…la sensación de certeza se vació de nuestras vidas
Barry N. Malzberg
Una novela corta, de apenas 126 páginas, deprimente y desoladora, de un autor que cuesta de ver en las librerías y del que no se habla mucho: eso es, entre otras cosas, Guernica Night. Barry Malzberg, que es un extraordinario prosista –pero extraordinario de verdad, como Avram Davidson– de frase larga y atrevida, perentoria y sinuosa, nos lleva a un mundo resquebrajado en el que no hay tanto sociedades tal como las entendemos nosotros sino grupúsculos de gente más o menos relacionada, y, sobre todo (y por encima de ellos), un gobierno o una especie de gobierno que quiere dominarlo todo.
Sorprenden, ya desde el principio, las descarnadas, frías escenas de sexo en esta historia de soledad. Es una buena representación de sus existencias en ese mundo. (Por su ternura les conoceremos, podríamos decir). El narrador vive en un cubículo de cuyas dimensiones no aporta datos específicos, quizá por vergüenza, y es ahí, en las noches maldormidas, donde recibe las visitas de muertos ilustres, imaginados o no, haciendo de su vida una amalgama de planos de existencia que se confunden entre sí. De ese torbellino surge el narrador.
En ese mundo está el transportador, invento del futuro que, un poco a la manera del teletransportador de Star Trek, permite a la gente ir de un sitio a otro del planeta en unos instantes, con la diferencia de que se explicita aquí que el abuso de este medio de transporte es un peligro para la salud. Para el narrador en primera persona, que, como veremos, no es necesariamente el protagonista, es una evasión y una liberación. Cuando consigue habar con Cage, el inventor del aparato que lo ve como algo entretenido y hasta cierto punto pensado para el ocio y nada más, le plantea una pregunta que es una pregunta también para nosotros, los que leemos, y para entender quizá el porqué de tantas frustraciones, de tantas decepciones en nuestras expectativas en la vida: ¿acaso vivimos en un mundo vaciado de eventos? Claro, no a gran escala porque seguimos cumpliendo con el prontuario autoimpuesto de guerras y genocidios, pero a escala individual, en el ámbito de nuestro día a día, sí. Todo está vacío.
El protagonista acude a sesiones de terapia porque lo que asola al mundo no es un virus ni otra especie invasora sino el suicidio. Este narrador de la primera parte quiere evitar que un compañero de terapia se suicide. Lo que en la jerga (de la novela) se llama ir al ‘Final Trip’, al viaje final del que no se vuelve. Eufemismo glorificador incentivado por el poder, como veremos más adelante en la lectura. En la segunda parte de la novela vemos que quien habla no es el que creíamos, en un gesto no sólo atrevido y fascinante sino enriquecedor: vemos lo mucho más desolador que es el mundo y la poca esperanza que hay con ese cambio de enfoque y de expectativa. En esta segunda parte también vemos que el ahora segundo narrador, que es el que de verdad hablaba en la primera parte aunque camuflado por otra identidad (todo esto es menos confuso en la novela), tiene que enfrentarse a las estructuras de poder que fomentan el suicidio, y ve que ya les interesa que se diezme así la población mundial. Que no hay reparo en que esto sea imparable.
Y en el último tercio, más o menos el último tercio del libro, ocurre algo interesante: el autor introduce la autoficción pero no como gesto ni pirotecnia llamativa sino por culpa. La del autor que firma con su nombre, su inicial abreviada y su apellido malzbergiano y que siente la muerte de su amigo y se enfada por las circunstancias que le llevaron a unos últimos años de crudeza insoportable.
A todo esto hay que añadir un imaginario de ciudades en ruinas que sólo aparece, como tristes chispazos, esbozado a lo lejos. A Malzberg le interesa más el lenguaje, las ideas, la constatación de la desesperanza en que estamos inmersos que el zigzagueo de la historia. El narrador vive también visitado por figuras históricas muertas, reales e imaginadas, como decía, sin que él sepa ni sepamos nosotros si son proyecciones, alucinaciones, o presencias reales, y la cosa es que la realidad y la muerte se hibridan en la historia.
Y lo metaficcional no está ahí porque sí: es porque nos cuenta, es para que nos demos cuenta, de que lo escrito hasta ahora era una elegía personal al amigo muerto. El impacto de la segunda parte con respecto a la primera se multiplica en el salto que hay de la segunda a la tercera, concisa y directa: el autor se deja de hostias y te habla de culpa por no poder ayudar al amigo, quizá por no saber cómo. Sin el filtro de la ficción ni los tropos literarios.
Así como en la histórica noche de Guernica el poder y la autoridad –el poder de la autoridad– masacraron a tantos civiles inocentes en la guerra civil española, en la novela se dirigen bien los dardos y se ve cómo, estructurado de otra manera, sigue el poder masacrando civiles inocentes igual que aquella noche. Y Malzberg alarga esa noche hasta el futuro con la certeza de que nada cambia nunca.
Guernica Night, de Barry Malzberg
New English Library, 1979
127 pp. Tapa dura
Ficha en la isfdb