Hay cosas que por repetidas terminan pareciendo baldías. Sin embargo no conviene dejar de incidir en ellas: la labor de presentación de nuevos autores de narrativa breve en inglés que está realizando Marcheto, alma mater de Cuentos para Algernon, no tiene precio. Al ritmo de un relato mensual, una antología al año, está en proceso de erigir un hito que, al menos, parece que ha calado entre los aficionados a la ciencia ficción, la fantasía y el terror del núcleo duro; de ahí el merecido premio Ignotus como mejor página web de año 2013, compartido con la hasta ahora casi invencible La tercera fundación. Hace tres meses presentó el segundo volumen de su antología con todos los relatos publicados durante el año anterior, excepto “Pequeña américa”, de Dan Chaon, cuyo autor no dio el visto bueno para aparecer en ella.
Puestos a comenzar por algún lugar, me gustaría destacar el pequeño especial dedicado al humor situado al final de la antología; una tipología narrativa que, como bien comenta la antóloga, apenas cuenta con reconocimiento por parte de lectores y crítica. No tanto hacia los autores que la han cultivado en sus diferentes vertientes (Robert Sheckley, Fredric Brown, Kurt Vonnegut, Philip José Farmer) como hacia las obras en sí, incluso las más brillantes olvidadas en beneficio de otras de (un supuesto) mayor calado o, muchas veces, más vacías pero de temáticas más afines al grueso de lectores.
La aportación de este Cuentos para Algernon es un tanto desigual y honestamente me cuesta ver el ingenio insidioso de los autores citados en la selección de relatos, especialmente en los dos últimos. Aun así “La llamada de la compañía de tortillas”, de Ken Liu, como sátira de los cuentos lovecraftianos en clave mercadotécnica, y “Un Opera bello Spazio”, de Oliver Buckram, una vibrante ópera espacial en el sentido más estricto de la palabra, irradian ingenio y funcionan como sátiras de sus dos blancos respectivos. Incluso el de Liu es un artefacto sagaz que va más allá del guiño al maestro de Providence y extiende sus tentáculos hacia terrenos como la mercadotecnia o el espionaje industrial. Arena de otro costal son el segundo cuento de Buckram, “Media conversación, oída desde el interior de una babosa inteligente”, cuya principal virtud es su brevedad, y “De mat y mates”, de Anatoly Belilovsky, supongo que porque el humor apela a valores todavía más personales que cualquier otro tipo de ficción. No terminé de encontrar la gracia a esta historia sobre las conexiones que una pasión puede llevar a establecer entre personajes de lo más diverso sometidos al caos del mundo.
Una vez fuera del especial, tengo la sensación que este Año II la ciencia ficción ha estado más presente que durante el Año I, desplazando a la fantasía o al fantástico. Además en esta ocasión ambas vertientes deparan muestras inferiores, no habiendo nada equiparable a dos de los mejores cuentos del primer año: “Radiante mañana” de Jeffrey Ford y “Loup-Garou” de R.B. Russell. De hecho me han parecido de lo más flojo de la selección junto a los dos cuentos humorísticos comentados, especialmente en el caso de “El matadragones de Merebarton”, de K. J. Parker; la cacería de un dragón contada con un tono ligero rayano en la gracieta insípida. Mismamente, como relato con el mismo argumento, está a eones de “Las fronteras de lo posible” de Andrzej Sapkowski. Pero claro, a mi me va la mala leche y la carga subersiva y Parker escribe desde una óptica mucho más inocente, cuando no meliflua. Más consistente es “Prudence y el dragón”, de Zen Cho, un relato de corte fantástico que introduce pequeños elementos de la mitología malaya en la Gran Bretaña actual al enamorar a un dragón de una mujer que no le hace ni el más mínimo caso mientras que su mejor amiga sufre por ello.
Entrando ya en el terreno de la ciencia ficción, destacan dos relatos donde se ofrecen diferentes perspectivas de la mecánica cuántica. El mejor me parece “Mamá, somos Zhenya, tu hijo”, de Tom Crosshill, un curioso cruce con Flores para Algernon en el sentido que un niño relata desde su perspectiva los experimentos que padece mediante unas cartas destinadas a su madre. Gran parte del quid está en desentrañarlas a través de su redacción, un tanto desestructurada y fiel a lo que está padeciendo. El otro es “La mejor amiga de una mujer”, de Robert Reed, más sencillo, homenaje a la película más conocida de Frank Capra pasada por el tamiz de la teoría de los universos múltiples.
