El título de Los amigos de Eddie Coyle es deliciosamente ambiguo. Afirma bien la naturaleza coral de la novela. Ahí están los atracadores de bancos en plena etapa de preparación de varios golpes; un traficante capaz de conseguir, con el tiempo necesario, cualquier arma; un agente federal a la caza de un gran caso; un barman que pone velas a dios, el diablo y los tristes mortales; y, entre ellos, Eddie Coyle, el nexo. Un criminal de poca monta, intermediario en pequeñas operaciones y dispuesto a traicionar a alguno de los anteriores con tal de no entrar en prisión para cumplir una pena por tráfico de alcohol. Es ahí donde emerge la sutil anfibología del título; amigos, lo que se dice amigos, no hay. Tal y como queda claro desde el primer capítulo, son medios para conseguir sus fines, Y saben guardarse las espaldas. De ello dependen su libertad o, si no juegan bien sus cartas, su salud.
Mediante capítulos breves, Higgins prescinde de la mayor parte de pasajes descriptivos o narrativos y centra su pericia en esbozar unos diálogos refrescantes. Sus personajes hablan, hablan y hablan sin descanso. Mientras aguardan la llegada de otra persona, esperan para dar un golpe, realizan una transacción o, simplemente, conversan, exponen sus problemas, cierran acuerdos que no saben si cumplirán, dejan entrever sus problemas de pareja, alardean de su vida sexual y relatan todo tipo de historias. Reales, ficticias, importantes, intrascendentes… da lo mismo. El placer está en “escucharles”, ver cómo aumenta su definición cada vez que aparecen en escena y añaden algo más a su bagaje. Descubrir quiénes son cuando Higgins decide no llamar a cierto personaje por su nombre.
Ahí está el otro punto fuerte: sus personajes. Se definen en las antípodas de los protagonistas de la novela criminal de héroes y villanos, pero también de la capitalizada por ese otro grupúsculo que se ha hecho fuerte en los bajos fondos: los antihéroes. Son tipos de poca monta, gente en los márgenes del sistema cuyo mayor logro es haber salido indemnes tanto en sus problemas con la ley como con el resto de habitantes de ese tejido de traiciones, rencores y venganzas del submundo del crimen. Tíos divertidos o aburridos según el momento del día, ingeniosos o lapidarios cuando toca, misóginos cuando una mujer aparece en la conversación, siempre dispuestos a contar una anécdota para subrayar una idea o dejar con el culo torcido a su interlocutor.
Ese plantel de seres mediocres en los cimientos de la pirámide trófica quizás impide a Higgins contar una Gran Historia, y tampoco ayuda mucho a que sus personajes pasen a formar parte de la pequeña mitología personal del lector. No son particularmente agradables ni extremadamente dicharacheros como, por ejemplo, los creados más tarde por un Elmore Leonard que, si hacemos caso al blurb de cubierta trasera, tenía a Los amigos de Eddie Coyle como la mejor novela negra. Ni falta que hace. Entre el retrato certero de la fauna de medio pelo del hampa de Nueva Inglaterra, un arco que se abre y se cierra en menos de 200 páginas y esos diálogos escritos en estado de gracia por un autor que, según cuenta Lehane en la introducción, se pasó el resto de su carrera intentando repetir lo logrado en esta novela, hay suficientes pros para disfrutar con su lectura. A ser posible, si se tienen de tres o cuatro horas, de una sentada.
Los amigos de Eddie Coyle, de George V. Higgins (Libros del Asteroide, 2013)
The Friends of Eddie Coyle (1970)
Trad. Montserrat Gurgí y Hernán Sabaté
216 pp. Rústica. 16,95€
Ficha en la web de la editorial
Eres la segunda persona en un corto espacio de tiempo que me ha recomendado la novela, y los dos habéis resaltado la frescura de los diálogos, lo cual es uno de mis puntos débiles. Gracias por la reseña.
Gracias a ti por leerla, aunque no hay nada como la introducción de Lehane para terminar de comprender su importancia en EEUU.