El último teorema, de Arthur C. Clarke y Frederik Pohl

El último teoremaEs curioso cómo ciertos autores de ciencia ficción, en el otoño de sus carreras, han vuelto su mirada hacia el juvenil. Tipos de 60 años o más escribiendo aventuras espaciales con protagonistas en plena edad del pavo orientadas fundamentalmente a lectores en formación. De las que he podido leer, quien mejor parado salió fue ese verso suelto llamado John Varley. Con Trueno rojo homenajeó las historias juveniles de Heinlein con un grupo de chavales y el sabio misántropo de turno salvando desde la iniciativa privada a unos EEUU a punto de perder la carrera espacial a Marte; el sueño húmedo de cualquier seguidor de FOX News aficionado a la ciencia ficción. Su éxito habla por sí solo: en EEUU acaba de publicarse su cuarta entrega. En la esquina contraria pondría a Joe Haldeman y su Rumbo a Marte. El inicio de una trilogía de nuevo con pretensiones Heinleinianas sobre la que ya me despaché en Prospectiva; en parte por caer en moldes narrativos tan viejos para los lectores neófitos como endebles para los más experimentados.

No creo que un autor tenga que tener veintipocos años para escribir una buena novela juvenil. Pero si va a situar como vehículo de su historia a jóvenes actuales o de un futuro cercano, es obligado un esfuerzo para lograr unos personajes que, demasiadas veces, terminan como una visión idealizada de la juventud… de hace tres o cuatro décadas. Lo menos. Este, uno de los problemas clásicos de una parte de las novelas destinadas a los programas escolares y que tiene a Gonzalo Moure como máximo exponenete, es uno de los males que aqueja a este El último teorema. Casi diría que el menor de una obra que he sido incapaz de terminar.

Este textillo que ahora estoy escribiendo no es fácil. Verán… nunca me he sentido próximo a Arthur C. Clarke. Sin embargo Frederik Pohl pasa por ser uno de mis escritores predilectos. Por lo que escribió en los años 50, solo o en compañía de Kornbluth; por su labor editorial durante los años 60; y, muy especialmente, por dos de las novelas que escribió cuando retomó los trastos de escribir durante la década de los 70: Homo Plus y Pórtico. Cualquier cosa que escribiera después no podría estar a la altura de ambas, pero aun así disfruté de títulos menores como El día de la Estrella Negra o ese remake innecesario que fue La guerra de los mercaderes. Pues bien, El último teorema es una novela acartonada, carente del más elemental vuelo imaginativo, y, lo que es peor, no es que tenga serias dificultades para satisfacer a un lector entrado en años; dejársela a alguien de menos de 20 años pensando que con ella se puede aficionar a la ciencia ficción es acercarlo al abismo de abominar de la misma. A la literatura es más difícil. Encarar sus cerca de 600 páginas ya implica un cierto gusto por la lectura.

Abundo en el carácter juvenil porque el cariz de El último teorema es evidente. Durante las 200 primeras páginas su protagonista se enfrenta a un mundo incomprensible. Debe batallar por labrarse el futuro en una universidad a la que le cuesta amoldarse. Tiene un gran talento para las matemáticas y está obsesionado con el famoso último teorema de Fermat. Se enfrenta a un profesor de Matemáticas que más que alentar su pasión parece empeñado en cercenarla. Incomprendido por su padre, mantiene una ambigua relación con un compañero que atenta en varios sentidos contra las convenciones sociales de Sri Lanka. Asistimos a su despertar sexual (por llamarlo de alguna manera) y al nacimiento de su conciencia social; un camino que le llevará a ser secuestrado por unos piratas, llevado a un cautiverio durante el cual demostrará el teorema de Fermat y le abrirá las puertas a un nuevo estatus. Pero todo sin profundizar porque ni Clarke ni Pohl tienen demasiado interés en ahondar en esta trayectoria. Una historia que podía haber sido profunda, incisiva, fresca termina siendo mediocre. En grado extremo.

The Last TheoremEl narrador me recuerda a ese profesor que lee directamente su lección de las tarjetitas que lleva en la mano sin aportar nada. No hay inflexiones, relieve… vida. Abundan las descripciones a lo partida de rol, en su mayoría sin finalidad narrativa (ése entras en una habitación y ves una mesa, dos sillas, una alfombra…). Las desventuras del protagonista van a la par y apenas los fragmentos en los cuales se cuelan temas científicos atrapan mínimamente la atención… del lector joven; para el resto son las historias de siempre sobre cosmología, ascensores espaciales… Sí que hay un par de curiosidades matemáticas que no había leído hasta ahora en un libro de narrativa, pero a todas luces insuficientes para un lector con un poco de bagaje.

La visión del mundo es impropia de alguien como Pohl. Toda la información se expone en plan noticias del teletexto, contando de vez en cuando la amenaza que supone Corea del Norte, el peligro de los fundamentalismos, las algaradas ante la crisis económica… Pero salvo un par de detalles sobre la vida en Sri Lanka, apenas se explora la dimensión social; la mirada crítica es superficial, sin rastro de una perspectiva irónica, no ya cínica, que insufle una cierta mordiente. Para redondear esta debacle, los finales de los capítulos se acercan a una inteligencia alienígena del copón, el clásico Tipo III en la escala de Kardashov, alertada por las explosiones nucleares de las diferentes pruebas realizadas a lo largo del siglo XX. Para controlar esos desmanes, pone en marcha hacia la Tierra a una civilización de acólitos para aniquilar a la humanidad; una serie de fragmentos más propios de una obra de Doc Smith, desarrollados a cámara lenta. Dan un miedo… al menos hasta la página 304, cuando decidí dejar de darle oportunidades a una novela que no las merece.

Era del género bobo esperar encontrar en El último teorema un título del pelo a El fin de la infancia, Cita con Rama o Pórtico. Pero, al menos, se podía esperar un libro con una cierta chicha como Luz de otros días, la primera colaboración entre Clarke y Stephen Baxter. En 20 páginas tenía más imaginación, yesca e, incluso, sentido de la maravilla, que 304 páginas de este plomazo insufrible que, me temo, lleva a un nuevo grado las profanaciones que Clarke y Pohl ya habían cometido, con todo el derecho, contra su obra. Aunque no he llegado a leer 3001.

Nota final: Para quien quiera comentar que no se debe escribir una reseña sobre un libro del cual apenas has leído poco más de la mitad de las páginas, recordarle que alguien debía advertirte que no merece la pena ni en un saldo extremo a 1 euro la unidad.

El último teorema, de Arthur C. Clarke y Frederik Pohl (Edhasa,Col. Nebulae 3ª época, 2010)
The Last Theorem (2008)
Trad. David León Gómez
573 pp. Rústica. 24€
Ficha en la Tercera Fundación

Un comentario en «El último teorema, de Arthur C. Clarke y Frederik Pohl»

  1. Hola yo me lo leí todo, si tuve la valentía, me considero un amante de la lectura, y a pesar que es un libro sin alma me tome el martirio de leerla toda. La cabo de terminar y me siento libre y con la lección de no volver a terminar un libro cuando sea tan malo como este.

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