Poder afirmar en pleno siglo XXI que una novela de corte distópico/post-cataclismo es muy original, es uno de los mejores de los cumplidos que se le puede otorgar. Es un género trillado con sus tres o cuatro novelas canónicas y sus tres o cuatro películas disfrutables que tristemente, pero es cierto, resulta cansino; porque siempre da la sensación de que al haber leído esas tres o cuatro, ya realmente no es necesario acercarse a ninguna más. Que ninguna no te va a ofrecer nada nuevo de lo que ya hay. Sin embargo Plop, la novela de Rafael Pinedo que acaba de llegar al público español y que es quizá la obra de género que ha pasado más desapercibida por su a priori público potencial en el año 2007, consigue serlo. Muy original. La gran tapada del año pasado.
Plop es una novela que toma su nombre del personaje principal, quien a su vez lo toma del ruido que hizo su cuerpo al nacer mientras caía en el barro; un barro omnipresente en toda la historia. Rafael Pinedo es totalmente consciente de lo que se espera de una novela de este corte y cuál es el problema principal al que se tendría que enfrentar cualquier humano: la supervivencia. Sin concesiones, desde la primera página aborda el cómo ese espejismo de lo que una vez fue la humanidad que nosotros conocemos lucha por la supervivencia. En agrupaciones, más o menos complejas, porque en soledad estás vendido. Y a partir de ahí, el autor se desmarca y consigue una de esas novelas que atrapan, que se han de devorar en una tarde porque sinceramente es imposible desprenderse.
La fórmula no es tampoco algo que no se haya inventado antes: la clave es un lenguaje muy sencillo, efectivo. Es un mundo despojado de toda complejidad, en el que no queda infraestructura alguna, tanto técnica como social. Las leyes, la moral, la psicología de los personajes se rige en este mundo simple, de apenas 4 o 5 normas acatadas por todo el mundo. Intentar teorizar, regocijarse en circunloquios sobre lo que pasa, lo que se siente, está sencillamente de más: esto es lo que hay y, por tanto, uso esta sencilla medida para poder expresar lo que se ve; todo lo demás es superficial, paja que no contienen las páginas de Plop. Y de este modo entras en el juego, en el pesimismo de «así son las cosas, no podemos cambiarlas, simplemente nos adaptamos», en un mundo que da pequeños pasos de evolución pero con gran impacto en las proto-sociedades que contienen. El mayor efecto literario que tiene esta sencillez es sobre todo una gran agilidad en el relato. Pinedo no se para en describir los pormenores del mundo, ni siquiera sus personajes. Tenemos que dar por sentado lo mismo que los propios protagonistas dan por sentado, que lo poco que hay es lo que hay, y que no hay belleza alguna en esta realidad. Y quizá lo apasionante es la congoja que te reconcome al ver que no hay nada extraño en lo que nos describe Pinedo, a pesar de que documentales de la National Geographic nos muestren a sociedades animales mucho más avanzadas que la humanidad tribal que se nos presenta; pero al final es eso, no somos más que animales movidos por los tres o cuatro objetivos vitales que se presentan en el libro, y con esa incomodidad nos vemos obligados a cerrar el universo sucio y de tonos marrones presentado por Pinedo, pero con un gran sabor de boca, baste decirlo.
A pesar de su poca visibilidad, Plop viene avalada por el premio Casa de América de 2002 y ya fue editada dentro de la línea C de la editorial argentina Interzona, compartiendo línea con gente de la talla de M. John Harrison, Gene Wolfe o China Miéville. Aun así, la pequeña editorial Salto de Página se ha atrevido a editarla para el público español y sólo puedo tener halagos por su cuidadísima edición –buen gramaje del papel, buena maquetación y portada de las que no da vergüenza llevar en el metro–. Lamentablemente, el descubrimiento de Pinedo por el público español, si es que al final se produce, va a dejar a relucir que fue un autor de corta, cortísima producción. Yo espero que la arriesgada edición de Plop tenga sus frutos, y que pronto podamos leer también aquí su novela póstuma, Subte.