Leí Visión ciega por primera vez hace ya un par de años, recuerdo que no me acabó de convencer, ni creí haberla entendido del todo, pero aquel endemoniado tren de la bruja continuó traqueteando por mi cabecita hueca desde entonces precisamente por eso; porque son las cosas que no acabo de entender a las que más vueltas le doy. Así que decidí acometer una nueva relectura de la novela, era evidente que algo se me había pasado por alto. Pero como no sabía donde había puesto mi ejemplar de Bibliópolis, acudí a la página web de Peter Watts, que es tan majete que ha puesto a nuestra disposición Blindsight (entre otras obras) para su descarga en diversos formatos. Y tras la relectura, me di cuenta de que lo que había ocurrido es que mi subconsciente supo reconocer lo que mi yo consciente se negaba a aceptar; Blindsight era una de las mejores novelas de cf que había leído en mi vida. Por lo tanto, con la falta de coherencia que me caracteriza, intentaré explicar torpemente porqué.
Setenta años en el futuro, la humanidad, adormilada por sueños virtuales, recibe la visita de las Luciérnagas, miles de sondas que nos hacen una foto y envían la instantánea al facebook galáctico. Como respuesta se construye la nave Teseo destinada a seguir la pista de la señal enviada por las Luciérnagas, tripulada con lo mejor que la manipulación genética puede comprar. Un vampiro, Sarasti, jefe de la expedición, representante de una raza predadora que convivió brevemente con el ser humano hace miles de años, extinguido por un defecto de vista y resucitado de casualidad gracias a la ingeniería genética. Szpindel, un biólogo cyborg atiborrado de conexiones con las que se integra con todo tipo de máquinas. Susan James, una especialista en lenguaje que, gracias a una operación, comparte su cerebro con cuatro entidades más. Bates, militar, un cyborg de carbono y acero capaz de controlar a sus soldados robóticos con la mente y Siri, el narrador de la historia, quien sufrió la extracción del lóbulo derecho de su cerebro durante su infancia, lo que eliminó sus ataques de epilepsia, pero se arrebató su capacidad de empatía. Lo que le convierte en el observador perfecto, capaz de convertir la inescrutable jerga científica con la que se expresan sus compañeros en un lenguaje comprensible para Control en la Tierra. Es el elemento externo, el comisario político, incapaz de ponerse en el lugar de los demás, que tiene que tirar de su biblioteca de respuestas emocionales para ofrecer la adecuada. Este improbable gabinete de crisis, supervisado por una IA inescrutable, se acaba topando con Rorschach, el artefacto alienígena responsable de todo el lío, el clásico big dumb object, sobre el que la tripulación va arrojando sus teorías, un espejo negro que únicamente devuelve la imagen de los seres humanos que se asoman a él. Vamos, lo que viene siendo una historia solárica de primer contacto, sólo que, en el fondo, Blindsight no es una novela de primer contacto, es una novela sobre la relación entre el consciente, el inconsciente y la inteligencia que toma forma de historia de primer contacto.
Una de las claves de Blindsight no es sólo lo que cuenta (que sí, que es lo fundamental), sino, llévense las manos a la cabeza que hablamos de un autor de ciencia ficción dura que no distingue una metonimia de una castaña, cómo se cuenta. La estructura de la novela está calibrada de forma que produzca el mayor impacto posible. Una primera parte donde se establece la dinámica de la tripulación y se acumulan ideas y conceptos sobre biología, comportamiento, lenguaje y contacto alienígena. Es como si se estuviese cargando un cañón de partículas, alimentado por la gélida prosa de Watts, que ronroneara esperando ser disparado. Y llega la primera la conversación con los alienígenas, uno de los momentos más estremecedores que he leído en literatura de ciencia ficción, en el que el tono opresivo, presente desde un principio, se eleva hasta niveles enfermizos. Vamos que acojona un güebo y ahí, casi sin respiro, el primer descenso a Rorschach.
A partir de ese primer descenso, los conceptos y situaciones que han alimentado la novela alcanzan el punto de masa crítica y toda la energía conceptual se transforma en energía argumental, en un cebollón de acontecimientos, de información y teorías, de revelaciones cada vez más inquietantes, de actos de violencia por parte de los humanos y alienígenas, de recoger la mandíbula del suelo cada dos por tres. Una espiral que asciende hasta la cruda revelación final, ¿y si la inteligencia no necesitara de la consciencia, si esa consciencia del yo de la que estamos tan orgullosos, que siempre nos hemos emperrado en celebrar en la realidad y la ficción, no fuese más que un estorbo, una anomalía única en el universo? Una anomalía, además, condenada a la extinción, frente a la inteligencia no consciente, como la de Sarasti o los alienígenas de Rorschach, más precisa, más rápida, más efectiva, más eficaz. Además, la mente consciente no ve la realidad, simplemente vivimos una simulación, una interpretación de la misma, el cerebro nos engaña continuamente, deja fuera todo lo que no puede ser. En una de las muchas referencias cruzadas de la novela, de las relaciones temáticas paralelas que aparecen en ella, aprendemos que el papel de narrador objetivo de Siri es una ilusión, la consciencia excluye la objetividad. No podemos saber si Siri dice la verdad, no podemos confiar en él. Ni en Watts, ni siquiera en nosotros mismos. Sólo podemos imaginarlo.
Y sí, es una novela a la que se le pueden poner muchas pegas. Quizá la literatura cruje bajo el peso de las teorías científicas y reconozco que, por falta de suficiente formación, he tenido que consultar en internet más de una vez. Pero al menos, en el aspecto científico, Watts es honesto; todas las teorías que aparecen en la novela tienen una base, explicada en el imprescindible epílogo. O que aparece un personaje vampírico muy bien construido pero difícil de disociar de la imagen más folclórica del mito, quizá si fuese un homínido caníbal especialmente agresivo, la cosa hubiera sido más políticocientíficamente correcta. O que los personajes son una pandilla de tipos raros con los que es muy difícil, por no decir imposible, empatizar (¿a estas alturas todavía tenemos que empatizar con los personajes para que la novela sea válida?, ¡que son personajes transhumanos del futuro!). Y definitivamente sí, es difícil de leer, pero esta es una novela para crecer como lector. Porque de eso se trata, después de la inclemente travesía a la que nos somete Watts ya no quedamos indemnes, de Blindsight se sale boqueando medio asfixiado, pero con la percepción completamente alterada, con una visión nueva sobre nosotros mismos y lo que nos rodea. Esto es ciencia ficción en todo su majestuoso esplendor, esto no es extrapolar a partir del presente, esto no es una novela de aventuras espaciales, esto es tener los arrestos de mirar hacia la ciencia de ahora mismo y escribir sobre nosotros, sobre el ser humano como especie, y nuestro lugar en el universo, sin miedo, sin la necesidad de buscar respuestas reconfortantes, armado únicamente con la inflexible voluntad de hallar la verdad.
¡Bravo! Tocas todos los puntos que hacen de esta novela un clásico moderno imprescindible, y que vienen a ser los que cuento sintetizadamente a los lectores que se interesan por ella en la Feria del Libro. Y funciona 🙂
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