La ciencia ficción es la deformación plausible de la realidad. En las coordenadas que nos propone todo relato, por muy extraña que nos parezca su idiosincrasia interna, lo que ocurre tiene sentido porque todo está estructurado para que lo tenga. En ese marco alterado, todo es verosímil y creíble, todo emana pensamiento crítico y sentido de la maravilla.
En la narrativa de Philip K. Dick vemos cómo se cuestiona la realidad interior de ese marco hasta el punto de despojarla por completo de su primera apariencia. Esa es una de las claves de Dick. Sí, la estructura de sus novelas no estará tan lograda como en otros autores como Arthur C. Clarke o Stanislaw Lem, ni su prosa será tan brillante como la de Samuel R. Delany o Ray Bradbury, y su sentido del humor no habrá tenido el aplauso unánime, digamos, que sí tuvo el de Kurt Vonnegut, Jr. Sin embargo, su extraña imaginación, su sentido crítico y sus imágenes excéntricas le han otorgado a su obra una cualidad única, un carácter de rareza incomparable en el magma de la ciencia ficción literaria.
Roberto Bolaño dijo en Entre paréntesis que “Dick es bueno incluso cuando es malo”. Para hablar de Dick, pues, cojamos hoy una de sus novelas menos brillantes. Por ejemplo, Los jugadores de Titán. Para despejar posibles dudas, supongo que es justo enumerar cuáles son para mí, por contraste, sus mejores novelas: Dr. Bloodmoney, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Ubik, Valis, Muñecos cósmicos, Laberinto de muerte y La invasión divina. Creo que tras una relectura atenta podría añadir Los tres estigmas de Palmer Eldritch y Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, pero a día de hoy las recuerdo poco, menos que las escogidas como representantes personales del mejor Dick.
Los jugadores de Titán plantea un futuro extrañamente lejano para lo que estamos acostumbrados en su obra: finales del siglo XXII. La Tierra está semideshabitada después de una guerra perdida contra los vugs de Titán, raza alienígena flotante, tan telépata como ludópata. Los humanos han huido a la Luna y a Marte y los pocos que quedan en nuestro planeta son, en una abrumadora mayoría, estériles pero exageradamente longevos. Juegan al Farol, donde apuestan sus parejas y sus tierras. De repente, alguien muere y eso, sin que sepamos por qué, coincide con una amnesia colectiva, aunque particularizada en cada caso, de los miembros del grupo de personajes protagonistas. Primera incursión en los retos interpretativos que nos plantea Dick.
Una de las pegas que se le puede poner a la novela es a su escasa dedicación a crear imágenes de esa atmósfera de mundo devastado y solitario. Y las descripciones de los vugs podrían dar más color, más alucinante sentido de la maravilla al relato. De todos modos, Philip K. Dick crea un mundo y una realidad que no son fiables. Hay capas y capas de realidades superpuestas y no sabemos cuál es la de verdad, la auténtica u original, ni si ese concepto tiene sentido en el marco cienciaficcionesco de su obra. Si después de leer al Herman Melville de Bartleby, el escribiente lo vemos todo a la manera desencantada de su personaje, o si, después de leer a Kafka, lo vemos todo con los ojos angustiados de su autor, después de leer a Dick no es que lo veamos todo como él: es que lo cuestionamos todo como él porque eso es lo que aprendemos de los mundos magmáticos, fluctuantes, que nos propone. Nada es estanco. No hay asideros para que aprehendamos la realidad. No hay un discreto caminito que nos lleve al conocimiento seguro de las cosas. No hay nada sino caída libre. Y más vale que entendamos lo que podamos porque no hay certeza a la hora de conocer lo que se suele entender por realidad o verdad.
En Los jugadores de Titán los humanos están bajo el dominio de los vugs como si fueran marionetas, viven impotentes ante cualquier situación. No sabemos qué intenciones tienen. Parecen una cosa y la contraria. Los humanos pueden hablar con sus electrodomésticos y algunos han desarrollado poderes pre-cog, poderes telepáticos (no son lo mismo), y estos están vetados para el juego. Todos viven bajo la tutela de los vugs. En ese sentido también vemos la mirada del otro; el peso que tiene su escrutadora mirada. Y en eso Dick es inclusivo y dialogante. ¿Por qué? Porque es capaz de describirnos desde el interior del otro.
“(…) ¿cuándo empezaste a notar estos sentimientos incorpóreos, como si el mundo que te rodea no fuera del todo real?”, o “Mis problemas son problemas de percepción”, o “Deja a mi mente en paz” son retazos, breves incursiones en el pensamiento de Philip K. Dick. ¿Son lapsos de irrealidad en un panorama real; o lapsos de realidad en un panorama de irrealidad programada?
Tengo que hacer una confesión de medianoche (por así decir): no siempre recuerdo con total nitidez los argumentos de Philip K. Dick. ¿Es esto un fallo del autor? Para nada. El fallo es mío. Pero creo que es un fallo que se explica por la naturaleza ambigua, híbrida y confundidora, de sus historias. Llegado a un punto en Los jugadores de Titán, no sabemos si el protagonista está en la Tierra o en Titán, si controla sus actos o le fuerzan a actuar como la mano al guante. Las dudas se trasladan desde los personajes del libro hasta el lector que sostiene el libro. Esta característica común, donde todas las posibilidades coexisten con la misma plausibilidad, hace, o puede hacer, que sus argumentos, con el tiempo, se difuminen en la memoria. Hay muchas maneras de interpretar la realidad. Y en Dick esas maneras –todas ellas– se entremezclan en un todo indescifrable y enloquecedor. En esa confusión o emulsión reside el genio de uno de los autores esenciales del siglo XX. No es sólo un entorno de ciencia ficción el que nos plantea (aunque también). En Philip K. Dick, lo que es verdaderamente cienciaficcionesco, es la duda y la percepción de ese entorno.
Los jugadores de Titán (Minotauro, Biblioteca Philip K. Dick, 2017)
The Game-Players of Titan (1963)
Traducción: Juan Pascual
Bolsillo. 240pp. 18,95€
Ficha en La tercera fundación
Magnífica reseña. La primera frase es de premio.