Fracasando por placer (X): El secreto del caos y otros relatos, originalmente New Writings in SF 1. Selección de John Carnell. Col. Anticipación nº 2. Edhasa, 1967

El secreto del caos

Hubo un tiempo, allá por el segundo lustro de los años sesenta, en que a sucesivos editores españoles se les ocurrió la estrafalaria idea de que los cuentos de ciencia ficción eran una cosa de gran prestigio que valía la pena publicar en tomos de tapa dura, como de leer ante una chimenea mientras se fuma en pipa y se agita un brandy en copa de balón (lamento la figura heteropatriarcal, usada en beneficio de la comprensión del contexto histórico). Sé que la idea parece absolutamente ridícula, pero a las pruebas me remito: lo hicieron editores de variada ralea y prestigio, a un precio elevado para la época. No tuve jamás la ocasión de preguntarle a ninguno de los implicados, y dado que hablamos de algo que pasó hace camino de sesenta años, creo que va a ser ya complicado salvo por güija. Confieso mi absoluta estupefacción acerca del fenómeno.

En ese momento, no había ninguna razón para una, digamos, dignificación del género. No había aparecido ningún fenómeno mediático (como 2001 poquito después) de prestigio. Las novelas seguían publicándose en formatos modestos, bordeando el bolsilibro, en traducciones infectas, en editoriales relativamente marginales, sin que ninguna hubiera conseguido aún dar una campanada en ventas o asomarse a los suplementos literarios. Ni siquiera Bruguera había empezado a dar cabida a la cf en formato bolsillo a escala popular, como haría inmediatamente después. Borges ya había dicho varias veces que le gustaba Bradbury, pero no estoy seguro de que Borges importara demasiado en España a esas alturas. No había revistas especializadas y las argentinas habían cerrado. Se hablaba en algunos ámbitos de la cf a causa de El retorno de los brujos, de Pauwels y Bergier, pero no parece un colchón suficiente para justificar el fenómeno si lo centramos en la edición más o menos de lujo.

En este contexto, la editorial Acervo, que llevaba publicando antologías policiacas desde 1959 podemos suponer que con algún éxito comercial, arrancó en 1963 con antologías de ciencia ficción, aunque bajo el dignificador título de «de anticipación». Otro rato me releo alguna: ya he explicado en varias ocasiones que estos veinte tomos blancos, primorosamente encuadernados y con sobrecubierta plastificada, gracias a su aspecto pulcro y esa denominación aséptica, se incorporaron a la biblioteca de mi colegio. Yo los leí dos veces de forma íntegra entre los doce y quince años, con las divertidas consecuencias ya conocidas de que accedí al género a través de Aldiss, Ballard y Dick en vez de con Louis G. Milk y Ralph Barby, como se me ha explicado repetidamente que hizo la gente normal. Dado su carácter formativo para mí, recuerdo bastante vivamente esos relatos. No sé si releerlos, aunque puede valer la pena. Por el rollo de hablar de Acervo y su posterior deriva hacia el nazismo, también. But I digress

El caso es que aquella peregrina idea de coger la parte menos comercial de un género a todas luces maldito y venderla en el formato en que debían comprarla los lectores más elitistas debió funcionar por algún motivo que, francamente, escapa por completo a mi capacidad de análisis. Acervo reeditó algunas de esas antologías. Y otras editoriales se pusieron a imitar la idea sucesivamente con más o menos insistencia, incluyendo algún caso mítico como el de Labor. También se fijó en esa opción, con perspectivas más modestas, la reina de la cf en España: Edhasa. En 1967 llevaba 130 números largos de la colección Nebulae. Había publicado a Asimov, Heinlein, Clarke, Simak, Sturgeon, Anderson, Pohl… E incluso los jóvenes pujantes del momento, Aldiss, Ballard, Dick, Silverberg. Todos en modestas ediciones de tapa blanda. Con perspectiva, la colección debía andar en sus últimos estertores, porque no duró mucho más. Decidieron hacer una apuesta nueva, más cara, y usar la tapa dura para sacar antologías. De autores ingleses desconocidos.

New Writings in SF1Todo esto, como vemos, va sumando en lo chiripitifláutico, pero no sólo desde la óptica de hoy, sino también de la de entonces. La misma editorial que alumbraba en un modesto formato a 25 pesetas Fundación o lo último de Clarke, publicado en inglés apenas meses antes, pedía tres duros más (¿hará falta aquí una nota al pie para lectores jóvenes?) por su primer tomo con relatos de George Whitley, H.A. Hargreaves, John Rackham o Donald Malcolm, gente con serias dificultades para que en su casa les reconocieran a la hora del té. También había otros señores más nombrados (bueno, al menos para mí, y no lo digo como muestra de erudición, sino como lamento por lo extremado de mi frikismo) pero que por entonces no habían publicado prácticamente ni una historia en castellano como Philip E. High, Colin Kapp, Barrington J. Bayley, Lee Harding y, el a la postre famoso del tomito, Michael Moorcock.

