Aunque ya lo he comentado otras veces, me apena ver novelas como esta sin un hueco en el mercado. Libros de hace más de dos décadas, con menos de trescientas páginas, alejados de las corrientes contemporáneas y con una acusada componente sociopolítica. A lo que en este caso se une una vertiente satírica que la hermana con el fantástico descendiente de Jonathan Swift y, por tanto, la separa de la estirpe de Verne o Wells, hoy en día la más común y considerada como “importante”. Librerías de viejo, bibliotecas con fondo, ebooks conseguidos de aquella manera o aprender idiomas son las vías de acceso de los reacios a olvidar que la ciencia ficción tuvo un pasado más allá de la última década y los títulos reeditados treinta y cinco veces en cuatro colecciones distintas. Un pasado muchas veces si no deslumbrante sí con sus fogonazos de inteligencia, ingenio y perspicacia.
En Tik-Tok, John Sladek construye un demencial reflejo de las historias de robots asimovianas. Mediante la primera persona se introduce en la mente de un robot que, en el capítulo inicial, comete su primer asesinato. Este punto de ruptura da pie a un recorrido oscilante entre el relato de sus correrías posteriores y el recuerdo de su vida hasta ese momento. Una sucesión de acontecimientos a cada cual más extravagante.
Antes del crimen, Tik-Tok tuvo una docena de dueños y realizó todo tipo de labores (sirviente, cocinero, misionero, conserje…). Después, se le reconoce por su faceta artística aunque también ejerce en la sombra como empresario megalómano y terrorista en continua búsqueda de sí mismo. La diferencia entre ambas etapas, el paso de su condición de sujeto pasivo a activo, se origina en el desarrollo de una sociopatía sin límites, una desviación explicable por estar libre del yugo de las leyes asimovianas. Tal y como reflexiona, esta ausencia de límites bien aparece porque durante su fabricación hubo un error y nadie se las imprimió, bien se deriva de que ningún robot las tiene escritas y, por tanto, el 99.9999% se atiene a obedecer tácitamente un código moral compartido por mera tradición oral.
Es esta segunda interpretación la que, implícitamente, da más juego al contenido alegórico. Como si estuviéramos ante una adaptación de R.U.R. de Capek bajo los criterios estéticos del punk, a través de sus vivencias se asienta la identificación entre los robots y el nuevo proletariado del estado del bienestar. Esa “clase media” enfrentada al mercadeo como si fueran otro bien de producción, un contexto de derechos menguantes, si no inexistentes, y la imposibilidad de encontrar un puesto de trabajo si el progreso o la acción empresarial los considera obsoletos. A estos factores se unen otros como un sistema de cobertura social en retroceso donde las empresas privadas se van apoderando de parcelas en virtud a una supuesta mejor gestión que termina revelándose como una farsa. Todo sin que haya conatos de rebelión, no ya como grupo sino como simples individuos. Obediencia a la ley. Obediencia a las normas que nos hemos dado entre todos y que prácticamente nadie se ha leído. Miedo a la incertidumbre de lo que puede venir después.
Supongo que todo esto les suena.
Esta perspectiva se enriquece con otros aspectos más propios del sketch humorístico. Los primeros dueños de Tik Tok son una rancia familia sureña que vive en su mansión mientras sus esclavos satisfacen sus más depravados deseos: uno de los hijos viola sistemáticamente a todo robot que se le pone delante mientras otro con veleidades como investigador de lo oculto los explota construyendo una réplica de la gran pirámide. En el viaje junto a un misionero a Marte hay una burla continua de un cristianismo escindido en una miríada de grupúsculos a cada cual más demencial.
Etcétera, etcétera, etcétera.
La apuesta por la sátira resulta tan evidente como el compromiso de Sladek o su gusto por la concisión. El encadenamiento de viñetas es frenético, lo que unido a un humor que bordea lo surrealista lo lleva a traspasar repetidamente la frontera del absurdo. Bases militares terrestres flotantes del tamaño de uno de los 50 estados de EE.UU.; adaptaciones cinematográficas de Finnegan’s Wake que incluyen números musicales de tres horas con los bailarines disfrazados como bollería diversa; atracos a bancos superbestias… Sucede tanto, tan diverso y a veces tan enajenado que puede violentar más de la cuenta la capacidad de un lector demasiado acostumbrado a la imaginación disciplinada y la “mesura” del buen gusto. Al final, Tik-Tok me ha recordado a Software de Rucker. Una astracanada de 200 páginas criada al sol de los EEUU de Ronald Reagan y cargada de furia contra un sistema social y económico en proceso de devorarse a sí mismo.
