En ese contienda cultural permanente en que han devenido las redes sociales, el cuestionamiento del racismo inherente en gran parte de la sociedad es continuo. Si llevamos el tema al ombligo del mundo, incluye sin sentidos como la negación de la propia construcción del tejido social donde, por ejemplo, la integración se hace imposible por motivos de diversa índole, caso la evolución de la estructura de las ciudades o la zonificación de los barrios residenciales. En el campo de la cf, la fantasía y el terror hay muchos escritores cuyas ficciones se cimentan en parte en sus vivencias de este problema. Octavia Butler, Nalo Hopkinson, Nnedi Okorafor, Stephen Graham Jones, P. Djèlí Clark… Nana Kwame Adjei-Brenyah es uno de los más recientes en sumarse a esta lista.
Friday Black, su libro de presentación, era una colección irregular con tres o cuatro relatos magníficos que ponían pie en pared. Con aspereza, plasmaban el racismo, el clasismo, la crueldad que padecían o acometían los personajes a la vez que se mostraban clarividentes en el uso de las herramientas de la ciencia ficción. La Liga de los presos, su esperada primera novela, progresa en esa línea y se ha vuelto a ganar su eco fuera de los muros del fandom; fue finalista del National Book Award al mejor libro de ficción de 2023. Una elección que enfatiza su importancia a tenor de la competencia en un terreno de juego tan extenso.
Su título en castellano no alcanza a transmitir la fuerza y la polisemia de su edición original: Chain-Gang All-Stars; aunque su traductor, Miguel Sanz, trabaja por conseguirlo. Para hacerse una idea rápida, esa Liga de los presos a la cual hace referencia es una elaboración de las peleas de UFC o la WWE si fueran gestionadas por ejecutivos de la NBA tras un acuerdo con la patronal de prisiones para llevarlas hasta el extremo del espectáculo de gladiadores. Es decir, duelos a muerte entre presos en combates por parejas, en dos grandes grupos y, sobre todo, uno contra uno. Con una parafernalia a su alrededor que ha convertido el fenómeno en el mayor evento audiovisual del país, con los supervivientes catapultados al estado de estrellas transmedia.
Adjei-Brenyah no deja dudas del tipo de Juegos del hambre que plantea: una entrega única que funciona como panóptico de este acontecimiento definitivo. Hay capítulos en los que una serie de personajes muestran la faceta corporativa del EPAC (Entretenimiento Penitenciario de Acción Criminal); otros con la recepción por unos fans y su devoción (u odio) hacia los presos, una réplica de los aficionados más entregados a cualquier deporte de masas; hay pasajes centrados en la reacción de movimientos civiles de oposición ante las vulneraciones de derechos constantes sobre las que se sostiene; incluso se acerca a la percepción de los familiares que asisten al espectáculo, acongojados. Pero, sobre todo, se aborda el día a día de los protagonistas de este inmenso circo mediático a través de dos astros del EPAC, Loretta Thurwar y Hamara Staxxx, y un recién llegado (este último en pasajes en primera persona). A través suyo se introducen las dinámicas dentro de las Cadenas (en español nos referimos a ese término como cuerdas, pero de haberlo usado se perdería el juego constante con este instrumento) a las cuales pertenecen: el vínculo entre las personas en esa organización (los Eslabones) y las relaciones de poder; los aprendizajes de los nuevos Eslabones; el día a día mientras se preparan para el siguiente combate; los abusos por parte de sus carceleros; su existencia casi expuesta por completo, con nimios espacios para la intimidad…
Hay mucho de albañilería de mundos en este tratamiento, con abundantes notas al pie que abundan en el entramado legal que lo ha permitido, el conjunto de organizaciones que lo regenta, diferentes medidores sociales… Pero en La liga de los presos hay más que construcción de escenario. Thurwar y Staxxx mantienen una relación donde lo sentimental queda integrado en un pasado trágico, los crímenes que cometieron y les llevaron hasta el EPAC, su ascenso en un sistema engrasado para mantener la expectación, sus vínculos con otros miembros de su Cadena y los mecanismos que introducen para hacer más soportable un modo de vida hostil. Esta faceta humana es uno de los puntos donde mejor se aprecian las inquietudes de Adjei-Brenyah.
