Adam Nevill es el autor de El ritual, aquella historia de cuatro amigos perdidos en un bosque asediados por la culpa del superviviente, el folk horror y el terror preternatural. Pero no quiero tirarme el pisto de haberla leído; me conformé con disfrutarla en su adaptación distribuida por Netflix en 2017. En el club de lectura de la TerSa llevábamos tiempo hablando de leernos uno de sus libros y, de todos los traducidos, nos decantamos por esta novela publicada en 2011 por Minotauro. La sinopsis con un edificio encantado en el medio de Londres, conexiones con artistas nazis, la decadencia de los paisajes urbanos y cultos a dioses de otra dimensión tanto podía ser más de lo mismo, una actualización de Nuestra señora de las tinieblas a los tiempos del auge del populismo de derechas, una garantía de inmersión, atmósfera, el espíritu de nuestro tiempo… Sin duda, nos dio conversación.
Detrás de la historia de la joven estadounidense, April, que acude al Reino Unido a solucionar una herencia tras la muerte de un familiar, su tía Lillian, se suceden los estereotipos. Una situación económica precaria que empuja a conseguir pasta; una muerte que no despierta sospechas hasta que se mira un poco; un comportamiento errático de la fallecida, caracterizado por su deseo de abandonar un edificio, Barrington House, sin éxito; unos vecinos extravagantes y ligeramente hostiles hacia la joven; el descubrimiento del vínculo del edificio con ese pintor olvidado que pasó la Segunda Guerra Mundial entre rejas por sus filias nazis…
Hay más detalles, porque la lista de checks es amplia, incluyendo el flirteo con un especialista en el pintor. Pero aquí hemos venido a jugar y hay cosas que Nevill resuelve bien. Sobre todo la manera de construir la tensión con los oportunos cliffhangers, una sensación ominosa construida por la proverbial presencia que parece acechar a la joven y el descubrimiento de las capas de pasado que han llevado hasta este momento. En los diarios de la muerta, que transmiten el nivel de psicosis en que debió vivir queriendo escapar sin conseguirlo. Y en lo que rodea al pintor, en particular un grupo de excéntricos seguidores que lo han convertido en el centro de sus vidas. Este grupo pintoresco, unido al punto cotidiano de las pesquisas de April, son los pequeños atractivos en ese conjunto transitado y previsible. Un poco como si Ramsey Campbell se diera de bruces con una tropa de ufólogos más propios de Mars Attack que de Independence Day.
Peor trabaja el otro 60% de la novela protagonizado por Seth, el joven que atiende por las noches el funcionamiento del edificio y va a convertirse en el Renfield postrado ante el mal tras el Apartamento 16. Esta servidumbre se materializa después de un proceso de ruptura física y psicológica dirigido por un personaje enmascarado que no entiende la palabra cuartel. Esta historia de degradación y sus posteriores acciones como vasallo de las fuerzas oscuras me han resultado tremendamente aburridas. Gran parte de ese proceso se antoja gratuito e innecesario desde el primer momento: la historia ya ha dejado su papel claro y el relato de ese descenso al infierno abusa del exhibicionismo. Pero peor es la manera en la que Nevill lo cuenta, abundando en una serie de descripciones de zozobra que abundan en los mismos adjetivos, imágenes, evocaciones para subrayar el patetismo de Seth durante su caída. Ni cuando esta se retuerce alrededor de la aparición del mal existen muchos atisbos de gancho. La ausencia de imaginación unida a una reiteración hacen que incluso cuando revela ciertas debilidades entrañables (una voluntad de crear sin genio) o comete crímenes abyectos, sea más gratificante pasar páginas sin prestar atención que detenerte a leer descripciones ya leídas, cuando no acciones sin relieve.
Se podría pensar que la figura de ese pintor abyecto, una especie de Otto Dix filonazi, va a surgir algo más que ese agujero negro que impide la huida a quienes viven a su alrededor y devora a quien se acerca más de la cuenta. Pero Nevill es incapaz de despertar fascinación o curiosidad. Esta carencia de matices devalúa lo que hay detrás del mal; el poder atractor de una ciudad que impide escapar a quienes están siendo quebrados bajo su bota, aun a sabiendas de su influencia económica, física o mental. La aniquilación de los sueños personales por el paso del tiempo, la rutina, la alienación. La disolución de la persona, la destrucción de los lazos de la comunidad, el abandono a una nada demoledora.
Nevil tampoco se muestra inspirado al resolver ciertas intrigas, viéndose forzado a introducir un tercer personaje al que seguir en el tramo final para aclarar aspectos de la trama que quiere resolver. Esta pirueta inesperada e incongruente borra de un plumazo cualquier incertidumbre o ambigüedad en una historia cuya resolución requiere dinamitar la estructura narrativa que había llevado hasta ahí. En esta deriva no ayuda que un personaje como April, decidida y con recursos, requiera de la participación de un príncipe azul que la rescate en las últimas páginas cuando el maelstrom se sustancia bajo sus pies. Visto lo visto, para acercarse a una historia con estas coordenadas más satisfactoria, merece la pena acercarse a cualquier novela de Ramsey Campbell o Peter Straub, bastante más logradas.
Apartamento 16 (Minotauro, 2011)
Apartment 16 (2010)
Traducción: Manuel Mata
Rústica. 408pp.
Ficha en la web de La tercera fundación