Debe ser duro que, justa o injustamente, todo el mundo recuerde tu primera novela como tu mejor obra. Más cuando acumulas una extensa carrera plagada de nuevas historias, enfoques, estructuras, personajes… y una profundización / progresión / llámeloX en esto de la narrativa. Joe Haldeman me parece el mejor ejemplo de esta situación. Su opera prima, La guerra interminable, arrasó en los premios de género el año de su publicación. Se ha mantenido en el mercado de manera ininterrumpida durante cuatro décadas (incluso en España), figura dentro del canon de la ciencia ficción y es la medida con la cual se ha comparado toda su obra posterior. En la cual, por cierto, hay títulos como los de la trilogía iniciada en Mundos, Compradores de tiempo o ese solvente juego narrativo que es La llegada. De sus últimas novelas traducidas, como Camuflaje, Viejo siglo XX o Rumbo a Marte mejor no escribir mucho.
Era inevitable que tarde o temprano terminara regresando a aquel universo creativo y aquellos personajes. Al menos más allá del retorno parcial a su corpus de temas en la fallida La paz interminable. Y eso hizo hace quince años con La libertad interminable. Novela que, de manera inexplicable, permaneció inédita durante más de una década, varios años con su traducción guardada en un cajón.
William Mandela, su mujer Mary Gay Potter y unos cuantos veteranos de la guerra con los taurinos están entregados a la vida en la frontera en DM, un apartado planeta de la galaxia. Las condiciones no son fáciles: las estaciones de DM incluyen períodos fríos que, acumulados, se extienden a lo largo de varios años terrestres. En un ambiente de baja tecnología languidecen en el exilio bajo la suspicacia de lo que el Hombre quiera hacer con ellos. Como se vio al final de La guerra interminable, mientras luchaban en diferentes planetas y acumulaban una deuda temporal de cientos de años, la humanidad evolucionó hacia una mente colectiva, el Hombre, en la cual sólo quedaron sin integrar los más veteranos. Ahora, la insatisfacción y el miedo les empuja a preparar un viaje en el espacio y el tiempo a 40000 años en el futuro; un momento donde esperan empezar de nuevo.
El primer tercio de novela relata esta situación y me parece, de largo, la parte más interesante. Si La guerra interminable recreaba la visión de un excombatiente de Vietnam trasladando a un entorno de ciencia ficción toda su experiencia en el conflicto, La libertad interminable funciona como una evolución de dicha perspectiva. A través de su narración en primera persona veinte años subjetivos después del fin de la guerra, se profundiza en la visión de Mandella como un reaccionario inadaptado, incapaz de aceptar el progreso y el camino que ha tomado la especie humana. Incluso conserva un sentimiento de homofobia caracterizado por el pavor a que su mujer retome su relación con una antigua pareja femenina, y mantiene con su hijo mayor el típico desencuentro generacional. El comportamiento esperable de un “fósil” viviendo en un mundo que ya no es el suyo.
Lamentablemente la novela abandona este rumbo, quizás agotado, para convertirse en una errática sucesión de historias: relato de acción, la descripción del viaje en una nave espacial, historia de misterio, de primer contacto e, incluso, llega a tener su pseudo reflexión metaliteraria. Todo con mucho orden, que Haldeman sabe imponer una jerarquía a sus narraciones, pero sin ningún tipo de concierto. Alguna de ellas resulta particularmente aburrida (los primeros días del viaje hacia el futuro), alguna de extremada vergüenza ajena (el primer contacto). Este batiburrillo produce una pésima impresión, como si Haldeman no supiera adónde llevar una historia y unos personajes que sólo funcionaron mientras se mantuvieron en un entorno bélico o postbélico. De hecho, el desenlace resulta revelador. Saltándome un tabú personal, voy a hacer un David Pringle y descuartizar su final.
Super alerta de SPOILER
Resulta que el viaje estelar hacia el futuro termina en la etapa inicial cuando la antimateria que alimenta el motor de la nave desaparece. Mandella y la mayoría de los expedicionarios retornan a DM para descubrir que, unos cuantos meses después de su partida, justo cuando la antimateria se esfumó, todo los humanos se volatilizaron. Y cuando digo todos incluyo a los de la Tierra (más los taurinos, aunque estos apenas se manifiestan en la novela como para dar mal rollo). Un misterio presente en primer plano durante más de 150 páginas hasta ser explicado de la manera más perezosa y anticlimática que recuerdo: resulta que nuestra parcela de universo tiene una especie de Dios local al que se le inflaron los cojones ante la aventura de los veteranos por lo que supondría para el “terrario” y decidió dar una lección, pegando un puñetazo sobre la mesa y llevándose el scattergories a mitad de partida.
En una primera lectura sienta mal. Parece la cúspide del desastre narrativo al que apuntaba la novela desde la página 100. Sin embargo ofrece una lectura que me ha hecho una cierta gracia. Los personajes se encuentran con su creador, el propio Haldeman, que básicamente les dice que son sus juguetes, que los ha llevado por donde ha querido y, ahora que ha decidido irse a otro lugar para jugar a otro juego, se muestra ante su obra. Lo que se llama hacer un alarde. Y después de darle al botón de deshacer, toda la humanidad reaparece en las cavernas de Carlsbad, un lugar bien bonito, como si nada hubiera pasado. Sólo le falta añadir: y ahora me dejáis en paz.
Obviamente además de con su creación, Haldeman habla con sus lectores. Con sus… fans. Alto y claro.
Tiene su punto doloroso observar la sima hoyada por Haldeman con La libertad interminable. Donde, además, cualquier atisbo de su pasada depuración narrativa queda sepultada en un relato en primera persona descuidado, incongruente con el narrador de la primera novela. Si le sumamos al panorama la tradicional edición fea de narices de Edhasa, y un precio inapropiado para un libro en rústica de estas características, se entiende la nula repercusión que está teniendo.
Y por qué llevaba inédito catorce años.
La libertad interminable, de Joe Haldeman (Edhasa,Col. Nebulae 3ª época, 2013)
Forever Free (1999)
Trad. Rafael Marín
379 pp. Rústica. 19,90€
Ficha en la Tercera Fundación