El National Book Award de EE.UU. lleva dos años premiando historias con sólidas raíces fantásticas. A El ferrocarril subterráneo, bastante comentado en el territorio fandom, le sucedió en 2018 La canción de los vivos y los muertos, prácticamente inadvertida en la fandomsfera. Esta novela de Jesmyn Ward publicada por Sexto Piso es especialmente atractiva porque regresa a un lugar narrativo, Bois Sauvage, en el cual Ward ya había situado Quedan los huesos, ganadora del mismo galardón en 2011 y editada en su momento por Siruela. No sabía nada de su existencia y, cartesiano hasta las trancas, decidí leerla antes de La canción de los vivos y los muertos. Aunque no mantienen conexión, cuenta con dos argumentos de peso a su favor: el bagaje personal de la autora en los bayous del Mississippi donde se encuentra el Bois Sauvage y relatar el embate del Katrina sobre las comunidades afroamericanas.
Esch es una adolescente que quedó marcada con la muerte de su madre en su infancia, y vive bajo la influencia de esa ausencia y la pobreza en la que se ha criado. Sus hermanos mayores al menos han encontrado un asidero para afrontar el día a día. El primogénito, Skeetah, se vuelca en su pitbull, China, y en los cachorros que acaba de parir, poseído por el espíritu del cuento de la lechera; sacarlos adelante pueden suponer una venta de muchos cientos de dólares esenciales para la economía familiar. Randall, el segundo, destaca en el equipo de baloncesto del instituto y anhela una oportunidad en algún campus para atraer la atención de ojeadores universitarios. Sin embargo Esch no tiene mucho a lo que aferrarse. Abandonada junto a su hermano pequeño Junior al cuidado de un padre alcohólico, pulula por el Hoyo (la barriada donde vive, literalmente una depresión entre árboles, casas de madera desvencijadas, vehículos abandonados…) sin más propósito que satisfacer a adolescentes que se aprovechan de ella.
Cada miembro de la familia Batiste se nutre de sus relaciones mutuas y sus correrías con la pandilla de chavales con la que pasan sus días dentro de las lindes del Bois Sauvage. Además este entramado se enriquece por unos intereses y unas expectativas retorcidas con una serie de giros que no por esperados dejan de hacer mella. Así, ya en las primeras páginas quedan manifiestos los riesgos sobre la camada de China: uno de los cachorros nace muerto; la parvovirosis se cierne sobre las crías; China, primeriza, no destaca por su instinto maternal… A semejanza de los propios Batiste, la fragilidad de los perros recién nacidos apenas es un preámbulo de las crueldad de un entorno hostil para la esperanza.
Como es habitual en las narraciones en primera persona, Esch recibe la mayor atención. Su figura se alza sobre el resto gracias a detalles deliciosos como la fascinación que siente por el personaje de Medea, a quien conoce por la leyenda de los Argonautas, y con la cual Ward entreteje una serie de ecos que se realimentan y resuenan con fuerza, fundamentalmente en su tóxica relación con Manny, el abusivo Jasón a quien ha entregado su amor.
La atmósfera se torna asfixiante con la lenta aproximación del Katrina, entrevisto a través de fugaces mensajes en la radio y la televisión, y alcanza su clímax con su paso en un par de capítulos donde resulta imposible soltar el libro, repletos de gestos emotivos como todo lo que rodea a la foto de la madre de los Batiste. Sin embargo lo demoledor de Quedan los huesos no deriva exclusivamente de lo explícito de esta tragedia, sino de la sensación de inevitabilidad de las sucesivas catástrofes personales. La certeza del mazazo del Huracán es el heraldo de la violencia económica y social que sufren, consecuencia de una xenofobia que permea las lindes del Bois Sauvage aunque no se manifieste a través de acciones concretas.
Sin embargo, entre el pesar y la denuncia de la pobreza de la población afroamericana y sus consecuencias, se oye alto y claro un canto a la vida y la comunidad que suena mucho menos tradicional y conservador que en otras ocasiones. El final del libro, luminoso, afirmativo, abre las puertas a una esperanza que si bien no resarce por completo de las calamidades, endulza un poco el amargor previo. Y deja las expectativas en todo lo alto para La canción de los vivos y los muertos.
Quedan los huesos, de Jesmyn Ward (Siruela, col. Nuevos tiempos nº268, 2013)
Salvage The Bones (2011)
Traducción: Celia Montolío
Rústica. 256pp. 19,95€
Ficha en la web de la editorial
Habrá que verlo, suena muuuy bien, gracias por la reseña