Como si de una muñeca rusa se tratara, hay muchos “cromosomas Calcuta” dentro de El cromosoma Calcuta, la novela de Amitav Ghosh publicada en 1995 y que en España fue editada por Anagrama (hoy está descatalogada, según indica la editorial en su página web). La historia gira en torno al descubrimiento, en la Calcuta de 1897, del mecanismo de transmisión de la malaria a cargo del oficial británico Ronald Ross, un científico inconstante y de vocación tardía cuyas investigaciones, pese a todo, acabaron batiendo a las de expertos a priori mejor preparados y más dedicados y experimentados que él. Su trabajo, que le valió el premio Nobel en 1902, es, pues, el núcleo de esta novela que comienza siendo una suerte de thriller médico futurista para ir evolucionando poco a poco hacia algo más oscuro y, si se quiere, trascendental.
Ghosh propone una intrincada trama en la que, por razones que se irán desvelando (hasta cierto punto) a lo largo de la novela, el descubrimiento de Ross no se debió completamente a méritos propios, sino que sus avances fueron dirigidos por personas que se encargaron de encauzar sus investigaciones en la dirección correcta.
El libro se desarrolla en tres momentos históricos distintos. En un futuro próximo (no muy alejado cronológicamente de nuestra época actual) Antar, un egipcio afincado en Nueva York, trata de averiguar qué fue de Murugan, un experto en la figura de Ronald Ross a quien conoció superficialmente unos años atrás y que se esfumó sin dejar rastro en Calcuta en 1995. En ese mismo año se sitúa la segunda pata de la narración, la que permite al lector acompañar a Murugan durante las horas previas a su desaparición. Por último (a través, fundamentalmente, del relato de Murugan), el lector es transportado también a la India colonial de finales del siglo XIX para conocer detalles acerca de Ross y la manera en la que se desarrollaron sus investigaciones con mosquitos. Las transiciones entre personajes y épocas son constantes y se entrelazan con una naturalidad brillante y sorprendente.
Ghosh no da puntada sin hilo. La trama que poco a poco va envolviendo al lector comienza a tejerse mucho antes de que lleguemos a ser conscientes de lo que se está cociendo, con tal sutileza y minuciosidad que es difícil comprender las implicaciones de muchas de las pistas que desgrana a menos que se haga una relectura. Esta no es, sin embargo, necesaria para disfrutar plenamente de El cromosoma Calcuta, que en realidad, y pese a la decisión del autor de no desvelar explícitamente algunos de los misterios de la trama, no resulta difícil de seguir.
Hay una fuerte carga de crítica social en la novela. El futuro que describe Ghosh es una distopía apenas esbozada, un mundo con trabajadores empobrecidos (el protagonista, Antar, un hombre cercano a la jubilación, vive y trabaja en un piso destartalado con un superordenador, Ava, que avisa a sus superiores si detecta un descenso de su rendimiento en horas de trabajo) en el que la reserva mundial de agua ha disminuido por causas desconocidas. La acción que transcurre en los años noventa pone de manifiesto la discriminación de la mujer a través del personaje de Urmila, presionada por su madre para casarse “antes de que sea demasiado tarde” y obligada a sacrificar su propia carrera laboral para ocuparse de asuntos domésticos relacionados con su hermano. En cuanto a la parte de la trama ambientada en la época de Ross, es palpable el desprecio y la suficiencia con la que los británicos tratan a los indios. Y todo ello encuentra su anverso —para íntima satisfacción del lector— en el hecho de que ese grupo en la sombra que maneja los hilos de Ross esté integrado por trabajadores de la escala social más baja, pertenecientes a un grupo racial oprimido y liderados por una mujer.
Lo mejor de El cromosoma Calcuta, sin embargo, no se encuentra en negro sobre blanco, sino en lo que el autor apenas sugiere, lo que insinúa para que sea el lector quien llegue a sus propias conclusiones. Un modus operandi similar, por cierto, al que utilizan los miembros del culto secreto que recorren la novela: invocan el silencio (las alusiones a él son constantes a lo largo de toda la obra), persiguen una “anticiencia” en la que el “secreto” es utilizado como “técnica”, y están convencidos de que el mero hecho de “conocer” algo implica su modificación. Ghosh juega así con el lector, empleando los mismos medios de los que se valen los protagonistas para conseguir sus fines: pistas en ocasiones engañosas, sucesos silenciados, personajes que responden a varios nombres, narraciones en las que la realidad se confunde con la ficción. “Ni siquiera sabemos qué es lo que no sabemos”, se lamenta Murugan en un momento dado. El lector se va adentrando en un ambiente cada vez más extraño, opresivo e irreal. Su atmósfera, que en momentos particularmente inspirados recuerda al Paul Auster de lo absurdo o al Kazuo Ishiguro de Los inconsolables, se espesa hasta desembocar en el desenlace: uno de esos finales que se aprecian mejor al cabo de varios días, después de haber sido convenientemente masticado.
El cromosoma Calcuta (Anagrama, Col. Panorama de narrativas 372, 1997)
The Calcutta Chromosome (1995)
Traducción: Benito Gómez Ibáñez
Rústica. 276pp.
Ficha en La Tercera Fundación
Creo que el toque C-F mató este libro, he leído críticas malas y siempre eran desde el punto de vista de lectores de literatura no adscrita al género. Otra novela de este autor, El palacio de cristal, es una de las favoritas de mi mujer y cuando le recomendé este me dijo que ni de coña iba a leer C-F. Y yo tras miar las críticas lo dejé pasar … pero lo mismo lo pongo en cola. Gracias por la reseña.
A mí me parece la típica novela que un lector no aficionado al género jamás calificaría de ciencia ficción… y sin embargo lo es, por varios motivos.
Si al final te animas a leerla (aunque no es fácil de encontrar ahora mismo, creo), no dejes de comentar por aquí qué te parece. 😀