpeace y Veganos Unidos.