La espada rota, de Poul Anderson

La espada rota

La espada rota

Suele esgrimirse como dato de interés al escribir sobre La espada rota –y no del todo inocentemente, quizás– su aparición original el mismo año que La comunidad del Anillo, de J. R. R. Tolkien. Sabida o intuida la relación temática que pudiera haber entre las dos, al ser del mismo palo, se establecen inevitablemente las comparaciones. En un lejano 1954 ambas obras, que tienen no pocos puntos en común, aunque han seguido diferentes derroteros del éxito, vieron la luz. Pero dejemos eso para más adelante…

La espada rota narra la historia de Skafloc, un humano raptado en su lecho infantil por Imric, Conde de los Elfos, y sustituido por una criatura feérica que, con el tiempo, traerá la desgracia a la existencia del progenitor humano, Orm el Fuerte, y los suyos. Es la doble historia, por tanto, de Skafloc, campeón de Alfheim, y su sombra bersekr, Valgard. También es el resumen del choque entre el mundo «real» –si así puede definirse– y la dimensión feérica que corre paralela a ese mundo. Y, en una más atenta lectura, incluso el del enfrentamiento entre las mitologías nórdica y céltica con el cristianismo. No es la historia, en todo caso, de esa espada rota del título, Tyrfing, que como buen acero maldito/encantado sólo hace acto de presencia para imponer su sangrienta voluntad.

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Conan de Cimmeria, de Robert E. Howard

Conan de Cimmeria

Conan de Cimmeria

¿QUIÉN es Conan? ¿QUÉ es Conan? Nos encontramos con que, ya en pleno 2007, un personaje de fantasía heroica creado en el año 1932 para una revista de aventuras pulp se ha establecido, sobre todo, como un icono popular de referencias tebeísticas y cinematográficas. Un personaje estereotipado que casi todo el mundo sabe nombrar o ha oído nombrar alguna vez. Pero, ¿se conoce realmente a Conan el ladrón, al rey, al amante, al asesino…? Para miles de personas, Conan es el de los cómics; para otros centenares de miles más, el del cine. Ambos el mismo y ambos diferentes. Esta popularización ha hecho mucho por implantar una imagen definida del bárbaro entre el público general, pero ha dejado en la sombra otro Conan; el primero, el Conan de los relatos que originalmente concibió su creador, el joven Robert E. Howard.

Tras anteriores ediciones del material literario debidas a Bruguera, Forum y Martínez Roca, donde lo escrito por Howard se complementa y remezcla con aportaciones de continuadores de su obra, Timun Mas coge el relevo y vuelve a los orígenes de la fantasía heroica para deleitar al lector con una edición que pretende ser a todas luces la definitiva: recopilación cronológica de todo el material genuinamente howardiano en formato de lujo cuidadísimo y repleto de detalles. Un gozo, en definitiva, para el lector dispuesto a invertir un dinero en semejante delicattessen. Conan de Cimmeria recoge en este volumen I un poema, trece cuentos y variados textos complementarios: sinopsis, borradores y primeras versiones que salieron de la mano de Howard y han sido convenientemente recuperadas para la ocasión. Un menú de lo más exquisito que –sin querer desmerecer algunas de las aportaciones posteriores– podremos disfrutar como es de rigor.

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Grandes minicuentos fantásticos

Grandes minicuentos fantásticos

Grandes minicuentos fantásticos

Ha sido en los últimos tiempos un lugar común, al hablar del microrrelato, destacar su tremendo auge debido, sobre todo, a Internet. Hecho indiscutible aunque engañoso, si tenemos en cuenta que la irrupción de la Red en nuestras vidas ha propiciado ese mismo tremendo auge en casi todas las facetas artísticas contemporáneas. No ha sido, por tanto, único aliado de un género que pudiéramos considerar menor como el que nos ocupa. Ese tipo de justificación innecesaria pareciera querer convencernos de la reciente invención del microrrelato y su tipificación como literatura de andar por casa o –menos sutilmente– de usar y tirar. El fast food autoral. Nada más lejos de la realidad, evidentemente. Ediciones como esta de Alfaguara son el ejemplo perfecto para desmontar la teoría que sin real conocimiento de causa se ha extendido popularmente.

