Aterrizaje de emergencia, de Algis Budrys

Aterrizaje de emergencia

Aterrizaje de emergencia

Algis Budrys resulta, para mí, uno de los prototipos de escritor que me interesa. De sólida formación literaria, con una obra crítica valiosa a sus espaldas, las contadas obras suyas que he tenido ocasión de leer aportan casi siempre algo; es más, creo firmemente que tanto El laberinto de la luna como ¿Quién? son dos de las obras modélicas del género. Novelas de cerca de 200 páginas, con comienzo y final, sin posibilidad de continuación, con un excelente diseño de personajes, originalidad en sus contenidos y dosis adecuadas de ritmo.

Me precipité, pues, con buenas ganas sobre este Aterrizaje de emergencia tras veinte años de sequía de publicación de Budrys, desde que Ultramar editara esas dos novelas y también la interesante –aunque peor acabada– Michaelmas. El volumen contiene no sólo la novela que le da título, finalista del Nebula, sino también –para completar un volumen estándar dada su breve extensión– el relato largo “Los silenciosos ojos del tiempo”, finalista del Hugo. En suma, un plato más que tentador. Y admito que precisamente por ello ésta puede ser una de esas reseñas un tanto descorazonadas porque las expectativas, altas, no terminan de cumplirse.

A modo de un reportaje periodístico amplio, mezclando fuentes y cambiando continuamente de narrador, Aterrizaje de emergencia hace un balance de la vida de cuatro extraterrestres tras su llegada a la Tierra, donde viven camuflados durante un par de décadas. Las personalidades de cada uno de ellos están bien dibujadas por Budrys, que se aprovecha para su trazado de la libertad total en el empleo de las voces narrativas –usando la primera persona con cada uno de ellos cuando le conviene– para sus propósitos. Aunque resulte difícil de justificar que se tome ciertas licencias. Por ejemplo, da la vitola de ser imaginarios textos periodísticos a algunos de esos relatos en primera persona que terminan con la muerte del narrador.

Esa estructura original y osada es uno de los puntos fuertes de la novelita, junto a la propia elección de la temática. La ciencia ficción seria ha dado de lado durante décadas las temáticas ufológicas, temerosa de que se le pegara algo del desprestigio social que las acompaña y disgustada siempre por la identificación del gran público entre sus especulaciones y los contenidos habituales del programa de humor Cuarto milenio. Así, no hay una novela de una mínima jerarquía tomándose en serio esta temática en la ciencia ficción desde, quizá, Visitantes milagrosos (1978) de Ian Watson, y en ese sentido Aterrizaje de emergencia acaba por tener algo de novedoso y refrescante.

Algis Budrys

Sin embargo, en esas virtudes están implícitas también las debilidades de la obra. Jugando todo el tiempo con esas técnicas libérrimas que le permitirían llegar tan lejos como quisiera, Budrys no acaba de sacar partido de sus estratagemas en forma de una narración absorbente. Las andanzas de estos extraterrestres de improbable aspecto humanoide son por lo demás tan verosímiles, en suma, que resultan poco interesantes. Los detalles brindados por Budrys para dar cuerpo al argumento, como los problemas sexuales de uno de ellos, no acaban de aportar nada significativo. Además, dada la relación de Budrys con la Dianética –es editor de Writers of the Future, una serie de antologías con el patrocinio de los cienciólogos–, por momentos se hace temer que el autor está construyendo un escenario perfectamente adaptado para justificar la posibilidad de que, efectivamente –y como defiende la cienciología–, los chicos del espacio exterior se hayan dado garbeos entre nosotros, y de paso provocando algunas cosillas como el Watergate.

Un problema aparte es el de la traducción, con frases que resultan chirriantes para el oído del lector español y alguna que otra construcción demasiado literal. Sin embargo, donde el tono se convierte en realmente descorazonador es en el relato adicional “Los silenciosos ojos del tiempo”, sobre el que se me hace difícil emitir una valoración con la versión que se nos ofrece como elemento de juicio. La historia, protagonizada por un anciano personaje –de corte obviamente heinleiniano– al que su antigua empresa pide que resuelva la crisis motivada por un científico heterodoxo que ha descubierto el viaje en el tiempo, no parece de gran interés. Pero tampoco me puedo mojar cuando reconozco que mi vista resbaló en numerosas ocasiones sobre frases que no acababa de entender, o que estaban construidas de forma decididamente extraña.

El balance del libro no es como para dejar de confiar en encontrar obras inéditas en castellano valiosas de Budrys, o como para apartarse de las ediciones realizadas por Cuásar, pero no contribuye al prestigio de ninguno de los dos.

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