Los 70 fueron terreno abonado para historias con un profundo sentimiento crítico protagonizadas por animales. Hace unos meses llorábamos la muerte de Richard Adams, narrador del épico viaje de unos conejos a través de la campiña inglesa para crear su propia madriguera (La colina de Watership). A finales de la misma década triunfó Los animales del pequeño bosque (The Animals of Farthing Wood), una explotación de la vía abierta por Adams con un grupo de animales en busca de un nuevo hogar tras la destrucción de su bosque. Unos años antes se recuperaba la obra póstuma de T. H. White, El libro de Merlín, cierre de la secuencia de Camelot donde, poco antes de la batalla definitiva contra Mordred, Merlín transformaba a Arturo en todo tipo animales y un tribunal de animales sometía a juicio a toda la especie humana. Además en 1977 William Kotzwinkle ganaba el Premio Mundial de Fantasía con Doctor Rat, novela inédita en castellano hasta 2016 cuando fue rescatada por Navona Editorial.
El detalle del galardón no es baladí. Lejos de quedarse anclado en la vertiente épica-medievaloide, el Premio Mundial de Fantasía se ha caracterizado por reconocer la concepción más ecléctica de este género. Y Doctor Rat es un ejemplo inmejorable de esa amplitud y versatilidad. Una fábula sobre la relación del hombre con el mundo animal que tanto puede interpretarse como una chanza de los experimentos más estúpidos llevados a cabo en pro del avance científico como una despiadada sátira del holocausto. Encadena secuencias donde el humor negro más extravagante da paso a capítulos sumamente tristes. Momentos de gran intimidad se alternan con otros de una violencia exacerbada sin que se quiebre la homogeneidad del conjunto.
Su protagonista es una rata de laboratorio que después de haber sufrido los efectos físicos y psicológicos de una serie de tests, colabora con sus “torturadores” en un variado repertorio de experimentos. Como si fueran un grupo de niños que acaba de descubrir el efecto amplificador de una lupa, los científicos a cargo de las instalaciones ponen a prueba la resistencia, la tolerancia al dolor, los efectos de todo tipo de enfermedades sobre ratas, monos, perros, conejos. Mientras, Rat recorre los diversos recintos de prueba animando a sus antiguos compañeros. Les alecciona sobre el significado de su sufrimiento. Les consuela con la liberación que llegará después de su muerte. Todo sea dicho, sin demasiado éxito; la disidencia ha llegado hasta el laboratorio y se prepara una revolución.
Sus andanzas y desventuras tienen mucho de ópera bufa. Kotzwinkle ha buscado experimentos indefendibles y convierte a su personaje en un apasionado paladín de su pertinencia. En sus carreras laboratorio arriba y abajo ejerce el papel de absurdo cicerone, entregado a su voluntariado con una mentalidad demencial y un frenesí digno de mejor causa. Alternándose con estos capítulos, se aleja de Doctor Rat para exponer el sufrimiento de una miríada de animales libres o en cautividad, atormentados de mil y un maneras, casi siempre condenados a morir. Con el paso de las páginas establecen una alianza con el objetivo de confrontar al ser humano con su ruptura del orden natural. Encontrar la manera de romper su falta de sensibilidad y acercarlo a sus raíces.
El humor de los fragmentos protagonizados por Doctor Rat se sucede del sufrimiento incomprensible de estos animales. Las aspiraciones románticas de estos últimos, sus deseos de alcanzar una utopía imposible, preceden a las ideas más irracionales a priori puestas al servicio de la razón. La novela se nutre de esta continua paradoja, alimentada por la escasa extensión de cada escena (cuatro, seis páginas) y acentuada por el excelente uso de una primera persona ajustada al carácter de cada narrador. No obstante una porción de su efectividad se dilapida entre la reiteración de escenas y situaciones. Kotzwinkle, obligado por la estructura elegida, se ve en la necesidad de incluir nuevos animales o desplazar a Doctor Rat hasta otro rincón de las instalaciones. Pero tras las primeras 150 páginas no hay mucha más tensión que generar, ni queda sin razón que explotar. El relato cae en una atonía de la que solo escapa durante su apoteosis (y triste) final.
Merece la pena destacar la traducción de Antonio García Maldonado que conserva la diversidad de registros del original, repleto de juegos de palabras y voces variadas. Cabe soñar que al haber publicado también El nadador en el mar secreto, Navona Editorial recupere Fata Morgana; la novela detectivesca de Kotzwinkle seleccionada por David Pringle para su lista de mejores novelas de fantasía en lengua inglesa. Soñar es gratis.
Doctor Rat (Navona Editorial, 2016)
Doctor Rat (1976)
Traducción: Antonio García Maldonado
Rústica. 336pp. 21,50 €
Ficha en La Tecera Fundación
La tenía por ahí “apuntada” para echarle un ojo. No sabía que estaba traducida. Queda “reapuntada” para su lectura.
Tanto animalejo me ha traído a la memoria el comic-mangoide ‘We3’, de Morrison/Quitely
(https://en.wikipedia.org/wiki/We3).
Me gustó en su momento, más la premisa que la cosa en sí. No recuerdo gran cosa. Eso sí, me encanta la portada.
Pues es una buena referencia porque ese tebeo va de animales intentando escapar del laboratorio donde los han convertido en máquinas de matar. Sin embargo frente a la sátira de Kotzwinkle, brilla la violencia salvaje que Morrison le entrega para representar a Quitely. Con esa descomposición de la acción en viñetas dentro de viñetas que muestran a la vez sucesos que tienen distintos ritmos: el ataque físico con el cuerpo, las balas lacerando diferentes partes del cuerpo…
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