La noche de la esvástica, de Katharine Burdekin

La noche de la esvásticaCreo recordar que la primera vez que supe de Burdekin fue en uno de esos pequeños artículos con que se cierran los números de F&SF, “Curiosities”. La sección suele hacer especial hincapié en aportaciones tempranas de mujeres al género, que fueron por cierto más numerosas de lo que se piensa en el periodo inicial de los años treinta, aunque sólo C.L. Moore tuviera continuidad. Más tarde, me llamó la atención que este libro fuera rescatado por Gollancz en su colección Masterworks, y aunque no lo compré, si me quedé con la copla y no dudé cuando supe (tarde) de su versión al castellano por parte de Rayo Verde (precedida unos meses, por cierto, de otra en catalán).

Buscando alguna documentación al respecto, he encontrado unos cuantos ditirambos que llegan a reclamar para La noche de la esvástica un lugar en la trilogía de las grandes distopías clásicas, junto a Nosotros de Zamiatin, Un mundo feliz de Huxley y 1984 de Orwell. Escrita en 1937, cuando la II Guerra Mundial era una amenaza pero no una certeza, y cuando cualquier progresista despierto/a tenía razones para temer a la Alemania nazi pese al clima de cierta tolerancia existente en buena parte de la sociedad europea, es un logro notable en unos cuantos sentidos. El que se cita más veces es su feminismo, no sólo adelantado a su tiempo sino bastante crudo, pero hay otros.

Si bien, antes que nada, vamos a ser justos para eludir exageraciones o alarmas injus-tificadas: este es un libro bastante interesante, pero es una mala novela, cosa que las otras tres clásicas no son, y ese es el resumen de lo que vendré a escribir. La noche de la esvástica interesará mucho a lectores atraídos por la temática, por la historia del género, y por algunas cosas más, pero es una narración torpona, que posiblemente no ha sido muy considerada hasta hoy porque su lectura se hace pesada, antes que por una posible marginación hacia la autora (de hecho, se publicó con el seudónimo masculino Murray Constantine, no desvelado hasta décadas después).

Tras un capítulo inicial que pone los dientes largos, presentando con trazos siniestros un mundo futuro en el que los nazis se han repartido el planeta con el Imperio Japonés mediante dos sucesivas reuniones religiosas para hombres y mujeres, no volverá a haber acción propiamente dicha (y eso considerando como «acción» nada menos que una especie de misa) hasta el capítulo final. Hay más de 200 páginas entre medias en las que sólo hay charlas, más monólogos que diálogos, por parte de distintos personajes que creen saber lo que ocurrió en el pasado remoto hasta desembocar en la sociedad de su presente ficticio.

Katherine BurdekinEs interesante, insisto, que «creen» saber, uno de los aciertos de la autora. En lo que los supuestos sabios de turno nos relatan en sus interminables peroratas, hay tanto verdades del presente de Burdekin como fantasías, elucubraciones sobre hechos posteriores o previos, una mezcolanza intencional que da mucho sabor al tapiz presentado por Burdekin y que anticipa un modo narrativo que luego Gene Wolfe llevó a su perfección. Es una lástima que esas ideas lleguen casi siempre en crudo, en esas interminables turras de párrafos y párrafos, sin ningún tipo de elemento narrativo que las justifique más allá de la presencia de uno de los protagonistas.

La tenue trama recoge la amistad de Alfred, un inglés (y, por tanto, habitante del Reich de segunda clase, aunque los hay de tercera y cuarta), y Hermann, un ario analfabeto dedicado a la agricultura, nazi de condición en el contexto de la historia, que estuvo destinado un tiempo en Inglaterra. Ambos entablaron una amistad cuya verdadera naturaleza no queda del todo clara, aunque parece que se echan mucho de menos, pero mucho. Alfred consigue años después de su relación un viaje de un mes para conocer los lugares sagrados de Alemania, se pasa a ver a Hermann, y termina entrando en contacto con un miembro destacado de la oligarquía (un Caballero) que resultará ser poseedor de un manuscrito único. Lo escribió un antecesor suyo, que quiso conservar el recuerdo de hechos del pasado ante la prohibición en todo el territorio alemán de cualquier escrito que no sea la Biblia Hitleriana o manuales técnicos. Ese texto, escrito ya décadas después de que se produjera la guerra que llevó a que Alemania dominara todo un hemisferio, arroja luz sobre parte de la situación pero confunde hechos con leyendas. La trama en sí no tiene mucho más, salvo que en un momento posterior será otro personaje el que pegará la chapa explicativa interminable en lugar del oligarca Von Hess.

