Aunque tengo varios de sus libros desde hace años, no había leído ninguna novela de Daniel F. Galouye. Junto a Erik Frank Russell, Murray Leinster o Keith Laumer, un escritor de la vieja guardia de la ciencia ficción norteamericana apenas recordado por un puñado de fans con demasiadas canas en sus cabezas, muchas veces relegado a la condición de “artesano” o la etiqueta “Philip K. Dick de segunda”. Mundo simulado es su novela más conocida, con un cierto prestigio en nuestro país. Entre los 60 y los 70 fue editada al menos dos veces y figura en la lista de las 100 mejores novelas de ciencia ficción que publicó La Factoría hace una década. Además cuenta con una adaptación al cine, Nivel 13, estrenada el mismo año que Matrix y con múltiples elementos en común.
Una vez leída, es fácil entender por qué su última traducción es de hace cuatro décadas. En su interior hay una ciencia ficción añeja, muy alejada de los cánones que han imperado en el género llegado desde EE.UU. Remite a otras historias, anteriores o posteriores, que han trabajado con los mismos ingredientes de una manera más exhaustiva, con menos clichés y más fortuna. Sin embargo Mundo simulado es, también, una serie B perfectamente autoconsciente repleta de ritmo y paranoia.
Tiene su encanto sumergirse en una trama sobre inteligencia artificial y universos virtuales descrita con una tecnología propia de los tiempos de las válvulas de vacío y los relés en la que se plantean situaciones que después hemos podido ver desarrolladas con más profundidad en Ciudad permutación, de Greg Egan. Su argumento gira alrededor del uso de un universo virtual como herramienta de análisis de mercado y búsqueda de tendencias en un futuro en el cual los encuestadores tienen un poder omnímodo. Es inquietante observar cómo, en los trayectos de su narrador por las aceras rodantes de su ciudad (todo es taaaaaaan edad de oro), cualquiera de ellos lo interrumpe para preguntarle sobre el asunto más nimio, amparado por una ley que le fuerza a ser atendido. Un reflejo de la importancia que tienen los sondeos en el día a día de EE.UU. para dirimir hasta el más nimio asunto político, comercial, educativo o cultural. Pero más inquietantes son los usos del universo virtual, el Simulacrón, como manera de manipular la sociedad. Muy en la línea de admonición crítica de autores como Pohl, Kornbluth o Brown, aunque sin esa inconfundible carga humorística que impregnaba sus grandes obras.
Fiel a su leyenda, Galouye se acerca a algunos de los temas más queridos de Philip K. Dick. El narrador se enfrenta al resquebrajamiento de su realidad cotidiana muy en la línea del visto en Tiempo desarticulado, Ojo en el cielo o Ubik. Ahí está la desaparición de un personaje tras mantener una conversación con él, al que nadie más recuerda posteriormente; un papel con una clave imprescindible para entender el gran misterio de la trama se volatiliza ante sus ojos; los lapsos que lo aquejan en momentos de tensión; una paranoia in crescendo a medida que desentraña el misterio;… Por contra, se echa en falta una visión más cotidiana, más a pie de calle, con una perspectiva más próxima a las inquietudes del americano medio de la época. Pero no hay lugar para ella.
Galouye no suelta el pie del acelerador. Todo arranca sin dilación en la página uno y, a partir de ahí, se suceden los acontecimientos hasta llegar el desenlace, 200 páginas después. Sin pausa, prácticamente sin presentaciones, sin tiempos muertos. El precio no es trivial: apenas hay reflexión sobre las múltiples ideas que aparecen. La superficialidad es la tónica en el componente social y en el metafísico. También en la propia construcción de personajes, sus relaciones y los diálogos. Pero, aunque parezca mentira, la novela lo agradece.
No tiene mucho sentido leer Mundo simulado si no se es aficionado a la ciencia ficción pre-new wave o no se han leído una docena de novelas anteriores y posteriores. Sin embargo, Mundo simulado tiene el encanto de una época que no solo no va a volver sino que, editorialmente, está perdida. No hay mercado para estos libros. Su descubrimiento se asemeja a encontrar unas ruinas visigodas en medio de un páramo de Tierra de Campos. Difícilmente tendrán el atractivo de una villa romana, con sus mosaicos, sus glorias, su riqueza material. O, en el otro extremo, el esplendor de las construcciones románicas o góticas posteriores. Sin embargo, para el ojo entrenado mantiene un sex-appel que solo otros obsesos de la arqueología pueden llegar a compartir. Especialistas, aficionados, fans, frikis… Habas contadas.
Mundo simulado (Veron, Col. Erus 11, 1973)
Counterfeit World (1964)
Traducción: Antonio Ribera
Rústica. 226pp.