Nunca se pierde de vista por qué Thurwar y Staxxx terminaron en prisión, y participan sin remordimiento de una sentencia de muerte en diferido, lista para ejecutarse el día que sean menos hábiles que sus contendientes y dejen de matar para ganarse la vida. Pero también son personas sensibles que lidian con la deshumanización a la que son arrojadas. Entre los atropellos, la disciplina espartana, los cambios de las normas sin previo aviso, la brutalidad, encuentran espacio para la ternura, las confidencias, los silencios, el temor a la pérdida y una búsqueda para crear una comunidad sana en el ambiente más tóxico imaginable. Mientras, en cada pasaje fuera de la Cadena Adjei-Brenyah abunda en cómo funcionan los procesos de embrutecimiento colectivo y la consiguiente pérdida de capacidad para la empatía. Un gigantesco pan y circo que se macera y mantiene gracias a la falta de equidad y un presentismo que ahonda el individualismo y aniquila cualquier idea de futuro.
Estos mensajes llegan altos y claros a pesar de las dificultades que presenta La Liga de los presos, aquejada de una construcción fragmentaria. De hecho las primeras doscientas páginas se asemejan a una metralleta. Arrojan al lector una serie de escenas sobre las que cuesta ver un atisbo de argumento más allá de transmitir el mundo en el cual suceden. Sí, hay un misterio (la muerte en extrañas circunstancias de Atardecer, anterior líder de la Cadena), pero tarda en atisbarse una progresión hacia un clímax. Aunque lo hay. Tampoco se articula la presencia de unas némesis de las protagonistas más allá de ellas mismas hasta el tercer y último acto. Se siente un vacío que mina cualquier posible tensión argumental. La propia cimentación del mundo se siente demasiado seria frente a su locura, con esas notas al pie más propias del BOE y el artículo más aburrido de El País, sin entrar en el juego que podrían haber dado con un poco de espíritu lúdico. Asimismo, existen algunos pasajes sin los cuales podía haber pasado (los corporativos), mientras que otros se muestran muy instrumentales, destinados a orientar una trama cuya levísima estructuración y una cierta reiteración abunda en el caos de la experiencia compartida. La interpretación de la realidad necesita de detenerse a pensar en el sinsentido de un sistema que no permite esas pausas y cuya fractalidad complejiza esa reflexión.
Mi mención previa a Los juegos del hambre no era casual. En su construcción y su resolución final Adjei-Brenyah plantea una alternativa al espectáculo de entretenimiento de Suzanne Collins como reflejo de una sociedad dañada. El compromiso de clase que articula La Liga de los presos abre espacios para la utopía incluso en la continua derrota en la que viven sus personajes. Se saben condenados a las consecuencias de elecciones que pudieron no ser tales y, ahora, en el centro de un circo de tres pistas, se resisten a ceder sus últimas parcelas de humanidad. Entre la violencia y el conformismo luchan por crear nuevos entornos seguros en la esperanza de que el círculo se romperá. Algo en lo que abunda un desenlace amargo que no pierde de vista lo que es en todo momento el libro: un relato de una Cadena entre las temporadas trigésimo segunda y trigésimo tercera de un espectáculo imparable. En este pragmatismo es donde La Liga de los presos ha terminado de ganarme tras los tropezones en esos excesos de primera novela de un cuentista que sabe ficcionalizar las preocupaciones de una comunidad, demasiadas veces convertida en cajón de sastre de historias que simplifican vivencias hasta convertirlas en bosquejos grotescos.
La Liga de los presos, de Nana Kwame Adjei-Brenyah (Nocturna Ediciones, 2024)
Chain Gang All-Stars (2023)
Trad. Miguel Sanz Jiménez
488 pp. Rústica. 21,95€
Ficha en la web de la editorial