En un “qué hubiera sido y no fue” aplicado a la traducción de fantasía y ciencia ficción durante el boom de la primera década del siglo, alguna vez me he preguntado qué hubiera ocurrido si Carbono alterado, además de una traducción a la altura del contenido, hubiera funcionado comercialmente hasta ver sus dos continuaciones publicadas en Minotauro. Seguramente también hubieran terminado en los cajones de saldos de El Corte Inglés, pero con un número de lectores mayor de los que a la postre han tenido, incluso con el viento a favor de su adaptación al formato serie.
Las ventas de Carbono modificado debieron ser interesantes (hubo una reimpresión en tapa blanda y una reedición en tapa dura). Sin embargo, Ángeles rotos y, sobremanera, Furias desatadas han pasado sin pena ni gloria por las librerías y la fandomsfera, fruto de los vaivenes de Gigamesh durante sus últimos años como editorial. Algo lastimoso en Ángeles rotos. Como dejé por escrito en su introducción, una de las novelas bélicas más memorables de la historia de la ciencia ficción, superior a otras que han gozado del favor del público caso de La vieja guardia. Además es una pirotécnica historia de artefacto que se ajusta a los temas recurrentes de la serie, sobre todo ese giro alrededor de las relaciones de poder en el capitalismo tardío y las secuelas de la neocolonización. Furias desatadas me parece arena de otro costal.
Lejos de apuntar en una nueva dirección, la tercera y última novela protagonizada por Takeshi Kovacs es una criatura de Frankenstein cosida con remedos de Carbono modificado y Ángeles rotos, sin apenas cultivar nuevas vertientes. Aunque Richard Morgan sí hace una siembra. El regreso de Takeshi Kovacs a su planeta de nacimiento implica un reencuentro consigo mismo y sus circunstancias a niveles no vistos. Sus recuerdos de una dura infancia, los padecimientos de un amor perdido de manera trágica, volver a cruzarse con sus antiguos compañeros entre los enviados, sumirse en las ascuas de la rebelión quellista… Todo esto se lleva de manera tan desequilibrada, y tiene una importancia tan nimia más allá de la epidermis, que la narración colapsa bajo el peso de un porrón de páginas que no conducen a ningún sitio provechoso más que los puntuales fogonazos de rabia del complejo Kovacs/Morgan.
La ausencia de armonía en la secuencia empieza a mostrar su patita en una primera parte de Furias desatadas donde se encadena la agitación del avispero. La cruzada de Kovacs contra los sacerdotes de Los caballeros de la Nueva Revelación, una religión que se abre camino en el mundo de Harlan y ve el enfundando como un acto demoniaco, le pone en contacto primero con la yakuza y después con un grupo de descom; mercenarios que se dedican a limpiar la zona No Despejada de minmil; máquinas con IA, vestigio de la lucha por aplastar la revuelta Quellista.
Todo sale mal en esa cadena de acontecimientos. Además de terminar en busca y captura por la yakuza, durante una acción para terminar con la minmil ocurre algo que lleva a la líder de los mercenarios, Sylvie, a manifestarse como Quellcrist Falconer. La líder de la revolución contra la casta que gobernaba y gobierna Harlan fue supuestamente desintegrada unos siglos antes por uno de los orbitales alienígenas que rodean el planeta (y volatilizan cualquier artefacto que vuela por encima de 400 metros). Está por ver que sea ella o algún tipo de artimaña ideada por las grandes familias para desactivar a la líder.
El tema se lía más. Una versión más joven de Kovacs ha sido reenfundado y se/le persigue con saña. Se manifiestan las ascuas de la revolución quellista, entre las cuales hay antiguos compañeros de armas de Falconer. Aparece la mítica Virginia Vidaura, la persona que entrenó a Kovacs como Emisario…
Hasta cien páginas antes del final, Furias desatadas es una rueda de encuentros y reencuentros que devora cualquier desarrollo aparejado a los sentimientos que remueven o las revelaciones que algunos traen consigo. Cualquier esquema narrativo, los intentos de trabajar el escenario, los temas que salen a colación, apenas se vislumbran entre la suma de personajes y situaciones que Morgan pone en circulación. Una maraña desplegada con torpeza.
Para muestra el botón de todo lo que rodea a los orbitales (tema fundamental que aparece desde prácticamente el comienzo) y la desaparición de los marcianos. Los motivos que apunta Morgan en las últimas páginas podrían establecer un diálogo con el asunto de las pilas corticales y sus efectos; esa exploración de la inmortalidad, las nuevas formas de dominación y el peso del propio pasado en nuestras vidas presentes. Hay algo de horror, de vernos minúsculos ante la inmensidad de un cosmos insensible a nuestros deseos, en lo que cuenta. Sin embargo, esta cuestión se trata desde la más absoluta superficialidad, arrinconada tras la acumulación de cierres de un final en lo que parece una necesidad de dar carpetazo al universo Kovacs. Una ensalada de tiroteos, uso de diferentes tecnologías, juegos de espejos en la lealtad… que, todo hay que decirlo, rescatan Furias desatadas del sopor de esa nueva presentación de personajes, lugares y situaciones que acontece cada 50 páginas.
A estas alturas, es ingenuo por mi parte pretender ver alguna transformación de Kovacs mediante sus vínculos emocionales, sexuales, de camaradería. Pero sí algo de sugerencia en la crítica a la descolonización, el neocolonialismo o las religiones monoteístas en que se convierte el viaje de un lado a otro del planeta, más allá de inyectar nuevos chutes de rabia y fuego a un protagonista que no anda necesitado de ellos.
Lean Carbono modificado y Ángeles rotos. Y solo si son muy fans muy fans muy fans, hagan lo mismo con Furias desatadas. Por cierto, en una edición en tapa dura incómoda de leer. Las 800 páginas ponen a prueba la fortaleza del complejo brazo/mano, y el estrecho margen interior hace que leer la última palabra de cada línea resulte complicado, obligando a forzar mucho la apertura; algo mejor resuelto por la competencia (Alamut y los libros de Tchaikovsky; Alianza y los de Liu). Dado el triste destino de la santa casa, clausurada en silencio en una de las clásicas espantadas de la vida pública de Alejo Cuervo, este ejemplar queda como una lápida impropia de una empresa que tanto nos ofreció durante dos décadas de publicaciones y tanto cuidó el formato… en la mayor parte de casos.
Furias desatadas (Gigamesh, Gigamesh ficción nº75 2022)
Woken Furies (2005)
Traducción: Andrea Montero Cusset
Tapa dura. 816pp.
Ficha en la web de La tercera fundación