The Gradual (2016) es la última novela de Christopher Priest. Ha aparecido apenas tres años después de The Adjacent y cinco más tarde que The Islanders. Una muestra de cómo el autor de El glamour y El prestigio ha recuperado la creatividad tras una década de silencio. En este hecho ha sido esencial su regreso al Archipiélago del sueño, el mundo donde había situado durante los 70 un puñado de relatos y la mitad de la que para muchos es su mejor novela: La afirmación. Sin embargo en aquellas historias el Archipiélago era un simple telón de fondo apenas descrito para permitir avanzar a los personajes y sus dramas vitales. En este retorno ya en pleno siglo XXI, Priest se ha sentido en la necesidad de explorar su geografía, su sociedad, su pasado. Así es como entiendo The Islanders, un libro tan fascinante para los lectores mínimamente bregados en su obra como complicado de apreciar por el resto. Mi sorpresa está en cómo The Gradual profundiza en esta línea hasta convertirse en una indagación en uno de sus elementos fantásticos: el peculiar comportamiento del tiempo a lo largo y ancho de la geografía de las islas. Un tema que llega a dominar el avance de la novela.
Fiel a su estilo, Priest vuelve a la primera persona para dar voz a Alessandro Sussken, un músico de una de las dos naciones en guerra al norte del Archipiélago, Glaund. Sussken recuerda sus días de infancia, su separación de un hermano llamado a filas para servir a su nación, la evolución de su carrera profesional hasta convertirse en un compositor de éxito, su matrimonio… Con un sustrato realista, introduce disonancias en el desarrollo de esta historia a las que regresará más adelante: su atracción por las islas, la fuente de su inspiración al escribir su música; la marcha de su hermano como parte de un batallón que tarda décadas en volver…
La ruptura con la normalidad se manifiesta en un viaje para recorrer el Archipiélago del Sueño. Una gira artística para dar unos conciertos durante la cual Sussken padece los efectos del vórtice temporal que convierte las islas en un territorio incierto. Su vuelta a casa y la descripción de las consecuencias terminan de perfilar el retrato de un hombre emocionalmente roto, alienado de su hogar y su pareja por lo sufrido pero también por un ensimismamiento entre voluntario e inevitable, indisoluble de su faceta creativa. Esa sensación de naufragio se incrementa tras su encuentro con el régimen autoritario de Glaund. Unas páginas que uno no sabe si ocurren en Corea del Norte o en una Inglaterra durante el tercer mandato de Theresa May.
Hasta este punto el trabajo de Priest es notable. Quizás le falte algo de emotividad, un poco más de cercanía para terminar de involucrar al lector en sus pesares. Pero esa pequeña distancia parece congruente con la forma de ser de Sussken además de plantear matices que lo enriquecen. Y cuando las expectativas apuntaban alto se produce un pequeño golpe de timón que empuja la novela hacia otros derroteros.
Priest parece subyugado por las deudas temporales ganadas o perdidas en el periplo entre las islas. Como es un tipo racional, se ve obligado a explicar su funcionamiento tal y como el narrador percibe y entiende el fenómeno; un poco a la manera del protagonista de El mundo invertido por aquella realidad donde tiempo y espacio se relacionaban a través de una hipérbola. Embarca a Sussken en un trayecto de un montón de páginas, demasiadas, para describir sus efectos y cómo unos profesionales, los adeptos, aguardan en los puertos a los viajeros necesitados de sus habilidades para ajustar sus tiempos subjetivos. Isla a isla, encuentro a encuentro, corrección a corrección, Sussken profundiza en su conocimiento sobre el vórtice y la labor artesanal de los adeptos. Incluso termina aprendiendo mucho sobre la fuente de inspiración de su arte. Así, The Gradual se revela como una búsqueda del origen del fuego creativo y sus consecuencias sobre los “tocados” por la necesidad de contarse a sí mismos o contar el mundo a través de sus historias/pinturas/música/… Pero por el camino el relato de un hombre entrado en años, atrapado por su arte y las decisiones propias o ajenas sobre su vida, se convierte en un transitar por localizaciones indistinguibles donde ya no importan ni el paisaje interior ni el exterior. Sólo el fenómeno. Y en esta época de mi vida esto me aburre soberanamente.
Me agrada la austeridad de la prosa y cómo Priest ha sido capaz de dejar a un lado la verosimilitud de los narradores (uno de sus caballos de batalla) para centrarse en los conflictos esenciales de Sussken. Es de alabar cómo vuelve a sembrar la historia de pequeños detalles que aumentan la riqueza del relato sin entorpecerlo. O su compromiso con un visión cosmopolita ahora mismo puesta en cuestión en una Europa aterrorizada por un futuro incierto y el miedo al otro O su concepción del viaje como una puerta abierta al cambio necesario para remover visiones conservadoras. Otras veces choca con mi visión sociopolítica, pero mantiene la congruencia de su narrador, marcado por una percepción idílica de la infancia y la adolescencia, una especie de Ítaca que puede ser recuperada.
A pesar de mi insatisfacción, The Gradual tiene algo de aire fresco. Cuando ya lo creía encerrado en su laberinto narrativo, Christopher Priest ha sido capaz de escribir un libro accesible; sin duda el menos ambiguo y más cerrado de los últimos que le he leído. Incluso puede gustar a los descontentos con obras más abiertas como Experiencias extremas S.A., La separación o The Islanders. Pero en el contexto de su carrera no dejo de verlo como un título menor, errático y un tanto conformista. Una pena.
The Gradual, de Christopher Priest
Gollancz, 2016
346 pp. Tapa dura. £16,99