Digamos antes de seguir algo sobre la cf inglesa de los cincuenta y los primeros sesenta. Se compone de unos pocos maestros extraordinarios (Ballard, Aldiss, Wyndham, Clarke), una clase alta brillante pero poco nutrida (Eric Frank Russell, John Christopher, Keith Roberts, el casi inédito en castellano D.G. Compton) y una purria de medianías de las que que sólo algunos, sólo ocasionalmente (caso de Edmund Cooper, E.C. Tubb, Kenneth Bulmer, Arthur Sellings o los citados Bayley, Kapp y Harding) ofrecen algún acierto. Michael Moorcock y Mike Harrison ya estaban por allí, pero eran unos jovencitos que apenas habían publicado cosas sueltas y aún no contaban, John Brunner no había mutado aún de garbancero en genio, y tardarían en llegar Priest, Holdstock, Watson, Shaw… Así que utilizar la cf inglesa como base para un proyecto preferente en ese preciso momento era, por tanto, una idea especialmente equivocada. Eso sí, les debía parecer de prestigio por el rollo anglosajón, debía ser más barata de comprar, y etiquetaron la colección con la palabreja «Anticipación», emulando a Acervo y eludiendo la etiqueta maldita.

No voy a hablar sobre ese primer volumen, que me leí hace tiempo, sino sobre el segundo, que tenía en barbecho por una razón adicional a la escasa calidad de los relatos. Me refiero a que, como temía, la traducción que nos presenta aquí Edhasa no está en idioma español, venerable lenguaje en que nos comunicamos millones de personas en nuestro planeta, sino en ese peculiar dialecto en el que está escrita la práctica totalidad de la cf traducida antes de 1970. Una jerigonza retorcida, molesta, en la que la coma entre sujeto y verbo es norma, el punto y seguido escasea, el adjetivo incongruente antes del sustantivo entorpece la fluidez lectora, proliferan los ripios y se toman decisiones tan caprichosas como mantener el «mister», anticipando en el tiempo las traducciones cutres de Aliexpress, con el agravante de tratarse de material (presuntamente) literario. Gracias, Francisco Cazorla Olmo, profesional que siguió adelante con lo suyo hasta quince años después con Super Ficción de Martínez Roca, por hacer mi vida miserable durante algunas horas.

El secreto del caosSupongo que quien esté leyendo esto se preguntará una vez más por qué narices, entonces, me he tomado la profunda molestia de leer este librito entero y estoy escribiendo al respecto, dedicando horas de mi tiempo a algo que, en rigor, no le importa a nadie. Bien, hablar con franqueza es una de las satisfacciones esenciales de esta serie de artículos, y no desarrollaré más esta idea porque a buen entendedor, ejem. Además, quiero dejar cerrado con este texto el tema de cierto material viejuno. Durante años, atesoré este tipo de volúmenes. Tenían una incuestionable mística para mí. Eran objetos preciados en sí mismos. Pero… ya no puedo con ellos. Sigo apreciando sus portadas, su presencia, el halo que transmiten, pero soy incapaz de leerlos. He dejado de comprarlos. He regalado bastantes de ellos a la Biblioteca de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense, para que quien quiera los consulte ahí (sólo pedí a cambio que la donación se hiciera pública, por si alguien quería seguir mi ejemplo. Eso fue hace dos años). Así que por muy caprichosa que sea esta sección, aviso que mis caprichos ya no incluyen casi nada publicado en España antes de 1970 (Nueva Dimensión es una excepción, por cierto: así de buena fue). Simplemente, me resulta más sencillo leer en inglés. Palabra, no es esnobismo. Es que avanzo en estas cosas con más lentitud, al preguntarme a cada frase cómo es posible que alguien pudiera conocer tan poco el idioma español y ganarse la vida redactándolo. Como alguien, por poco dinero que cobrara, podía tomar una y otra vez decisiones tan disparatadas al construir una frase. Sin olvidar los párrafos que directamente no soy capaz de descifrar. Etcétera.