Ficha en La tercera fundación
Es que esta manera de narrar se ha perdido para siempre, no sólo la añeja parafernalia de cf, sino que en doscientas páginas te cuenten una historia a toda leche, con su componente especulativo y plausible científicamente. Yo el último que recuerdo que se hacía novelas de doscientas páginas a toda ostia era Rudy Rucker, por ejemplo en Software o Master of Space and Time. Esto es como en los tebeos, te pillas un Omnibus de los Cuatro Fantásticos de Lee y Kirby y vas con la lengua fuera siguiendo tramas que se engarzan unas con otras sin descanso. Ahora se cuenta de otro modo, ni mejor ni peor, diferente. Pero no estaría mal que alguien recuperara esta forma de hacer.
En esta línea de cf añeja que mola, te recomiendo, aunque las habrás leído ya, El clamor del silencio y El año del sol tranquilo, de Wilson Tucker. Y sobre todo, aunque no encaje exactamente con lo que hablas en la reseña, la olvidada y magnífica Naufragio, de Charles Logan, Naufragio la tiene que leer todo el mundo y llorar a mares. Y antes de que me digas que haga la reseña, pídesela a Jean Mallart, que yo descubrí este novelón gracias a él.
Venga, vamos a ponernos en modo Charles Platt: el decompressive storytelling ha aniquilado la gracia que tenía la ciencia ficción norteamericana publicada como tal.
Tengo un gratísimo recuerdo de “El año del sol tranquilo”, pero no sabría decir por qué no he leído todavía “El clamor del silencio”. Bueno, sí: acumulé tantos libros en los tiempos de Cyberdark que no tengo ni idea de dónde se encuentra. Y sí, he de hacer caso a Mallart con “Naufragio” de una maldita vez. Cuando me termine “La casa de hojas”. Ahora me pillas en pleno modo postureo gafapasta que te cagas.
No sé exactamente a qué se debe la descompresión, o mejor dicho, que no haya muchos escritores de, no sé como decirlo para no ofender, “serie media”, capaces de escribirte una novela de doscientas o trescientas páginas, rápida, contundente y con una buena idea no especialmente trillada. Quizá Morgan cuando está inspirado podría encajar ahí con sus Leyes de mercado…, pero claro, luego la serie de Carbono Alterado son todo tochos.
Jajajaja, “La casa de hojas” es gafapastismo sano. A mí me gustó mucho en inglés, cuando la dejen libre en la biblioteca la voy a releer en castellano. Lo único es que la historia de la casa es tan buena, que la primera vez que la leí acabé saltándome las partes de Johnny Truant.
Pero cuando acabes “La casa…”, empieza “Naufragio”.
La decompresión se debe, en gran parte, a la imposición editorial y del público. Al precio al que están los libros las editoriales exigen tochos porque los lectores cuando compran un libro quieren que les “cunda” aunque para ello haya que meter paja a cholón sin que venga mucho a cuento. El Hugo considera que las obras entran en categoría de novela a partir de las 40.000 palabras, pero por debajo de 60.000 la gente lo considera “corto” para un libro.
Precisamente me hablaba Julián de eso en la cena del otro día. La de cuentos maravillosos que hay perdidos en las selecciones de Bruguera, Acervo y demás. Cuarenta años en el olvido. Cuentos que nunca volverán a ser publicados. E incluso escritores que aquí no han llegado y que tienen cosas de valía aquí jamás vistas.
Si no recuerdo mal, en la revista Gigamesh, el propio Julián se curró un índice de las colecciones de cf en España, una especie de guía de compra o bosquejo de un estudio más amplio de todas esas obras antiguas. Eran once o doce capítulos (lo acabo de consultar, iba de los números 14 a 24, 27 y 29) con un breve comentario, una puntuación que indicaba el interés de la novela y el posible valor monetario de la obra en cuestión. Era una guía muy útil para estudiarse antes de salir de librerías de segunda mano.
Sí, yo también lo utilicé como guía para saquear tiendas de viejo hace más de una década. Y era increíble su capacidad de síntesis para, en una línea, transmitir ideas sobre cada obra sin repetirse. Ese final de colección de Acervo plagada de series y más series y comentarios en plan “¿Pero alguien llegó hasta aquí?”. Pensar que hubo mercado para tantos dragones de Pern y tanta basura Brooksiana todavía me produce escalofríos en la espalda.
Tanto tiempo hablando de la necesidad de una mayor exigencia para las novelas puramente de género, y cuando nos sacan una novela más o menos aseada de Galouye o Laumer nos ponemos yayos perdidos. ¿No serían Mundo simulado o El largo crepúsculo el Surf Bélico de los años 60?