Ante el estreno inminente de su nueva adaptación, donde a cada nueva promoción se intuye el cuidado puesto en su acabado final, no tenía sentido continuar dilatando el momento de acercarme a El cuento de la criada. Escrita en pleno auge del pensamiento neoconservador de los tiempos de Ronald Reagan, se ha vuelto a poner de actualidad tras el triunfo de Donald Trump en las pasadas elecciones de Enero. Su imagen de megalómano con mando en plaza, el grupo de extremistas de los que se ha rodeado, las ideas que han puesto sobre la mesa (suspensión de las ayudas a los centros de planificación familiar, destrucción de los avances en el derecho a una sanidad universal, el total desprecio por las evidencias científicas…), han llevado a un buen número de lectores a acordarse, entre otras, de esta novela escrita hace más de tres décadas.
En El cuento de la criada Margaret Atwood plantea un único escenario: la República de Gilead. Una región indeterminada de EE.UU. donde, después de un golpe de estado, se ha producido una regresión social de dimensiones ciclópeas hasta convertirla en un reflejo de la Nueva Inglaterra de los colonos puritanos. Además, tras diversas catástrofes ecológicas, la esterilidad se encuentra tan extendida como las malformaciones durante el embarazo. Un panorama donde el futuro de la propia humanidad parece amenazada. Fieles a las raíces evangélicas de su Estado, han encontrado el remedio a esta situación en un relato bíblico. Tal y como se solucionaba la esterilidad de Raquel y Jacob acudiendo a Bilhah, una esclava, para concebir los hijos de la pareja, en Gilead recurren a las llamadas criadas. Mujeres fértiles que en muchos casos ya han sido madres, aleccionadas en escuelas para cumplir en un único servicio a sus patrones siguiendo la máxima: de cada uno según sus capacidades; a cada uno según sus necesidades.
La novela se construye a través de la narración de Defred, recién llegada a la mansión de uno de los Comendantes de Gilead para reemplazar a la anterior criada. En una sociedad donde la escritura está prohibida, sus palabras toman la forma de un monólogo. Defred entremezcla su rutina en la casa, los recuerdos en la escuela donde la modelaron para poder desempeñar su función, breves retazos de su anterior vida en familia… Cada plano se vincula con el resto mediante un flujo de la conciencia que pasa de uno a otro sin solución de continuidad y ata los múltiples niveles.
Atwood mueve las palabras de Defred adelante y atrás en el tiempo con un soberbio manejo de los aspectos verbales mientras pasa del constreñido mundo exterior a su tortuoso mundo interior. El último bastión donde resiste una parte de su personalidad muy afectada por las pérdidas (su marido, su hija), una soledad extrema y, sobre todo, la educación sufrida a mano de las Tías; las agentes del cambio en Gilead que han erosionado y modelado su carácter. Es en su voz y en su emocionado recuerdo, en cómo describe las mínimas parcelas de transgresión que se permite (el placer de rozar levemente su talón con el pie de un hombre; la mantequilla que guarda en una zapatilla para mantener su piel hidratada…), la manera en que pone en tela de juicio su propia verosimilitud, donde mejor se aprecian las dimensiones trágicas del personaje. Con momentos muy emotivos, como cuando diserta sobre el sentido de la vida en esas condiciones de opresión o la espiral “autodestructiva” al aproximarse el desenlace.
La construcción del escenario, levantado alrededor del fluir de su testimonio, es magnífico. Atwood alumbra las diferentes parcelas (la vida dentro de las mansiones, la educación de las criadas, la llegada de la República de Gilead, el destino de la disidencia, las parcelas de corrupción detrás de la apariencia de rectitud) y las integra en la propia descripción del personaje, con un grado de cohesión intachable. El resultado es una demoledora distopía centrada en el odio a la mujer y las consecuencias nocivas de la religión cuando escapa fuera del ámbito personal.
Apenas ha habido un detalle que me ha sacado de la novela: su epílogo. Un narrador externo arroja luz sobre el texto de Defred y lo expone como una grabación realizada un par de cientos de años antes. Desempeña su función para encuadrar la existencia de la República de Gilead, muestra qué pudo ocurrir con el personaje y convierte su testimonio en un acontecimiento imprescindible para entender el periodo que vivió. A la ficción se le da un extra de verosimilitud. Sin embargo esta ganancia me parece muy pequeña en comparación con lo que supone: una patada fuera de la novela para redondear unas explicaciones innecesarias. El final del relato en primera persona no necesitaba esta prescindible addenda de unas decenas de páginas.
Salamandra, que se ha hecho con los derechos de toda la obra de Atwood, reedita El cuento de la criada este mes de Abril con todos los honores. Si no tienes a tu alcance un ejemplar, te recomiendo que te hagas con uno cuando aparezca. Su fama como gran novela de ciencia ficción es más que merecida.
El cuento de la criada (Burguera, 2008)
The Handmaid’s Tale (1985)
Traducción: Elsa Mateo
Tapa dura. 477pp.
Ficha en la web de La Tercera Fundación