Por otra parte, tenía curiosidad por este volumen en sí por tratarse de una versión del primero de la serie New Writings in SF de John Carnell. Este señor fue un poco el John W. Campbell inglés, pero sin ser facha, creyente en paranormaladas ni tener tanto talento a su disposición, aunque impulsar las carreras de Aldiss, Ballard, Brunner, Christopher y Moorcock no es precisamente moco de pavo. Dirigió New Worlds varios lustros, otra revista llamada Science Fantasy algunos años, fue agente de gran parte de los mejores autores británicos, y creó esta serie de antologías. Fueron las primeras de aparición regular en la historia del género; se publicaron treinta, también en Estados Unidos, donde fueron ejemplo para la posterior aparición de otras que marcaron el paso durante el periodo 1966-1980 como Orbit, Nova, Universe y New Dimensions. La era en que las antologías originales fueron más relevantes, más dinámicas y arriesgadas que las propias revistas. New Writings tuvo veintiuna encarnaciones con Carnell al frente hasta su fallecimiento y luego siguió con Kenneth Bulmer al cargo hasta su desaparición en 1977. Incluyó en toda su historia tres relatos no anglosajones, del holandés Manuel van Loggem, el alemán Wolfgang Jeschke y nuestro Domingo Santos, «La canción del infinito», en el 14.

Cuando Carnell dejó New Worlds, la puso en manos del más emprendedor de sus discípulos, Moorcock, que ya sabemos que montó una jarana importante con ella. Curiosamente, arrancó el proyecto de estas New Writings con el propósito de hacer también una pequeña exhibición de progresismo y músculo del género, aunque lo cierto es que era un señor sin grandes pretensiones revolucionarias. Al parecer, su idea es que el concepto en sí de hacer «libros» en vez de «revistas» suponía un notable paso adelante de dignificación, según explica en su prólogo. Copio literalmente, también como testimonio del extraño idioma en que está impreso el volumen que vengo a reseñar, para que el amable lector interprete si puede lo mismo que yo:

(…) Las revistas a que antes me refería, tienen sólo un atractivo limitado, fundamentalmente dirigido hacia un auditorio masculino, bien técnicamente entrenado, o propiamente hablando, mentalmente educado. Se había abandonado a la prensa en general la expansión de este campo de publicaciones con destino a la masa para que se introdujese este excitante medio para un público general, más vasto en extensión, ya consciente de que el Hombre se halla en el umbral de los viajes por el espacio. En este respecto, sus muchos editores se vieron forzados a seleccionar material para los mejores relatos ya publicados, y familiar para los aficionados. Ahora ha llegado el momento de que este desarrollo tome su natural paso hacia adelante, en un estado más avanzado, introduciendo nuevo material, especialmente escrito y seleccionado para el nuevo mercado. Este primer volumen de Nuevas Lecturas de Ciencia Ficción, no es sino un breve ejemplo de las muchas y variadas excursiones en el Reino del «Quizás», y que seguiremos publicando periódicamente.

No me gustaría dejar de señalar, por si a alguien le ha pasado inadvertido o ha dejado leer con dolor de alma, que las antologías se llaman New Writings y la traducción dice Nuevas Lecturas. Como para fijar el nivel ya en la segunda página del libro.

La estrella imposibleQuizá, a estas alturas, después de dos mil palabras de simpática introducción, el amable lector convendrá en que puedo empezar a hablar de los cuentos incluidos en este librito. Para empezar, decir que los propósitos innovadores y de mayor calidad y bla, bla de Carnell sólo los cumple uno de ellos, y viendo el sumario, tampoco caben muchas sorpresas: Brian Aldiss estaba entonces en estado de gracia. Este relato, que aquí traducen como «El hombre superior» pero que se ha reeditado con el título preciso «El hombre en el puente», es una muestra del Aldiss pleno, antes de que empezara a parecer cansado de su propio talento un lustro después y se aventurara en (quizá demasiadas) ocasiones por caminos barrocos, experimentales o irrelevantes. Aunque no con eso quisiera decir que no hubo más Aldiss del bueno después, en absoluto; sólo que esta fue su época de casi infalibilidad. Y además este es uno de sus cuentos indiscutibles, recogido en sus sucesivas antologías selectas.

Se trata de una suerte de relato intimista en un entorno distópico, una sociedad teledirigida comunista-maoísta que parecía aún una amenaza factible en el horizonte de aquellos años, en particular para un señor inglés de familia burguesa y futuro en la nobleza. La brutalidad seca, sin encarnizamiento, del retrato de escenarios y la contención de los personajes son muy propias del autor, así como el estilo. Lo sé porque, en efecto, sí tengo un volumen recopilatorio de Aldiss en inglés y he hecho trampa en la relectura, claro. En español el cuento puede leerse en condiciones algo mejores en la traducción de Edith Zilli, reciclada inmisericordemente desde hace cuarenta años.