Merece la pena dar cuenta aquí de parte de la nota previa que abre el volumen: «este libro solo recoge minicuentos o microrrelatos, esto es, cuentos muy breves y hasta brevísimos, con menos de quinientas palabras, occidentales y de tradición escrita; se han excluido las minificciones orientales, las de tradición popular, así como los extractos de obras religiosas o mitológicas». ¿Qué debemos entender con esto? Pues la inequívoca característica propia del microrrelato como género, aproximadamente desde el siglo XVIII y principios del XIX, y sin tener en cuenta sus mucho más antiguos precedentes e inspiradores, como el haiku. Así el microrrelato, rescatado de las catacumbas de la literatura en este siglo XXI, comienza a ocupar por fin el puesto que le corresponde.

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Cumbres borrascosas, de Emily Brontë

Cumbres borrascosas

Cumbres borrascosas

Saboreamos ya de sobras el ansiadísimo siglo XXI y resulta que el gótico, lo gótico, está de moda. Scott (Ridley, no Walter) casi nos había convencido de que nuestros utilitarios financiados a tres o cinco años iban a colapsar los cielos, pero nada más lejos de la realidad. Las noches no pertenecen a los replicantes, sino al movimiento gótico. O, por lo menos, a una denominada tribu que opta por una estética decididamente oscura y deudora de otros tiempos, sobre cuya definición suele haber importantes discusiones. Por suerte lo gótico no es terreno exclusivo de vampiros amanerados, chicas pálidas que visten redecillas negras y gatitos que se van al cielo. Por suerte, también, existe Valdemar, y sus responsables han tenido la brillante idea de recuperar en una excelente edición de su Colección Gótica uno de los clásicos menos apreciados y sin embargo más conocidos del género. Esto es, Cumbres Borrascosas. Y si mi apreciación parece un tanto radical, debemos pensar que, a través del cine, de la publicitación y eco que se le ha dado a esta novela desde siempre, se han cargado las tintas en una condición de novela romántica que no ha dejado contrastar el auténtico frenesí (¡sí!) gótico de la obra. No viene nada mal un pequeño resumen del inicio:

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La fiebre del heno, de Stanislaw Lem

La fiebre del heno

La fiebre del heno

Supongo que la literatura es como el queso. Si te gusta mucho lo comerás todos los días y nunca dirás que no a la hora de probar una clase desconocida. Será un placer picar aquí y allá y degustar quesos de diferentes tipos: más fuertes o más suaves, curados, frescos, picantes, salados, azules… Y, después de convertirte en un pequeño entendido y haberlos probado casi todos, habrá dos o tres que sean tus favoritos; aquellos imprescindibles cuya degustación es para ti toda una experiencia. Evidentemente, se trata de una cuestión de gustos, pero la calidad tiene mucho que decir. Siempre.

No todas las obras literarias de este siglo (perdón, del siglo pasado, aún cuesta acostumbrarse) pueden hablar por sí mismas y decirnos que su degustación es toda una experiencia. Continúa siendo una cuestión de gustos –donde tanto se puede discutir– pero sin duda la calidad literaria sigue mandando. La obra del polaco Stanislaw Lem puede calar o no en los gustos personales del lector, pero su calidad queda fuera de toda duda.

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Clase nocturna, de Tom Piccirilli

Clase nocturna

Clase nocturna

Tom Piccirilli debuta en los estantes de las librerías de nuestro país, y el título elegido para este debut es Clase nocturna, novela ganadora del premio Bram Stoker en el pasado 2003. Sin duda el aval de un premio prestigioso resulta muy favorecedor en estos tiempos que corren, sobre todo si el autor es desconocido por estos lares y se intenta introducir su nombre en el circuito de lecturas habituales del aficionado medio al género de terror. Sangre nueva con la que remozar nuestro listado de lecturas. La Factoría de Ideas sabe esto y adorna la atractiva cubierta del libro con grandes letras destacando este hecho. La novedad del autor y la realidad del premio, por tanto, deberían ser razones suficientes para que cualquier aficionado se acerque con esperanzas a la novela.

El tronco argumental (más bien ramita argumental) de la misma es el siguiente. Caleb Prentiss es un estudiante universitario de carácter huraño y disconforme que un mal día descubre que, durante su ausencia, una chica ha sido asesinada dentro de su dormitorio. Las pruebas y vestigios han sido cuidadosamente camuflados por alguien, y parece que nadie es capaz de informarle acerca de lo que ha ocurrido realmente. Una historia subterránea e inquietante se va desarrollando mientras Caleb transita entre colegas atacados de extraños cambios de humor, profesores un tanto desquiciados y una novia bastante huidiza. Además, como no podía ser de otra forma, Caleb intenta averiguar por su cuenta y riesgo quién era exactamente aquella chica asesinada brutalmente en su habitación, de la que nadie parece haber oído hablar.

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