Estoy un poco cansado de la diatriba etiquetas sí vs etiquetas no; uno de los chascarrillos periódicos en cualquier mesa redonda que lleve por título “Los límites de la literatura fantástica”, “Los géneros al inicio del siglo XXI” o “La hibridación como arma de choque ante la fiebre Z”. Son demasiados años en presentaciones o tertulias de diversa índole escuchando a autores cansados de cargar con esa marca de caín llamada gé-ne-ro. Independientemente de la opinión sobre el tema, hordas de lectores buscan esas referencias meridianas cuando van a comprar cualquier libro. Quieren una historia policíaca, de la revolución francesa, de naves espaciales, de aldeanismo raruno… aunque tienen un peligro…
Tomen como ejemplo La guardia de Jonás, número uno de la nueva colección de terror contemporáneo creada por Valdemar: Insomnia. Supongo que sus lectores, atraídos por la casa, la cubierta, el texto de cubierta trasera, esperan una historia de fantasmas en alta mar; algo relacionado con ese horror insondable que tan bien trabajó W. H. Hogdson o nos deslumbró en esa pedazo antología que lleva por título Mares tenebrosos. Pues bien. Como tantas otras veces, aquí han obtenido o van a obtener otra cosa. Relacionada, tangente, no necesariamente contradictoria, pero en otro sistema de referencias; leer La guardia de Jonás como una novela de terror ofrece los mismos réditos que buscar en Centauros del desierto una historia sobre la guerra de secesión. Tal y como cuenta en la introducción, Jack Cady puso en esta novela una serie de experiencias personales mientras sirvió en la guardia costera de EE.UU. en el litoral de Nueva Inglaterra a mediados del siglo pasado. Esta es una historia de marinos, un canto de amor a un microcosmos, el barco, enfrentado a una de las manifestaciones más hostiles de la naturaleza.
La patrullera en la cual tiene lugar la acción, la Adrian, es para los no iniciados un escenario tan cerrado como hostil; una meritocracia en la cual el encaje de los nuevos tripulantes está condicionado por su habilidad para acoplarse al grupo y a una serie de dinámicas a veces reñidas con la solidaridad. Así debe aprenderlo Brace, la nueva incorporación a la Adrian tras la muerte de uno de sus marineros (Jensen) durante una misión calamitosa. Aunque tardaremos muchas páginas en enterarnos de lo ocurrido debido a la manera mediante la cual se narra la historia.
Cady se acerca a los hechos cruciales de La guardia de Jonás de una manera elusiva. Tal y como pasa con la muerte de Jensen, en múltiples ocasiones se alude a alguna acción experimentada por los personajes o a sus consecuencias, pero el acontecimiento en sí no se relata hasta más adelante. De esta manera, hasta que las incógnitas no se resuelven, la narración acumula tensión y se fuerza al lector a cuestionarse sobre todo lo sucedido. A veces con resultados contraproducentes. Cuando tiras demasiado de un cabo, no siempre consigues lo que se encuentra al otro lado, este termina rompiéndose y tú tirado en el suelo.
También existe una enorme ambigüedad en los diálogos, escuetos y siempre abiertos a interpretación, y en la manera de obrar de los personajes. La tripulación de la Adrian es numerosa, y la mayoría termina teniendo su cuota de protagonismo. Todos ellos son hombres definidos por sus obsesiones y sus escasas palabras, pero aún más por sus acciones y lo que callan. Son seres de otro tiempo con una devoción singular por su tarea, no exentos de un punto de locura. A la larga, junto a la rutina, un mecanismo de supervivencia indispensable para enfrentarse a ese océano insaciable.
No conviene crearse expectativas erróneas. Aquí no hay grandes acontecimientos ni revelaciones. La historia vive apegada a ese día a día de las gentes de la mar, de gestas tan pequeñas, y tan colosales, como salvar del naufragio a un pequeño barco pesquero bajo el mando de un capitán incompetente en plena tempestad invernal. El componente sobrenatural es mínimo, muy apegado a las supersticiones más arraigadas de los marineros y sin alejarse de su experiencia más cotidiana. En este aspecto Cady se muestra tan comedido y contenido como cuando retrata las relaciones entre sus personajes, aunque falla un poco al exponer la interpretación de lo que ocurre. De hecho, en un requiebro final de la trama, se ve necesitado de introducir un último capítulo en el cual dos de los personajes se reencuentran años más tarde. Un pasaje durante el cual se vislumbra una revelación, parcialmente fallida porque apenas ha sido asentada en las 260 páginas anteriores. Insatisfactoria porque demasiado quedó en el aire en esa sucesión de fintas sin llegar a golpear que es la mayor parte de la historia.
La guardia de Jonás funciona relativamente bien como pequeña historia costumbrista sobre la de vida en el mar escrita por un seguidor de Hemingway o Melville, con un elemento sobrenatural no del todo bien incorporado a la narración. Es una novela cuasi naturalista de otra época que, como me está ocurriendo con otros títulos recuperados en los últimos años, entiendo estuviera inédita en nuestro idioma. Hubiera preferido ver en este primer número de la colección Insomnia a The Drowning Girl, de Caitlin R. Kiernan. A todas luces el primer gran título destinado a aparecer en la colección y que, sin duda, habría recibido un impulso excepcional de haber merecido dicho privilegio.
La guardia de Jonás (Valdemar, col. Insomnia nº1, 2013)
The Jonah Watch (2007)
Traducción: José María Nebreda
Tapa dura. 290pp. 22 €
Ficha en la web de la editorial