No he podido hacer lo mismo con el resto de historias del volumen, a las que el tiempo ha dejado atrás. Hay dos relatos extensos, el primero de un señor llamado Edward Mackin, que era uno de los autores de confianza de Carnell en New Worlds y Science Fantasy, pero no tuvo mayor carrera. «El secreto del caos», que da título al volumen, es la undécima entrega de las aventuras de un personaje llamado Hek Belov, una suerte de pícaro dedicado a la cibernética que aquí intenta tangar al inventor de una máquina llamada «ideógrafo». Dentro de que el texto está especialmente mal traducido, lo que se intuye del escenario distópico es prometedor; sin embargo, el que nadie se haya molestado en agrupar los relatos de Belov en un solo volumen me hace sospechar que sus méritos no son muy grandes.

El otro relato largo, que cierra el libro, es «El fin de los mares lejanos», del australiano Damien Broderick, que arrancaba por entonces, a los 20 añitos justos, una carrera literaria que se adentra este año en su sexta década. Es un ensayista interesante, ha publicado algunos cuentos bastante curiosos, y se le atribuye la creación del término «realidad virtual», pero seguramente preferirá que producciones primerizas como esta se mantengan fuera de circulación. Aquí incurre en una tentación muy propia del escritor primerizo de cf, la de intentar insuflar aliento poético a un escenario de space opera. Algo que, por alguna razón, nunca funciona de manera decente y suele degenerar en escenas ridiculillas, de las que hacen torcer el gestito por empatía.

New Writings in SF 1

De todas maneras, el listón para ser el peor contenido del volumen está muy bajo y Broderick se salva por juventud, desparpajo y buena voluntad. El galardón va para «Luna de miel azarosa», de Joseph Green y James Webbert, que parece mentira que hicieran falta dos para escribir esto. Permítanme el destripe, pero es demasiado tentador. Hay un planeta con uranio a patadas, de sacarlo en pepitas de varios kilos. Resulta que tienen que mandar allí a hombres pero con sus mujeres, porque los hombres solos se vuelven majaras en un mes y con las mujeres, especialmente si son recién casados, tardan como seis meses.

Efectivamente: la idea de poner a hacer el trabajo a mujeres, que no resultan afectadas, simplemente no se contempla.

Los malos son unos aborígenes devenidos en sirvientes (interesante perspectiva en la época de la descolonización) que la traducción no permite averiguar si son listos o tontos. Copio literalmente, de nuevo, con sus comas estratégicamente colocadas, por si alguien quiere aportar alguna interpretación de estas frases arcanas: «Los Rilli, permanecían como ausentes y perdidos en un mundo de sueños que a ellos sólo perteneciera, y la inteligencia, signo característico de aquella raza, que la mostraban a su gusto, era raramente usada».

El tal Green trabajaba en la NASA y sigue publicando, por cierto. Del otro señor no he encontrado referencia y apuesto a que fue el típico amigo que le dio la idea. Un tesoro, vamos.

Finalmente, John Rankine, pseudónimo utilizado ocasionalmente por Douglas R. Mason, firma «Dos en compañía», uno de sus primeros cuentos publicados y primero de la serie protagonizada por el aventurero espacial Dag Fletcher, que se extendió en seis libros. Mason era un psicólogo, al parecer amigo personal de Anthony Burgess, que no empezó a publicar hasta los 45 años de edad y luego se ganó la vida con caudales ingentes de material de cf de segunda, incluyendo las novelas de, nada menos, la serie de televisión Espacio 1999. No podemos decir que su trayectoria se frustrara porque este primer relato ya es poco prometedor: una trama convencional, del tipo a partir de la que Arthur C. Clarke hizo fortuna, con un accidente en el espacio del que el protagonista sale indemne a impulso de ingenio. Sólo que sin la tensión y la poesía que el Clarke de los buenos momentos era capaz de transmitir, y justificado sólo por la supuesta novedad de que la acompañante del protagonista es una mujer hermosa, ¡una astronauta! Pues vale, Dag, rompecorazones.

Como puede verse, muy poca revolución en este intento de dar nuevos pasos a nuevas formas de escribir. Carnell, sin embargo, goza en la historia del género de un lugar moderadamente prestigioso y generalmente apreciado, y quizá pique con alguna otra de sus antologías. En inglés, claro.

Un comentario en «Fracasando por placer (X): El secreto del caos y otros relatos, originalmente New Writings in SF 1. Selección de John Carnell. Col. Anticipación nº 2. Edhasa, 1967»

  1. “No sé si releerlos, aunque puede valer la pena. Por el rollo de hablar de Acervo y su posterior deriva hacia el nazismo, también. But I digress…”

    ¿Lo qué? ¡Please, digress!

    Me encanta ese idioma español de frenopático, parace un texto generado con deep learning. ¿No será el traductor ese uno de los primeros artilugios de traducción automática?

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