Como curiosidad, el final de la historia y el destino de los ciudadanos de EEUU (y, por extensión del resto del mundo), desinformados, manipulados, entregados a un salvador que les llevará a su segura destrucción, recuerda poderosamente a un 2015 donde un tipo tan despreciable como Donald Trump parece en condiciones de arrasar en las primarias Republicanas. La puerta de entrada hacia una posible presidencia donde puede dar rienda suelta a la misma monomanía que empuja a Tik-Tok a su espiral de destrucción: la purificación de su país, su planeta y, supongo, todo el universo.
Tik-Tok, de John Sladek (Acervo, Acervo Ciencia Ficción nº67, 1986)
Tik-Tok (1983)
Trad. César Terrón
220 pp. Tapa dura.
Ficha en La tercera fundación
Siempre he sentido cierta debilidad por Sladek. Me gustan mucho sus historias de ingenieros oficinistas y demás profesionales “robóticos”, y comparto casi plenamente su sentido del humor.
La comparación con Rucker es más que oportuna y lo del “lector demasiado acostumbrado a la imaginación disciplinada y la “mesura” del buen gusto” da en el clavo del porqué el panorama actual en general me espanta casi del todo.
¿No habría que acostumbrar a ese lector a otro tipo de historias?
La respuesta es que creo que sí, pero la realidad es que los criterios actuales de los numerosos gatos que publican este tipo de literaturas que ya no son marginales sino más bien del margen (de beneficios) se ciñen con espeluznante fijación a las leyes del mercado (ese ente infumable y patético) que parece ser el responsable de que no se puedan rescatar obras de este tipo. Pero, ¿qué es el mercado? Pues no sé, ¿una especie de jungla darwiniana en la que sólo sobrevive el más ramplón de los productos? Tal vez. La cosa es que donde antes existía la figura del editor, alguien que se dejaba guiar por su instinto y por sus gustos, alguien que arriesgaba, ahora existe la figura del empresario, que sólo busca beneficios y no ser devorado por la competencia o aplastado por un elefantiásico conglomerado editorial. Y no es que sea un ingenuo y no lo entienda, no sepa ver el encaje de bolillos que supone el mero hecho de subsistir en ese hábitat tan hostil, pero es que ver el adocenamiento general, en gran medida propiciado por los colchones de fantasías tirando a rancias y trilladas (con rarísimas excepciones) que parece ser lo único que “funciona” en este momento, hace que a uno se le caiga el alma al piso. Y no es que me sorprenda: los editores son meros empresarios, pero es que los cocineros son meros empresarios, los deportistas son meros empresarios, los políticos son meros empresarios, etc, etc., and so on, and so on.
Lo verdaderamente triste es que en un mundo en el que todo se rige y se mide con la vara de medir del lucro no haya quijotes-empresarios que, de vez en cuando, aunque sólo sea porque pueden hacerlo, rompan una lanza por la aventura, la locura y el despropósito.
Buff, me da miedo responder porque me pongo apocalíptico. Pero viendo cómo les fue a algunos emprendedores con sus colecciones cuando arriesgaron a publicar otro tipo de ciencia ficción, también ajena a esas historias con “sentimientos” que tanto parecen agradar ahora, entiendo que las cuentas triunfen sobre cualquier deseo de traer algo nuevo. Es cuestión de supervivencia.
Lo de los grandes grupos ya es otro asunto, pero teniendo colaboradores aquilatados como los que tienen con un compromiso con el riesgo (y la ciencia ficción ajena al mainstream del género) equivalente a un abuelete de provincias creando una cartera de acciones, no hay mucho donde rascar. Bibliotecas, librerías de viejo o webs con libros en inglés.