Creo que los hermanos Strugatski deberían ser tomados como parte del culmen de la ciencia ficción, un género que siempre hemos percibido desde un ángulo claramente anglosajón. Tengo la sensación de que aún nos faltan por recuperar multitud de libros escritos en otras lenguas.
Hasta hace relativamente poco, la mayoría de obras soviéticas que leíamos eran traducciones de otras hechas al inglés o francés. Afortunadamente, se ha impuesto cierto rigor y se apuesta por esas traducciones directas tan necesarias. Es cierto que también teníamos libros ingleses que resultaban ininteligibles, pero cuando sumamos a una mala traducción el que encima parta de otra, el juego del teléfono roto suma demasiados vaivenes. En fin, aplaudo que Sexto Piso haya apostado por una traducción directa del ruso.
En los últimos años desde varias editoriales también han llegado, o vuelto, a España las obras de Arkadi y Borís Strugatski: Gigamesh tiene cuatro novelas en su catálogo, Ediciones Nevsky apostó por El lunes empieza el sábado y ahora Sexto Piso nos trae Mil millones de años hasta el fin del mundo. Y es curioso, porque las tres editoriales han apostado por modelos de obras distintos, algo que puede extrañar a quien sólo conozca sus dos novelas más recordadas: Stalker. Picnic Extraterrestre y Qué difícil es ser Dios. Pero en realidad tocaron más palos aparte de la ciencia ficción pura.
Mil millones de años hasta el fin del mundo puede considerarse una comedia con muy mala leche. En este país sabemos que el género puede servir para transmitir crítica al sistema y quizá esta novela podría haber pasado la censura en caso de ser eliminadas las últimas veinte páginas, donde se destapa realmente su función. Sin embargo, fue censurada en su momento y desconozco si disfrutamos del manuscrito completo o si faltan extractos.
El planteamiento inicial es bastante simple y cabe en una frase: una serie de grandes científicos soviéticos empiezan a sufrir extraños percances que les impiden realizar su trabajo. Estos sucesos pueden ser la visita de sorprendentes mujeres, de ridículos policías, continuas llamadas telefónicas o hechos disparatados. Cuando varios de ellos se dan cuenta de que sufren el mismo problema, empiezan a debatir sobre quién puede estar causándoles tantas molestias.
Entre sus desbocadas imaginaciones y una ingesta de alcohol continua, las teorías cada vez alcanzan mayor absurdo. El lector pronto se da cuenta de que en realidad no tiene interés saber quién lo causa, sino entender los procesos mentales de esos intelectuales soviéticos y cómo observan la realidad.
El tono general durante casi toda la novela es amable, con multitud de diálogos, párrafos de corta extensión y ágiles conversaciones que sólo convergen en soliloquios cuando van a contar alguna teoría trasnochada. Los autores son listos en los planteamientos que realizan para que la teoría más plausible pase de largo sin que nos percatemos, y así los personajes se dediquen a hablar de sociedades del futuro hiperavanzadas, conspiraciones extraterrestres u otras demencias. Buenos conocedores de cómo funciona la ciencia ficción, se utilizan referencias al género para narrar lo que realmente sufren a su alrededor: «si es el Universo, hay que rendirse, mientras que, si son alienígenas, ¿hay que luchar?».
Siempre he tenido la sensación que tras todas las locuras de los Strugatski había una gran tragedia. En esa gran reunión de intelectuales y artistas que hubo en la Unión Soviética, donde los críticos eran coartados, censurados, exiliados o condenados, estos autores reflejaron en sus libros algunos de los sentimientos que arrastraban.
Tal como he escrito, las últimas páginas de Mil millones de años hasta el fin del mundo son las más críticas. En ellas dan cuenta de su sociedad:
—Entiéndame —dijo por fin—, rendirse nunca es agradable. Cuentan incluso que en el siglo pasado preferían dispararse antes que rendirse. No porque tuviesen miedo de las torturas o de los campos de concentración, tampoco porque temiesen confesar bajo tortura, sino sencillamente porque era algo vergonzoso.
O en lo que se han transformado ellos:
No me refería a eso… Jamás me atrevería… Es una forma de hablar. No vaya a pensar en ningún caso que trato de disuadirle, de darle consejos…. Ni muchísimo menos… ¿sabe?, no hago más que darle vueltas… gente como nosotros, ¿qué somos? ¿De verdad hemos sido tan bien educados por este tiempo y por este país o somos, por el contrario, un atavismo, unos trogloditas? ¿Por qué sufrimos tanto? Soy incapaz de entenderlo.
Dicho todo esto, creo que ha quedado más o menos claro el tema del libro y cómo está narrado. Se puede disfrutar en ambos niveles: es una divertida locura y también una inteligente crítica.
El lector habitual de Sexto Piso ya sabe que esta editorial suele apostar por libros carentes de superficialidad, por lo que entrará en Mil millones de años hasta el fin del mundo sin prejuicios. Aunque quizá echo en falta un pequeño prólogo para dar mayor contexto al lector que, en general, no tiene por qué conocer a autores como estos que siempre han pasado con un perfil bajo por nuestras librerías.
Me alegra encontrar libros de los hermanos Strugatski, más todavía con una portada preciosa y llamativa, la buena traducción de Fernando Otero Macías y una historia tan divertida como bien editada. Una novela recomendable.
Mil millones de años hasta el fin del mundo (Za milliard let do kontsa sveta, 1976), de Arcadi y Borís Strugatski
Ed.Sexto Piso, 2017. Traducción de Fernando Otero Macías
Rústica con sobrecubiertas. 172 pp. 16,90€
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