Esta es la segunda novela de Alfredo Álamo que leo, apenas unos meses después de Kobold. El señor de las cadenas; una historia de espada y brujería a mitad de camino de Howard y Moorcock cuyo disfrute es inversamente proporcional a las historias de esta temática que hayas leído. Con Mañana será tierra muestra una faceta más madura alejada de la mímesis al plantear un escenario, unos personajes y una voz más personales. Quizás su acabado sea un poco desigual, lejos de sus mejores relatos pero, sin duda, resulta más satisfactoria.
Mañana será tierra se inicia cuando Jaume, un militante comunista que huye de Cataluña en los estertores finales de la Guerra Civil, sobrevive de forma milagrosa a un disparo a bocajarro. Dado por muerto en una fosa común, consigue cruzar la frontera para ser internado en el campo de refugiados de Argelers, el lugar del Rosellón donde se hacinaron miles y miles de republicanos españoles a la espera que el gobierno francés decidiese qué hacer con ellos. Harto de la vida, entre el desánimo y un ligero hastío, observa al resto de reclusos con los ojos de un entomólogo. El relajo de las convenciones sociales, la explosión de las pequeñas miserias en un entorno tan reducido, el sexo como mecanismo de huida, la muerte aguardando a la vuelta del día… aparecen en su narración en primera persona junto a sus dudas y al distanciamiento de su pasado. Es la suya una historia crepuscular que, además, ofrece una mirada al abismo de los campos de concentración desde una óptica distinta a la habitual, donde parece haber escapatoria y la vida continúa a pesar de la derrota.
A las 70 páginas la novela cambia de tercio. Jaume abandona Argelers y relata su viaje y estancia en una fortaleza alpina de la línea Maginot en la cual varios españoles y un retén de soldados franceses aguardan la llegada de las tropas del eje. Se mantiene el tono de desencanto acrecentado por la aparición del elemento fantástico: una presencia preternatural surgida de lo más profundo de las cavernas bajo la fortaleza.
Quizás lo que más me ha gustado de Mañana será tierra es cómo presenta el agotamiento y erosión de ideales. El desencanto que se adueñó de los vencidos durante la Guerra Civil, las pérdidas que tuvieron que sobrellevar y cómo el destino les guardaba un golpe todavía más duro: el auge del nazismo y una Guerra Mundial de la que ellos habían vivido un mísero y cruel aperitivo. Esa desesperación, ese cansancio, queda resumido en las últimas 100 páginas gracias a los diversos personajes españoles que comparten destino con Jaume.
Aunque aquí la novela no funciona igual de bien. El ejemplo más sintomático son las quince páginas del viaje hasta los Alpes que se podían haber evitado; dejan caer la tensión del relato y apenas aportan nada que no se vea previa o posteriormente. Tampoco se puede decir que los personajes franceses tengan el mismo relieve que los españoles. Y, quizás fruto de mis encallecidos ojos de lector con un cierto pasado (una vez más), el elemento terrorífico es un poco manido, lo que resta fuerza a la narración.
Como comentaba en la reseña de Largas noches de lluvia, de Marc R. Soto, es necesario destacar la edición de Viaje a Bizancio. Frente a la dejadez de otras pequeñas editoriales del entorno fantástico, aquí tenemos un volumen que no despista ni por un solo momento del contenido y que vale cada euro que cuesta. Un ejemplo a seguir.