Este resumen nos permite apuntar uno de los primeros elementos en los que Burdekin se hace fuerte, y que dan a la novela si no la etiqueta de clásico sí al menos la de obra relevante. Dentro de ese análisis que hoy puede juzgarse como bastante certero sobre lo que supondría un gobierno nazi, el estado alemán está especialmente obsesionado en que no se conozca el pasado: borrar la memoria de cómo era la vida antes es prioritario para garantizar la idea de una Alemania siempre victoriosa, convertida en una sociedad perfecta al desconocerse alternativas. Son conceptos que luego han sido tratados en numerosas ocasiones por la cf, hasta llegar hoy a los bien conocidos problemas de la derecha española con la memoria histórica, pero Burdekin los maneja con propósitos prospectivos de forma muy temprana.

La cantidad de aciertos que la autora acumula en esta dirección es notable a lo largo del libro. Sin duda, como ya adelanté, el principal gira en torno a sus inquietudes feministas, que son la temática más destacada en el poderoso primer capítulo. Burdekin habla específicamente de la anulación para ellas del «derecho a rechazar», por lo que deben aceptar cualquier propuesta por parte de los hombres. Pero ese no es más que un aspecto entre muchos, aunque llame hoy la atención por los ecos que despierta un recorte de derechos específico respecto a las decisiones de las mujeres. En general, en el escenario presentado son tratadas como subhumanas por los nazis, en una reclusión que va mucho más lejos de lo que casi cualquier obra posterior se haya atrevido a retratar: viviendo hacinadas al margen de la sociedad, con el pelo rapado, reprobadas en el caso de tener inútiles hijas, sin posibilidad (ni capacidad, tras siglos de maltrato) de hacer absolutamente nada más que parir y vegetar, eternamente disponibles para los hombres sin dejar de ser menospreciadas por ellos como un mal menor necesario para la reproducción.

La nit de l'esvàsticaEl elemento clave de esta situación es que Burdekin viene a sugerir que es un proceso casi inevitable cuando el gobierno está el suficiente tiempo en manos de la extrema derecha. El continuo menosprecio al otro sexo termina por ahondarse más y más, es consustancial a esa ideología, tanto por sus valores obviamente machirulescos como porque resulta también una forma útil de alimentar la sensación de superioridad de la población masculina, para que se olvide del evidente problema del clasismo en esa sociedad fraccionada en compartimentos estancos. Hay otros grupos marginados (los no alemanes y los cristianos, en particular), pero la condición embrutecida de las mujeres es completamente inhumana.

Algo que llama la atención es que, además, la marginación es aceptada por todos esos grupos. Cuando el que pega la charla es un cristiano, acepta como válido un grado de sometimiento femenino que nos remite a ideas verdaderamente sectarias. El padecimiento de las mujeres, aunque sistematizado a nivel industrial por los nazis, existe también en las otras comunidades. La homosexualidad, ante esta fobia hacia las mujeres, está permitida, aunque no queda claro hasta qué punto: la propia relación entre los dos protagonistas parece muy estrecha para ser sólo amistad, aunque no se dan más detalles.

Burdekin menciona de pasada el problema judío como algo que los nazis solventaron siglos atrás, sin imaginar detalles, y presenta a los cristianos como una mayoría demasiado amplia para ser exterminada, y útiles para determinadas tareas que los nazis consideran demasiado innobles. Sin embargo, el global del pueblo alemán parece ser como Hermann: embrutecido, dedicado a tareas básicas disfrazadas de cierto aire pastoril al servicio de la elite ociosa, defensor del régimen de manera totalmente irracional, desconocedor de la posibilidad de vivir mejor. Una vez más, suena des-afortunadamente familiar. Pero es una lástima que Burdekin no lo utilice para estructurar un relato como tal como harían más adelante Sarban o Dick.

Me resulta tan difícil recomendar este libro como no hacerlo. Desde luego, felicito a la editorial (y unos meses antes como decía a la catalana Duna Llibres) por la iniciativa de repescarla, ante el olvido que sufrió durante años. Es un volumen que necesita estar presente entre los lectores adecuados (los curiosos por la temática distópica, por su inserción en la historia del género, por la evolución del feminismo en la literatura), pero que se puede atragantar a quienes simplemente busquen una novela. En ese sentido, creo que merece más un lugar al lado de otros autores recordados sobre todo dentro de la cf y también un tanto discursivos (el ejemplo más obvio es su contemporáneo Olaf Stapledon) que al lado Huxley, Orwell y Zamiatin.

La noche de la esvástica, de Katharine Burdekin (Rayo verde, col. Rayos globulares, 2023)
Swastika Night (1937)
Traducción de Xavier Caixal i Baldrich
320pp. Rústica. 22,9 €
Ficha en la web de la editorial

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.