Otra autora que se estrena en este segundo volumen es Rachel Swirsky, que destila compromiso y arrojo en “La deuda del inocente”. Hay que tener los ovarios forrados en hormigón armado para situar como protagonista de tu historia a una enfermera que va a cometer un acto de terrorismo brutal, eliminando a cuatro niños de la maternidad de un hospital. Su justificación está relacionada con los recortes sanitarios que obligan a desconectar de las incubadoras a los niños de padres que no tienen el seguro adecuado para continuar pagando el servicio, lo que permite traer a colación toda una serie de temas de calado entre los cuales resalta la conexión que se establece entre la desigualdad socioeconómica y un proceso de eugenesia implícito en el sistema. Swirsky no sólo se centra en el relato personal de la enfermera sino que además cuenta todo lo que rodea a sus cuatro víctimas y sus propios infiernos familiares. Sin embargo mi sensación es que tanto detalle, y un final optimista impostado, liman parte de su innegable potencial subversivo.
“La deuda del inocente” se queda un poco por detrás de mis dos relatos favoritos: “Destino cero” de Jeff Noon y “La fábrica de zapatos” de Matthew Cook. Mentiría si dijera que me acuerdo de Vurt, la resbaladiza novela con la que Noon irrumpió en el mundillo literario de los 90 y que me dejó satisfactoriamente desconcertado cuando la publicó Mondadori hace 15 años. No había leído nada de él desde entonces y el reencuentro ha sido potente; una historia de aprendizaje donde un grupo de personajes se dedica a perseguir “criaturas”. En su austeridad y crudeza, Noon demuestra el dominio que tiene sobre la narración sin necesidad de alambicarla. Mientras “La fábrica de zapatos” se revela como una historia sobre el recuerdo y la memoria con un potente sentimiento de pérdida en la línea de otros grandes cuentos como “Nieve” de John Crowley o “16 de junio en Anna’s” de Kristine Kathryn Rusch.
El último autor “neófito” en esta edición Cuantos para Algernon fue Terrence Holt con “Escila”, una narración muy alejada del resto en la cual un marinero vuelve a puerto con su tripulación para encontrarse con la pérdida de libertad que supone quedar atado a tierra firme y las leyes de los hombres. Con una prosa pulcra sobre todo preocupada por evocar las sensaciones y sentimientos de un personaje enfrentado a un cambio irreversible, destaca por el aire lírico que poco a poco penetra en la narración.
Entre los autores que repiten, he terminado un tanto decepcionado con “Por falta de un clavo”, segundo relato traducido de Mary Robinette Kowal después del angustioso “Cerbo en vitra ujo”. Tras aquella despiadada historia sobre la pérdida de la inocencia y el descubrimiento de la crueldad de gran parte de lo que acontece a nuestro alrededor, nos encontramos un relato en una clave similar aunque más romo. En sí, Kowal nos plantea de nuevo una historia de iniciación, esta vez con su joven protagonista enfrentándose a las consecuencias de un pequeño error personal, amplificadas por la complejidad de un mundo más vasto y desconocido de lo que pensaba. Pero en esta ocasión se queda un tanto en la superficie, apuntando direcciones que no conducen a ningún lado, incluyendo un giro final que me ha parecido un tanto absurdo.
A su vez Tim Pratt escribe en “Resultados inesperados” una mezcla entre relato apocalíptico y ¡vivimos en una simulación informática!, el típico cuento surgido de una batidora. Pratt se muestra un poco blandito en el desarrollo; tal revelación se antoja bastante más apocalíptica de lo que muestra. Aun así funciona por el giro inconformista y ligeramente transgresor que acierta a imprimir al final. De Pratt también se incluye el poema “Romance científico”, una declaración de amor incondicional construido a partir de un puñado de estereotipos de ciencia ficción.
Me falta escribir de “Pequeña América”, de Dan Chaon, el relato que quedó fuera y que supone un homenaje singular a Ray Bradbury. Recomiendo la lectura del texto que lo acompaña en el cuál el autor explica su conexión con el escritor de Crónicas marcianas; una visión muy cercana de un gigante de la literatura al que, me temo, poco a poco le vamos retirando el crédito que merece más allá de los dos títulos que siempre se mencionan porque se han convertido en parte del canon. Y el cuento no se queda atrás. Aunque me cuesta encontrarle las conexiones con Bradbury (mis lecturas bradburianas quedan en el ordovícico), ofrece una historia de carretera por la América profunda de los grandes horizontes, escenario ideal para un inquietante relato de extrañamiento generacional. Destaca la sensación turbadora forjada por Chaon a medida que expone una sociedad aterrada ante una nueva generación que amenaza con devorarla.
Termino este comentario con la sensación de no haber dedicado el tiempo que merecía, ni descrito como debía un libro irregular, sí, condicionado por su carácter amateur, pero tremendamente rico y sugerente que apuesta por autores y relatos que en otro tipo de iniciativas necesitadas de más audiencia sería imposible encontrar. Una antología de relatos recomendable, mes a mes o en este volumen anual con el que ya he pedido cita para finales de este 2015.
Cuentos para Algernon, año II (2014)
Traducción: Marcheto
eBook. Gratuito
Ficha en La tercera fundación
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